Más y mejor flexibilidad laboral

Más y mejor flexibilidad laboral

La columna de Guillermo Sicardi

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Nº 2082 - 30 de Julio al 5 de Agosto de 2020

Grandes y poderosas empresas están presentándose en quiebra, cerrando sucursales o reduciendo operaciones: Victoria’s Secret, Hertz, Zara, Nike, J.C. Penney, Sears, el Cirque du Soleil, Rolex, Hermes o Chanel. Si estos “transatlánticos” fueron hundidos o están gravemente heridos, ¿qué podemos esperar de nuestros barquitos locales?

Para poder recuperar estos miles de puestos de trabajo y crear nuevos, será necesario reducir al mínimo las barreras a la contratación. Y esto pasa por más y mejor flexibilidad laboral.

Para los sindicalistas la palabra “flexibilidad” es una mala palabra. La ven como una pérdida de “derechos adquiridos”, arrancados a los “empresarios explotadores” luego de “luchas” para evitar la “plusvalía”, basados en la teoría marxista del valor-trabajo. Están equivocados. Siguen sin entender que la flexibilidad laboral favorece más al buen trabajador que al empresario.

La reducción de los ingresos que está sufriendo la mayoría de las familias no se corrige con subsidios, ni “poniendo dinero en el bolsillo de la gente”, imprimiendo dinero sin respaldo, endeudándonos hasta el infinito, prohibiendo despidos ni imponiendo indemnizaciones dobles, como mal hacen en Argentina.

Los caminos de solución (no la solución) pasan por otros lados. Uno de ellos es facilitarle a un desocupado, o a un joven que quiere ingresar al mercado laboral (donde la desocupación ronda el 30%), que negocie libremente sus condiciones de contratación, sin el corset del carácter de “orden público” que poseen la mayoría de las normas laborales.

¿Quién mejor que uno mismo para saber si el empleo que nos ofrecen nos resulta conveniente en nuestras actuales circunstancias? La legislación laboral uruguaya nos impide tomar esta decisión. Se trata de un “todo o nada”. El “todo” incluye el pago de un salario mínimo, licencias anuales, de estudio, por casamiento, por fallecimiento de un familiar, por ir a donar sangre, por hacerse el Papanicolau y decenas de beneficios acordados por cada sector de actividad.

Este paquete de beneficios se otorga sin importar la experiencia, capacidad o actitud del trabajador, pero lo peor del asunto es que tampoco contempla su real deseo de aceptar tal oferta (que seguramente no sea la mejor, pero es la mejor opción que tiene en ese momento).

En los países donde hay menos rigidez laboral (paradójicamente) es donde hay menor desempleo, ya que “si es fácil despedir es fácil contratar”.

Bajo tales reglas, los empleados están más satisfechos, ya que negocian mejor sus intereses particulares: algunos preferirán más salario mensual y menos vacaciones, otros, horarios más flexibles para poder estudiar y casi todos terminan encontrando su mix ideal entre salario monetario, condiciones laborales y “salario emocional”.

El otro camino clave para crear más empleo es el de la productividad. El sindicalismo lucha por defender “los puestos de trabajo”, no importando si estos agregan valor o son una carga al costo del producto final. El ejemplo más notorio es el del guarda de ómnibus: no agrega ningún valor, pero encarece el precio del boleto que —paradójicamente— pagan otros trabajadores. Lo que hay que defender no es al “puesto” de trabajo, sino a la “persona” que lo ocupa para que adquiera nuevas destrezas que sí agreguen valor al proceso productivo.

La mayor productividad de la mano de obra (es decir, que una persona pueda hacer más en el mismo tiempo y con el mismo o menos esfuerzo) es gracias a la inversión de capital. Cuando un capitalista compra un tractor, el obrero no tiene que deslomarse en cavar una zanja. Cuando capitalista invierte en robotizar una planta de faena de animales, el obrero no tiene que estar ocho horas por día cortando muslos, sino que podría producir comidas ya elaboradas, donde gane más la empresa y gane más el trabajador por unidad producida.

Y cuánto más gane la empresa, más ganas tendrá el empresario de reinvertir tales ganancias y así crear más empleos y mejor remunerados.

Así funciona el mundo próspero. Con más y mejor flexibilidad laboral. ¿Funcionará así en Uruguay?