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    Más educados

    Nº 2213 - 16 al 22 de Febrero de 2023

    Entre tantos temas de la actualidad nacional que ocupan la agenda —desde las novedades en torno al cada vez más complejo “caso Astesiano” hasta las reformas en el sistema jubilatorio y la enseñanza—, algunas cuestiones pasan desapercibidas. Es natural que así sea dada la vorágine informativa cargada de asuntos relevantes y lo efímera que parece ser la atención de la gente, algo característico de la vida actual. Además, hay una tendencia a solo mirar aquello que provoca resultados en lo inmediato, ahora, ya, o a lo sumo en un mes. Pero hay fenómenos que requieren tiempo, porque tocan raíces culturales.

    La noticia de la incorporación de la educación económica y financiera de nuestros niños y adolescentes de manera sistemática, a partir de un convenio suscrito la semana pasada entre la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) y el Banco Central (BCU), pasó de manera fugaz por los medios de comunicación y de las redes sociales, aunque es posible que sea una de esas novedades que pueden ser importantes a largo plazo. Si es exitoso, en algunos años tendremos generaciones de uruguayos más preparados para manejar su dinero y para entender ciertas lógicas y debates acerca de la economía del país.

    Para el BCU esto de la educación financiera no es un esfuerzo nuevo. Desde hace más de una década lleva adelante un programa que incluye ferias temáticas y talleres de capacitación referidos al presupuesto familiar, la inflación, la política monetaria, la supervisión y regulación de los bancos y financieras, entre otros conceptos. Por allí pasaron niños y adolescentes de educación primaria, secundaria, enseñanza técnico profesional, docentes, periodistas, familias, empresarios, dirigentes sindicales, jubilados y hasta personas privadas de libertad. Pero el propósito de este convenio con la ANEP es amplificar el alcance y sistematizarlo, para que esos conocimientos lleguen a todos quienes reciben educación formal y que, por qué no, derramen a sus núcleos familiares.

    Contar con una población más educada en estas cosas podría parecer banal, pero no lo es.

    Si las personas supieran hacer una mejor planificación de su presupuesto serían menos las que se endeudan con instituciones o prestamistas hasta quedar ahogadas, como les ocurre a muchas en la actualidad. Y si comprendieran la importancia y las opciones de ahorro e inversión, serían más las dispuestas a postergar el consumo presente para gastar en el futuro el dinero rentabilizado, considerando también la etapa de la vejez. Así, quizás existiría un mercado de crédito más saludable, profundo y eficiente, con beneficios para todos.

    Los debates acerca del manejo de la economía uruguaya dejarían de ser algo restringido a los dirigentes, a las élites o a los profesionales de esta ciencia. Seguramente una ciudadanía más educada en economía y finanzas sería más exigente con los políticos y técnicos a cargo de tomar las decisiones que impactan sobre ellos y en toda la sociedad. Es probable que esos niños y adolescentes mejor formados no se conformen con que Uruguay tenga niveles de inflación del 8% anual y que exijan bajarlos, al comprender que les quita poder adquisitivo a sus ingresos y que distorsiona la economía. O entenderían que los déficits fiscales se solventan con endeudamiento que pagan generaciones futuras, y pedirían que los jerarcas actúen con más vigilancia sobre los dineros de todos.

    Es cierto que la currícula de la educación tiene mucho para cambiar en aspectos seguramente más centrales, entre otros problemas que arrastra el sistema. No hay que distraerse de eso, porque allí se juega gran parte de las chances de elevar la productividad del país. Pero la decisión de incorporar la temática económica y financiera es un claro acierto.