Matar no duele, morir de golpe, menos

Matar no duele, morir de golpe, menos

La columna de Gabriel Pereyra

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Nº 2176 - 2 al 8 de Junio de 2022

Repitamos mil veces, o las que sean necesarias para entenderlo y saber dónde poner los miedos y eventuales soluciones: es casi imposible que alguien pueda prevenir un homicidio.

Jaqueado por una ola de asesinatos, la mayoría presuntamente “ajustes de cuentas”, el ministro del Interior, Luis Alberto Heber, terminó por verbalizar esta imposibilidad en estos días, en que la oposición, hasta hace poco gobierno, le reclama soluciones, como si no supiese que cuando le tocó el turno, la solución a esos crímenes no apareció. Y no apareció porque todos actúan como aquel borracho que había perdido sus llaves en una esquina, pero las buscaba en la esquina de enfrente porque en esa había luz.

Creemos que porque los hechos nos permiten mirar vamos a lograr ver. Cuando en realidad estamos mirando donde el problema no está. O al menos las causas de ese problema, que es en realidad la consecuencia de décadas de políticas fallidas en lo social, sanitario, educativo, alimenticio, urbanístico, en suma, en la comprensión de un fenómeno que, a la luz de urgentes intereses políticos, se torna más complejo de lo que ya es.

Esta seguidilla de homicidios puede crecer, frenarse, frenarse para crecer, etc., porque su ocurrencia, cuando es en una andanada, responde en general a cuestiones coyunturales. Lo que no podemos dejar de advertir es que desde hace décadas las muertes violentas vienen en aumento. No es un asunto del mes pasado. Ni de 2005, como algunos groseros malintencionados dicen.

Si no lo entendemos y lo hacemos entender, viviremos frustrados, buscando soluciones donde no están y poniendo las responsabilidades políticas en el lugar inadecuado, como ocurrió antes y antes y antes.

El Ministerio del Interior puede enfrentar esta situación de diferentes maneras sin que ello sea una solución. Poner policías en todas las esquinas seguro que provocará en la gente un aumento de la sensación de seguridad, hasta que las ejecuciones ocurran a mitad de cuadra, o se trasladen a otro barrio, o se hagan puertas adentro, como la violencia doméstica, que seguirá ocurriendo aunque declaremos el estado de guerra.

Puede tratar de saber cuál es el disparador de estos homicidios en racimo (un grupo que se intenta imponer sobre otro, uno que le robó la droga a otro, etc.) implementando acciones de inteligencia, muy frágiles tratándose de bandas de origen familiar, donde la sangre, la derramada y la que corre por las venas, hace difícil el obtener testigos o colaboradores.

Atrapar a los responsables no es menor, en una cultura de impunidad que se ha ido incrementando con el tiempo, ya que si en el total de homicidios la aclaración es del 50%, vaya a saber uno cuánto es entre el 50% de homicidios calificados como “ajustes de cuentas”.

Pero sin descuidar lo urgente, ¿qué hacemos con lo importante? ¿Qué hacemos para que en unos años no sigamos hablando de estos crímenes infames de hombres jóvenes contra hombres jóvenes que dejan tras de sí una estela invisibilizada de dolor en madres, hermanos, hijos y una comunidad asustada y confundida?

Manuales de cómo evitar un homicidio no existen. Pero sí existe abundante bibliografía, investigaciones y políticas aplicadas que revelan qué cosas son importantes para evitar, minimizar, nunca eliminar, la posibilidad de que un hombre se convierta en un homicida.

Podría citar decenas de autores. Luis Moya Albiol, profesor de Psicobiología de la Universidad de Valencia, dice que los niños maltratados podrían indicar que los daños en el circuito neuronal implicado en la violencia perpetúan su ciclo a través del incremento de la activación de ese circuito como respuesta violenta y la anulación de la modulación del mismo hacia la empatía.

“Como consecuencia del maltrato infantil aparecen alteraciones del hipocampo, la amígdala, el giro temporal superior, el cerebelo, el cuerpo calloso, la corteza prefrontal y el volumen cerebral y ventricular. Las áreas cerebrales señaladas coinciden en gran parte con aquellas que presentan alteraciones en los adultos agresivos, por lo que podrían conformar la base neurobiológica del ciclo de la violencia. No se trata solo de que el modelo de maltrato pueda aprenderse y desarrollarse de adulto, sino que, además, las áreas cerebrales dañadas a consecuencia del maltrato predisponen a que el individuo maltratado presente un cerebro potencialmente violento, más predispuesto al desarrollo de conductas violentas”, agrega.

En Uruguay, el 60% de los niños sufre algún tipo de violencia. Quizás sea este un lugar por donde empezar.

¿Cuántos de estos jóvenes sicarios fueron niños maltratados y cuántos tienen problemas genéticos, algún tipo de enfermedad mental que los predispone a la violencia?

El genetista español David Bueno dice que las sociedades no hurgan en esto porque temen que se convierta en un eximente en posibles cuestiones legales.

Pero la agresividad en general surge de otro lado.  “Una zona del cerebro, llamada amígdala, se encarga de detectar los posibles peligros y de responder de forma preconsciente, y la agresividad es una de las respuestas más rápidas. En una sociedad en la que no se ha educado para disminuir su nivel de agresividad y vive en cierto estrés, que inhibe los procesos de reflexión, es muy fácil que se den comportamientos agresivos ante situaciones que no son peligrosas en absoluto. El cerebro en aquel momento, por su circunstancia puntual o por una patología, interpreta un peligro cuando muchas veces no lo hay”, dice Bueno.

Procesos de reflexión, sostiene. ¿Cómo podemos pretender que cada vez menos jóvenes incursionen en la violencia cuando los procesos de reflexión que nos proporciona la educación no los tienen incorporados, ya sea porque el sistema los expulsó, ya sea porque aún el sistema no sabe en qué instruir para tener una sociedad mejor?

No, nunca he visto a las autoridades educativas en una mesa de debate sobre homicidios.

¿Estamos hablando solo de la tan criticada enseñanza secundaria? Si pensamos en eso en relación con estos actos de violencia es porque vamos muy lento.

“La educación es la clave para disminuir estos niveles. Es más efectiva antes de los tres años. Hay estudios con gemelos, con los mismos genes, uno educado en un ambiente agresivo y el otro en un ambiente tolerante, y la respuesta es totalmente distinta cuando son adultos”, explica el genetista.

Ya ni de educación formal hablamos, sino de primera infancia. Entre la Policía llegando al lugar del homicidio y una cuna donde un uruguayo empieza a recibir lo que debe en primera infancia, está la distancia entre lo que podrían ser soluciones a largo plazo y estos fracasos cotidianos.

Pero no, nunca vi genetistas, ni pediatras, ni neurólogos en las mesas de debate sobre la violencia.

El cuidado en esos primeros meses de vida y la educación formal después, son tan importantes que no se proponen eliminar la agresividad, una condición innata del ser humano para enfrentar la adversidad, sino que la pulen para que solo se manifieste cuando es necesario.

El Instituto de Neurociencia de México complementa la idea de que la violencia, que no es lo mismo que la agresividad, “adquiere su clasificación y significado de acuerdo con los actores que la ejercen, los motivos que la sustentan y los contextos donde se desarrolla; así, las diferentes violencias pueden ser: institucional, social, política, de Estado, escolar, sexual, de género, conyugal, doméstica, familiar, etc.”.

“Los contextos donde se desarrolla”. El homicidio es un acto contextual. ¿O realmente alguien piensa que los muchachos de la periferia nacen más malos que los de la costa?

¿Tendrá algo que ver con estos homicidios que nos convocan que sus autores hayan nacido en la pobreza y toda la violencia que ella implica?

¿Tendrá que ver que hayan nacido en hogares desestructurados, convertidos en presas del narco que manda en el barrio y que les da lo que nunca hubiesen podido alcanzar porque no tuvieron ni educación ni ejemplos de cultura de trabajo en antepasados que nacieron y murieron entre el frío y la mugre?

Advierto en estos jóvenes y sanguinarios asesinos vestigios de inteligencia y de una elección acorde a su contexto: “Sé mis limitaciones; tengo por delante una vida de privaciones y si tuviera hijos, ellos también las tendrían, como la tuvo mi madre, mi abuela; miles están sentados en la mesa del consumo y nunca estaré invitado; hay un camino corto; ¿peligroso? ¿Qué es el peligro al lado del dolor y la soledad de no ser nadie, salvo cuando me pongo la 9 milímetros al cinto? No fui nadie, ni lo soy, ni lo seré. ¿Dolor? Matar no duele, morir de golpe, menos”.

Repitamos mil veces: es casi imposible que alguien pueda prevenir un homicidio. Y con un agregado: la Policía menos.