Nº 2217 - 16 al 22 de Marzo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl individualismo es una marca occidental que tiene su raíz en la filosofía clásica. Si bien en términos políticos no parece ser una postura de recibo en medio de sociedades fuertemente estructuradas en torno al dominio estatal, la irreverente vivacidad de la filosofía y la lógica del comercio abierto suscitaron la aparición de la resolución personal, del ámbito íntimo y exclusivo, del sello propio, de la preeminencia del sujeto en un mundo donde la extensión objetiva de lo cósmico se quedaba con toda posible singularización.
Bajo este punto de vista, es fácil conjeturar que las ideas histórico-culturales de Las metamorfosis reflejan ese cambio radical en la mentalidad del período clásico; Ovidio no podía sino ser un individualista de principios y llevar esa postura a todos los extremos, a todas las partes de su creación. Este individualismo es para la era helenístico-romana solo el reverso del universalismo impersonal y paciente que venía desde antiguo. Fue especialmente expresivo Ovidio en su descripción del caos primitivo y el surgimiento del cosmos a partir del incomprensible desorden; de repente aparece un cierto “Dios” y “una naturaleza mejor” (I, 21). Quiero decir: la construcción del cosmos se atribuye precisamente a este principio, casi personal; incluso leemos sobre el “constructor del mundo”, en completa contradicción con el libro XV, donde la distribución de los elementos se interpreta de forma completamente natural.
No es raro el punto. En la época de Ovidio ya estaban diseminándose algunas ideas monoteístas; Roma absorbió muchos elementos de los territorios conquistados y no es extraño que al sincretismo religioso que produce la convivencia forzosa de dioses diferentes sigan conceptos que impregnan el pensamiento de una perspectiva más exactamente particular. Ello en cierto sentido explica su necesidad de introducir algún tipo de principio personal en su cosmogonía. Hay que transitar en los detalles del poema para entender la clara atención que el poeta le presta al despliegue poderoso de una personalidad vigorosa que sueña con dominar las extensiones del universo. Tal es la representación de Faetón, el hijo del Sol que pretendía gobernar el carro solar en lugar de su padre, pero no pudo contener a los caballos que corrían titánicamente hacia adelante, cayeron del carro, volaron sobre el universo y se estrellaron. Así es el análogo caso Ícaro, no menos insensato, alzándose sobre sus alas y pereciendo también de su locura.
Ovidio, que conoció profundamente la fascinación de la autoafirmación individual, es consciente por completo de los escarpados caminos y de las sombras que acechan su realización; sabe que junto con las determinaciones de la lucidez está la oscuridad honda de las pasiones reclamando su lugar en la faena de la existencia; la tragedia, en cuanto desmesura de la pasión, es la forma más violenta y acaso también más hermosa de la individualidad, es el diálogo angustiado y feliz con el abismo que todos llevamos dentro, son las voces que escuchaba Nietzsche en los últimos años de su encierro, las visiones de Macbeth, la ira de Aquiles cebándose en el cadáver de Héctor, sus lágrimas ante Príamo, el lecho de Dido esperando a Eneas, la hoguera con la que habrá de despedirlo.
En Las metamorfosis, Ovidio se ocupa de ordenar y narrar con resplandecientes figuras distintos excesos, por ejemplo, los que tienen que ver con el atrevido proyecto de ciertos mortales de medirse con las divinidades; conflicto que los humanos saben que perderán, pero que no pueden dejar de afrontar. Tal es el significado de los mitos sobre la contienda entre Penteo y Baco (III, 511-733), Aracne contra Minerva; Níobe contra Latona, a quien ofendió por haberse jactado de tener muchos hijos y por eso debió pagar con la muerte de las criaturas y la imposibilidad de darles sepultura; Marsias contra Apolo, sobre la falta de respeto de Acteón a Diana. En el mito de Narciso, su héroe, orgulloso y frío, rechazando todo amor, se enamora de sí mismo, de su reflejo en el agua, muere de añoranza y por la incapacidad de encontrarse con su ser amado.
Medir fuerzas con los poderosos es inevitable para la mentalidad que adoptó profundamente el sentido de soberanía individual; en la guerra cósmica pierden esos hombres, es cierto. Pero en su derrota se construyen como rectamente sienten que deben ser.
La libertad es un acto de perfeccionamiento.