N° 1885 - 22 al 28 de Setiembre de 2016
, regenerado3N° 1885 - 22 al 28 de Setiembre de 2016
, regenerado3Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSi uno confronta la biografía de Kant con su universalismo ilustrado, debe concluir que una de las felicidades mayores que nos ha deparado el siglo XVIII es el amor y la fe en los libros. Este profesor de Metafísica nunca salió de su comarca, nunca se atrevió a ir más allá de su paseo de unas pocas cuadras en las inmediaciones de la universidad. Su gran audacia fue un viaje a lomo de mula que realizó a una localidad distante a la friolera de catorce kilómetros de su bien ordenada y austera mesa de comedor. Y sin embargo, habló del mundo y de los países con la soltura del más audaz de los aventureros, como si se tratara del inquieto Alexander von Humboldt que tanto se atrevió en los confines o del joven Darwin a bordo del Beagle. Para juzgar no necesitó la solicitud de la empiria; con las noticias de los viajeros que recibía y lo que había leído de antiguas historias y de almanaques se dio por suficientemente autorizado para dictaminar con autoridad.
En la segunda parte de su Antropología en sentido pragmático (FCE, que distribuye Gussi) ensaya una tipologización de pueblos y países que en cierta forma ayuda a entender la historia de las mentalidades y el repertorio de creencias y de prejuicios que imperaba en su época. Para entonces, Francia representaba la cúspide de la civilización y del entendimiento; por esos años reinaban los salones que eran fuente, ámbito y estímulo de las audacias en el campo de las artes, de las ciencias, de las modas y costumbres; el gusto por la veladas en las que mujeres destacadas de la sociedad eran anfitrionas de los ingenios del momento y abrían sus casas para el estreno de las novedades de la cultura impresionaron a Kant, que ensayó una reducción arbitraria y encomiosa a partir de esta mera aunque admirable noticia: “La nación francesa se caracteriza entre todas las demás por el gusto para la conversación, respecto del cual es el modelo de todas las restantes. Es cortés, particularmente con el extranjero que visita, aunque ahora ya no esté de moda ser cortesano”. Dice, para abundar en este concepto, que el mérito de esta delicada virtud, tan inusual hoy en Francia como en la mayoría de los países, con preferencia en este insípido y triste andurrial del mundo que nos ha tocado en suerte, ha de atribuírseles a las mujeres: “El lenguaje de las damas se ha convertido en la lengua universal del gran mundo, y no se puede discutir en absoluto que una inclinación de esta índole ha de tener influencia sobre la deferencia en los servicios, la benevolencia socorrida y paulatinamente sobre el amor universal a los hombres según principios fundamentales, ha de hacer a semejante pueblo amable en su conjunto”.
Se ve que la simpatía se le agotó con Francia, porque tanto a los españoles (de los que dice que su principal defecto es no aprender nada de los extranjeros y ser demasiado solemnes), como a los alemanes e italianos, les reconoce fuertes rasgos de interés, pero los crucifica por cuestiones menores. Con todo, las peores invectivas las reserva para los ingleses, de los que dice que la posible originalidad de los antiguos britos fue borrada por la benéfica y abundante inmigración alemana y francesa, dando por resultado un híbrido de difícil aceptación “por su renuncia a toda amabilidad”. En una de sus frases más duras controvierte con opiniones nacionalistas de Hume, filósofo al que rindió siempre la máxima reverencia, del que ha dicho que lo despertó nada menos que del sueño dogmático. Pero tratándose de rasgos nacionales, Kant no admite condescendencias. Acusa a los hijos de Inglaterra de afectación de carácter, de ser unánimemente despectivos con todos los extranjeros, “especialmente porque el pueblo inglés cree que es el único que puede gloriarse de una Constitución que une una verdadera libertad civil al interior con poder hacia afuera. Un carácter semejante es la orgullosa rudeza, en oposición a la cortesía que se hace fácilmente familiar; es un obstinado comportarse en contra de todos los demás, como efecto de una presunta independencia, que se cree poder prescindir de todos los demás y, por tanto, eximirse de la complacencia con ellos”. La idea de que el inglés medio es estructuralmente despectivo la lleva hasta los límites del humor: “En su patria se aísla el inglés donde pague por comer. Prefiere comer solo en un cuarto aparte que a la mesa redonda por el mismo dinero, porque en la última requiere algo de cortesía”.
Recomiendo la lectura de este libro y de esas páginas prejuiciosas y divertidas.