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    Los miserables

    Nº 2104 - 30 de Diciembre de 2020 al 6 de Enero de 2021

    Los canallas son “personas despreciables y de malos procederes”, quienes —lamentablemente— abundan entre la fauna política.

    Es de gente vil cambiar la dirección de sus opiniones de acuerdo hacia donde sople el viento y no guiados por su brújula moral. Son los que pedían cuarentena obligatoria (con todas las restricciones a la libertad que ello implica) y ahora se quejan porque se busca reglamentar (por pocas semanas) el derecho de reunión. Pero omiten decir que tal medida es para frenar la ola de contagios estimulada por la convocatoria a marchas, manifestaciones, actos políticos, reclamos sindicales o tamborileadas, impulsadas desde sus propias filas.

    Estos sujetos siempre argumentan utilizando la falacia ad hominem, desacreditando a la persona para desacreditar sus dichos o sus hechos. Las cosas son buenas o malas dependiendo de dónde provengan: si un gobernante del partido “A” restringe ciertos espectáculos públicos, es porque no tiene sensibilidad por los actores; pero si el gobierno del partido “B” suspende el carnaval, lo hace para proteger al pueblo.

    Las falacias se utilizan desde siempre, pero los ruines las han llevado a un nivel tan bajo y simplote que solamente un niño, un tonto o un fanático pueden creer en ellas. El problema es cuando esta forma mendaz de debatir ideas se transforma en regla, mientras el uso de la lógica, los datos objetivos y las buenas intenciones devienen en excepción.

    Nada de esto debería sorprendernos viniendo de quienes viene. No es la primera vez que ciertas fuerzas políticas están del lado equivocado de la historia, apoyando golpes de Estado, pidiendo el no pago de la deuda (default), defendiendo tiranos o manejando negocios entre gallos y medias noches.

    La vileza fluye también entre legisladores que afirmaban que la “solidaria” Cuba ponía a disposición del mundo el remedio Interferón y a sus médicos, mientras el presidente Donald Trump promovía “estudios secretos” para que la vacuna fuera solo para Estados Unidos. Seguimos esperando por la solución cubana, mientras el mundo empezó a vacunarse con soluciones capitalistas.

    Otros reclaman más gasto, más endeudamiento público y más subsidios, pero no dicen cómo ni cuándo pagarlos, sabiendo que eso nos hundirá aún más. Han llevado la máxima “cuanto peor, mejor” a niveles insospechados. Sin límites, sin frenos, sin pudor.

    Ahora están preocupados porque “seguimos sin saber si hay plan de vacunación, pero el presidente se fue a la playa” y un senador lo pretende escrachar diciendo que anda en auto por las dunas, cuando, en realidad, se trata de una calle invadida por la arena. Siempre se puede caer un poco más bajo. Solo es cuestión de esperarlos.

    Quienes así proceden, le hacen un gran daño a la sociedad. Daño que no solo se medirá en muertes o en la caída del PBI, sino que se verá en la degradación moral que nos irá invadiendo a todos. Y todos seremos un poco más miserables.