N° 2007 - 07 al 13 de Febrero de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“Pagan justos por pecadores”, comentó un veterano juez cuando lo consulté sobre la decisión de la Suprema Corte de Justicia de controlar el uso de las licencias de sus colegas porque considera que se han registrado abusos.
Lo anunció la ministra Bernadette Minvielle con el fundamento de que la Corte “está intentando poner la casa en orden”. Quizá haya más. Es probable que “vayamos a medidas más extremas”, dijo, porque “se era muy flexible con el otorgamiento de licencias y pasó a ser más restringido. Hubo y hay abusos” (Búsqueda Nº 2.004).
Minvielle admite que en el abuso de las licencias incidió la flexibilidad de la Corte. Como en todo acto de la vida, lo más difícil es decir que no hasta que, inevitablemente, llega un momento en el que los flexibles se convierten en inflexibles.
El presidente de la Asociación de Magistrados (AMU), Alberto Reyes, la considera una preocupación legítima si el abuso es generalizado, pero no cree que lo sea. Por eso quiere saber “qué es lo que motiva que se hable de abusos. Si hay algo que está fallando, estamos a la orden, porque queremos contribuir a la mejora del servicio” (Búsqueda Nº 2.005).
El vocablo no tiene dos lecturas. Abusar es utilizar ese derecho con desbordes, sin prudencia, pensando solo en el beneficio personal. Los magistrados se deben tomar la licencia preferentemente durante las ferias judiciales de enero y julio.
Está muy bien que un gremio defienda a sus asociados pero además debe velar por los intereses de los usuarios, a quienes afectan ese y otros abusos. Los magistrados que integran la AMU son los mismos que deciden sobre todo conflicto de los uruguayos, entre sí o con el Estado. Nada menos.
Algunos abogados me dicen que los perjuicios no solo surgen de las licencias, porque quienes abusan son los menos. “Hay incumplimientos peores, como no respetar la hora fijada para las audiencias, atrasos en el trámite de muchos expedientes y jueces arrogantes que menosprecian a los abogados y, consecuentemente, a los usuarios. Algunos pasan de ser directores del proceso a dictadores del proceso”, comentó uno.
Antes de esta controversia el ministro de un tribunal civil, Edgardo Ettlin, había reflexionado en su blog sobre el comportamiento de los magistrados. Los jueces y los siete pecados capitales, tituló su análisis en referencia a lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia1.
El magistrado aclara que mediante su análisis pretende realizar un examen de conciencia además de una autocrítica.
Cuando se trata de jueces, señala, las malas acciones “no solo los perjudican a ellos mismos, sino, lo que es peor, menoscaban (en ocasiones irreversiblemente o en forma muy difícil de reparar) a los demás. De ahí la tensión que cada juez debería formularse para cuidarse en su conducta. Las transgresiones conductuales de los jueces pueden comportar consecuencias muy graves...”.
En su razonamiento se pregunta qué pecados capitales tientan a los jueces y en qué suelen pecar. Para ello, además de su propia opinión, realizó diversas consultas a justiciables y a operadores del Derecho.
Para algunos, la falta más habitual es la pereza (abulia, flojera, haraganería, desidia, son algunos sinónimos), “a través de la cual muchos jueces suelen dejar al descubierto su ignorancia y su insensatez”. Otros consideran que el peor defecto de un juez es la soberbia y uno de los consultados afirmó que los jueces son egocéntricos por antonomasia y por ello sordos al sentido común.
Otros opinaron que el peor pecado en el que puede incurrir un magistrado es la ira, “porque no permite la reflexión ni escuchar la voz de la razón, tan necesarias en la labor del pensador y del investigador de Derecho”. No faltó quienes creyeron que el peor defecto de los jueces pude ser la avaricia, reflejada en la codicia por elogios, mejores cargos, palestras y distinciones, eventualmente inmerecidas, que a veces les lleva a vender el alma (rectius, la opinión) por querer contemplar intereses o congraciarse con poderes o poderosos de turno”.
Los consultados también advirtieron sobre el riesgo de la envidia, nociva como parte de la egolatría y de la ambición competitiva, porque algunos jueces pretenden destacarse para alcanzar la cima de la realización en el poder o en la consideración de los colegas.
¿Lujuria y gula?, se pregunta Ettlin sobre los dos pecados restantes. “No significan necesariamente sexo y apetito, sino el afán de pretender la admiración y la reverencia, de querer imponer jurisprudencias pensando el juez en la propia gloria y no en los casos concretos que juzga (…) aun a costa de violar las normas o los procedimientos”.
La enorme mayoría opinó que la peor combinación para un juez son la soberbia, la pereza y la ignorancia. “Es fatal en un juez la ignorancia vinculada a la falta de humildad y petulancia. Y si bien la ignorancia no es un pecado capital en sí, en el juez es un defecto imperdonable e inexcusable, eventualmente de la mano de la soberbia. Porque no hay nada peor en un juez que cree que sabe cuando no sabe, o cuando estima que no tiene que estudiar ni que aprender”, dice el ministro.
Cualquiera de esas formas de comportamiento irregular de los jueces podría considerarse como una forma de corrupción, dijeron los consultados.
El viernes 1º, al asumir como nuevo presidente de la Corte, Eduardo Turell –que se jubila el 12 de octubre de 2020– consideró “preocupante” que el Poder Judicial no tenga una “buena imagen” entre los ciudadanos, a diferencia de la que tiene en el exterior. Seguramente, algunas respuestas a su preocupación surgen del blog de Ettlin.
Sorprendió que le advirtiera a los periodistas que “serán pocas las veces” que responda a sus inquietudes. Esconderse amplía la brecha entre el ciudadano y el Poder Judicial y afecta la imagen que tanto le preocupa. No alcanza con comunicados de prensa, es necesario someterse a repreguntas, porque forma parte de la transparencia.
(1) edgardoettlin.blogspot.com, 13 de enero.