N° 1880 - 18 al 24 de Agosto de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl destino es irresistible, y si en alguna ocasión no consigue imponerse por causas naturales sencillamente se sobrenaturaliza y se apodera con toda propiedad de la existencia de los hombres. En aquella noche terrible en la que fueron derribadas las murallas de Troya, Eneas se había juramentado entregar su alma y su cuerpo a la furia de los griegos no sin antes dejarle algún daño. Pero los Hados discernieron otra suerte, y se expresaron en dos prodigios a los que solamente cabía obedecer. Por un lado en sueños se le aparece la sombra de su amigo Héctor, que le ruega que huya y, por otro, tenemos la mágica irrupción de su madre Venus, que con toda determinación le ordena salir cuanto antes de los escombros y de las llamas. En ninguna de estas apariciones prevalece el sentido vulgar de salvar al guerrero, de preservarle la vida sino que se trata de encontrarle una mejor donación, que es la de fundar la futura Roma, la Nueva Troya. El mensaje de Héctor es profundamente político: le ordena que salve el legado de Troya, que no deje morir sus banderas, que devuelva al mundo el esplendor de una patria heroica; mientras que el mensaje de Venus es de índole absolutamente matriarcal y maternal: salvando la sangre troyana, se salva la estirpe, y con ello se garantiza la permanencia de la raza.
Ambas comunicaciones le llegan a Eneas por canales sobrenaturales, que son, de un lado, el sueño en el que contempla y escucha a Héctor, y de otro, la intervención divina en la figura de Venus que, por su parte, impide a Eneas mancharse las manos con la sangre de Helena; a la que estuvo a punto de ajusticiar para gloria de su sangre. Lo de Venus en esta parte en cierto modo es comprensible; fue la diosa la que puso a la mujer en el juego, utilizándola como prenda para alcanzar ventajas sobre otras diosas; es lógico, también por este egoísta motivo, que no quiera hacerse cómplice del muy decente sentimiento de venganza de su hijo.
Pero el argumento de Venus no se funda en esta tal vez sórdida confesión de parte, sino en la abrumadora realidad numérica, en la relación de fuerzas: le explica a Eneas que hay cuatro poderosas divinidades que tienen cuentas pendientes con los troyanos y que participan activamente en la destrucción de la ciudad. Neptuno, que construyó el muro de Troya, y no fue recompensado adecuadamente por el sacerdote Lacoonte; las hermosas Palas y Juno montadas en comprensible cólera por no haber sido elegidas las más bellas por Paris en el monte Ida, y Apolo debido a que su sacerdote troyano había ultrajado su imagen al unirse con su esposa Antíope frente a sus ojos, en un acto tan impúdico como desafiante.
Aun así Eneas no puede con su estado de ánimo y no quiere consentir a estas órdenes tan precisas. Pero aquí lo sobrenatural cederá frente a la realidad representada por su esposa Creusa, que le dice que si se entrega a la lucha final la estará abandonando, destinándola al horror de una servidumbre infame en el hogar de los vencedores. Esta razón, más que las otras, es la que doblega la voluntad arrojada del héroe; y parecería que de alguna manera repara una situación análoga que se inmortaliza en aquellos pocos versos del canto VI de la Ilíada, cuando la desesperada Andrómaca le reprocha a Héctor optar por la guerra y no por el amor y la protección de su familia.
No es fácil la decisión de Eneas, sin embargo. Su padre, Anquises, está dispuesto a sucumbir en la ciudad; dice: “Mi existir está en Troya; si Troya desapareciera, yo desaparezco”; el hombre insiste en quedarse y por un momento Júpiter ve peligrar su designio de instruir la fundación de Roma; ya que Eneas vacila nuevamente, y quiere entregarse a las lanzas del enemigo junto al anciano. Pero el poder de Júpiter interviene oportunamente y con un rayo de fuego ilumina al asustado Iulio (fuente de la estirpe de los Julios romanos), el pequeño hijo de Eneas.
Ahí el héroe comprende que su destino es su familia y desde su familia, y no desde otro ángulo o espacio, debe ir a la patria. Unido a los suyos será más fuerte, será más útil, cumplirá con el destino que los dioses les reservaron a estos troyanos que esa noche morirán para renacer en un vasto imperio que habrá de dominar al mundo, incluido a los odiados griegos. De modo que tomando a su hijo de la mano y cargando su padre al hombro, es decir, enlazando el futuro con el pasado, irá en pos de otro horizonte, de un tiempo nuevo. De un destino.