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Muchas lecturas se pueden hacer por la decisión de Vamos Uruguay de renunciar a sus 8 cargos en diferentes organismos públicos. Como sencillo ciudadano con obligación de voto veo en ello un solo texto y es el que expresa una clara y fuerte señal desde el sistema político que nos envuelve constantemente en sus redes de incomprensión y donde conviven aquellos de profusa y vacía retórica con críticas superlativas pero sin tomar acciones ni generar sucesos que les otorguen mayor credibilidad y confianza.
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Para el caso específico, no creo que proceda distinguir entre “dignos” e “indignos”, como algunos comentarios se han encargado de hacerlo para ubicar a los que se fueron y a los que se quedaron en los cargos respectivamente; es, en definitiva, un tema de conciencia y fundamentalmente de coherencia tomar determinadas actitudes en este alicaído ambiente político que nos alimenta diariamente y en el que observamos a una oposición política haciendo amagues y fintas con llamados a comisión, pedidos de informes, llamados a sala para terminar registrando estériles interpelaciones y complementándolas luego con declaraciones de prensa que solo desahogan su impotencia. Únicamente se aprecian ciertos intentos por asestarle algún golpe al gobierno con tímidos lanzamientos que no le hacen ni cosquillas y que el oficialismo, con el casco protector y guantes de sus mayorías parlamentarias, contrarresta impunemente sin transpirar y distrayendo de paso a los jueces con otro tipo de campanas. Esta es para mí gran parte de la imagen que se viene reflejando en los últimos años.
Esta renuncia ha tenido otra virtud: ha puesto el tema de los cargos públicos de la oposición arriba de la mesa para que la ciudadanía trate de entender qué significan en realidad. ¿Acaso son una especie mixta de colaboradores, representantes, controladores, supervisores o fiscales? De todas las versiones escuchadas juzgando negativamente —con afán de autojustificación— la actitud del sector colorado, ninguna ha quedado medianamente clara.
Se ha tildado la actitud de Vamos Uruguay como demagógica, oportunista, irresponsable, egoísta y otros tantos calificativos de parte del gobierno, para este caso comprensible; o de otros sectores “colegas en la oposición”, aunque para este caso ni comprensible ni aceptable pues si no hablamos de dignos y de indignos, al menos un respetuoso silencio entre pares sería más aceptable y, este sí, más digno.
Tratando de entender las calificaciones precedentes quise justificarlas lo más objetivamente posible pero no lo logré. Por ello, cuando se habla de oportunista (llámese “electoralera”), me pregunté: ¿esa acusación o calificación no sería más adecuada si estuviéramos a un año o a escasos meses de las elecciones y no a casi dos años y medio? Al tildarla como demagógica, volví a preguntarme: ¿a quién le están mintiendo o adornando declarativamente actitudes con fines de rédito? ¿Acaso no han dejado materialmente los cargos? ¿O los acusadores confunden frecuentes anuncios y amenazas con hechos ya materializados? Cuando se califica de irresponsable, otra vez me pregunto: ¿la “responsabilidad” es aquella de estar y permanecer cueste lo que cueste a pesar del ninguneo colectivo que ha hecho y seguramente seguirá haciendo el oficialismo a través del presidente y su esposa? También el adjetivo egoísta ha sido empleado y aquí me formulé la otra pregunta: ¿es egoísmo con sus pares y colegas opositores de tiendas propias y ajenas actuar con la convicción de decir de una buena vez “basta” a tantos desplantes gubernamentales? En este punto me permito invertir la dirección y orientación del egoísmo, al cual, de existir en esta polémica, le correspondería su posesión al resto de los sectores opositores por quedar voluntariamente fuera del alcance de la medida adoptada por la agrupación colorada.
Sin haber llegado siquiera a patear la mesa, este sector logró hacer temblar el tablero y desacomodar varias piezas, más de las que seguramente se hubiera pensado. En primer término: el oficialismo no lo esperaba (acostumbrado a las pantomimas, quizás) pues, con el presidente a la cabeza y apoyo familiar directo, se ha hartado de mofarse denostando y desafiando conductas de sus oponentes políticos protagonizando con sus últimas expresiones una de las mayores faltas de respeto al colectivo opositor y representativo del 50% de la ciudadanía, y dándose luego el lujo de “ofenderse” cuando aquel le contesta con términos más o menos del mismo calibre aunque no de la misma “calidad”, calificándolo entonces de agresivo y con falta de consideración hacia la investidura presidencial, entre otros epítetos, sobre los que parece tener el dominio patrimonial. En segundo lugar, el resto de la oposición pareció “sorprendida” por algo que debiera estar en la tapa del libro y que no significa más que una obligación exigiendo respeto por ellos y sus votantes.
Las próximas encuestas de opinión reflejarán seguramente algo respecto a este nuevo posicionamiento político. Estas son, en definitiva, uno de los medidores que los ciudadanos tenemos para saber de qué manera va abriendo sus juicios el soberano, permitiéndonos alimentar nuestras razones o recapacitar por errores de enfoque.
Reitero que esperaba una señal, fuera la que fuera y viniera de donde viniera, pues el quietismo opositor a este gobierno seguía sin encontrar su razón de ser y de estar; lástima que los otros partidos políticos y grupos colorados no estuvieron en esta ocasión.
De todas maneras, seguramente deben haber recibido este simple mensaje que deja en claro por otra parte que la ética no es gratuita; por el contrario, siempre, absolutamente siempre, tiene un costo para ser verdadera. En el caso de estas renuncias, guste o no guste, se acepte o no, apareció con ellas una actitud ética con costo que la respalda. De ahí, hoy las 8 sillas sin ocupantes.