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    Maldito telescopio

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2258 - 4 al 10 de Enero de 2024

    , regenerado3

    Estamos en 1609, es verano en el hemisferio norte, tal vez agosto. Un hombre llamado Galileo camina de un lado a otro en su casa de Padua. Espera la noche, el momento de apuntar por primera vez al cielo con el telescopio que acaba de fabricar, un instrumento de refracción de 1,27 metros de largo con una lente convexa delante y otra lente ocular cóncava que él mismo ha tallado. Esa noche u otra de las siguientes verá las montañas y los cráteres de la Luna, advertirá que no es perfecta y que es, como nuestro planeta, un cuerpo rocoso con irregularidades en la superficie y no una esfera perfecta hecha de éter, como se pensaba entonces. Un descubrimiento muy peligroso, como otros que vendrán en los meses sucesivos.

    Pasan los días, ya estamos en el invierno boreal, en el mes de enero del año del Señor 1610. Galileo observa los cuatro satélites de Júpiter y sus desplazamientos, la forma de orbitar y confirma sus sospechas sobre la validez del sistema heliocéntrico de Copérnico. Ese mismo año escribirá y publicará sus observaciones en un tratado que llamará Sidereus nuncius (Mensajero sideral), libro del que se hará un tiraje de 550 ejemplares que se agotará en una semana.

    Él todavía no lo sabe, pero el pequeño ejemplar de treinta páginas provocará el colapso del sistema geocéntrico y moverá los cimientos del mundo renacentista. Tampoco imagina (¿o ya lo sospecha?) que dentro de 23 años será obligado a viajar a Roma, declarará durante dieciocho días frente a un tribunal de la Inquisición y, en una sala de Santa María Sopra Minerva, tal vez bajo la bóveda gótica de estrellas pintadas sobre fondo azul, formará parte de un enfrentamiento decisivo entre la ciencia y la religión. En ese mismo 1633 será condenado por el tribunal del Santo Oficio, obligado a “abjurar, maldecir y detestar los errores y herejías” que lo llevaron a sostener el heliocentrismo y el movimiento de la Tierra, y habrá pronunciado su tan popular como improbable “eppur si muove”; aunque no podemos saberlo con certeza, ya que muchos de los documentos de ese proceso siguen blindados en el Vaticano.

    Pero volvamos a 1610, a la publicación del que será uno de los libros más importantes del Renacimiento, el que preparará el escenario para el heliocentrismo y para el método científico moderno, entre otras cosas. Sidereus nuncius contiene más de setenta dibujos y diagramas de la Luna, de constelaciones como Orión, las Pléyades y Tauro, de los satélites galileanos de Júpiter, descripciones, explicaciones y especulaciones sobre lo observado. El tratado llegó a sitios lejanos como la India o Rusia, como China. Desde su publicación se transformó en un libro codiciado y lógicamente su valor fue aumentando con el tiempo.

    Hecha esta necesaria introducción vengamos a la actualidad, o casi. En 1987 la Biblioteca Nacional de España denuncia el robo de un conjunto de obras científicas entre las que se encuentra, precisamente, un ejemplar de Sidereus nuncius. Sin entrar en detalles, baste con decir que la policía lo recupera en 1988, lo devuelve a la biblioteca, y que el recuperado sería el original. Pero aquí no acaba la historia del dichoso libro. En 2014 el Departamento de Conservación de la institución advierte que el ejemplar que para entonces figuraba en el catálogo es una falsificación, y lo comunica a la subdirectora técnica, pero inexplicablemente, como tantas instancias administrativas en tantos lugares del mundo, la advertencia cae en el olvido o la desidia o el ocultamiento, de eso no podemos estar seguros porque no hay un investigación policial. Sí, increíblemente todo queda en nada, ni siquiera se hace la denuncia ante las autoridades y, durante los cuatro años siguientes, en el catálogo de la institución aparece como auténtica la falsificación que dejó el ladrón.

    Después la historia se bifurca o, mejor dicho, las versiones se bifurcan. Tal vez la más creíble es la que cuenta que en setiembre de 2018 la directora la Biblioteca Nacional de España recibe un correo electrónico de Nick Wilding, profesor británico de la Universidad de Georgia (EE UU), en el que le advierte que el Sidereus nuncius que aparece en el catálogo digital de la Biblioteca es similar a otras obras de Massimo De Caro, famoso falsificador italiano. Solo entonces, o sea cuatro años después de haberlo sabido de la sustitución, la Biblioteca Nacional de España hace la denuncia policial.

    Indagando en el historial de préstamos del libro se descubre que en 2004 había sido solicitado para consulta por César Ovidio Gómez Rivero, un ciudadano uruguayo, el mismo que en 2007 había robado de la misma biblioteca dos mapamundis de Ptolomeo valorados en € 100.000 cada uno. ¿Vieron? Tomen nota los que dicen que los orientales somos una cantera de jugadores de fútbol, solamente. El 4 de junio de 2004, el uruguayo, munido de un carné de investigador falso (porque a este espacio solo acceden quienes acreditan ser investigadores), pidió para consultar el libro de Galileo y es en esa fecha (diez años antes de que se descubriera y catorce antes de hacer la denuncia policial) que Gómez habría hecho el cambiazo.

    Cuatrocientos años antes Galileo, que perfeccionó el telescopio, que escribió el Sidereus nuncius a partir de observaciones con las que sienta las bases del heliocentrismo y del método científico, pagó caro tanto talento y trabajo. Primero, el maldito telescopio lo hizo quedar ciego por mirar el sol sin protección. Segundo, la Santa Inquisición, después de sentenciarlo y condenarlo, lo hizo recluir en su casa hasta la muerte. Rex lex, dura lex.

    Por otro lado, las autoridades de la Biblioteca Nacional de España, responsables de la custodia de uno de los libros más valiosos de su acervo, ocultaron o al menos no denunciaron el robo del tratado hasta pasados cuatro años de descubierto y catorce de producido. Y eso porque un investigador los puso en el brete de blanquear la sustracción. Desde entonces y hasta hoy, ¿alguien ha sido llamado a responsabilidad por conducta negligente?, ¿hay algún proceso penal o al menos civil por la pérdida o por las omisiones?, ¿alguien ha renunciado o ha sido destituido de su cargo? Nada, ni renuncias ni destituciones, mucho menos procesos judiciales. Ni siquiera trascendió a la prensa hasta una investigación de El País de Madrid de marzo de 2021. Una impunidad llamativa, una paradoja de la justicia y, sobre todo, un claro contraste con el final que tuvo el pobre Galileo.

    (Continuará)