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    Menos ADN y más ABC

    Nº 2190 - 8 al 14 de Setiembre de 2022

    Debe ser la noticia más importante del año y hasta puede llegar a ser la más trascendente del actual período de gobierno. El presidente de la República, Luis Lacalle Pou, y sus principales socios en la coalición de gobierno respaldaron en forma conjunta los cambios que se están promoviendo en la educación y asumieron el compromiso de defenderlos y avanzar en ellos, por más resistencias que se generen a nivel sindical o de organizaciones sociales. Era hora.

    No hay nada de mayor relevancia que esa decisión porque es en la educación en la que se define el futuro. Se podrán firmar muchos tratados de libre comercio, hacer reformas económicas o previsionales, llenar de policías las calles para combatir la delincuencia, pero si las nuevas generaciones no reciben la enseñanza adecuada, la historia volverá a repetirse año tras año.

    Los países que realmente pudieron concretar un despegue y luego mantenerse en el desarrollo apostaron en determinado momento casi todas sus fuerzas a la formación de los más jóvenes. No hay excepciones ni recetas mágicas. Los famosos nórdicos tantas veces puestos como ejemplo, Corea del Sur, las potencias europeas, todos ellos manejan la enseñanza como una política de Estado y le destinan una parte importante de sus recursos públicos. Lo mismo ocurre con Nueva Zelanda, tantas veces citada por sus similitudes geográficas con Uruguay.

    Pero aquí hace décadas que estamos estancados. No es que no haya habido ningún avance, pero terminan siendo puntuales y superficiales. Las cuestiones de fondo, las que importan, no solo no cambian desde el siglo pasado sino que están cada vez peor. Hay excepciones, como el Plan Ceibal, una excelente iniciativa que quedará en la mejor historia. Pero eso ocurrió hace más de 15 años, que para los temas educativos es como si fuera un siglo.

    La última gran reforma fue promovida por Germán Rama al finalizar el siglo XX. Incluyó cuestiones importantes como las escuelas de tiempo completo, los centros regionales de formación docente, la obligatoriedad de la educación para los niños de cuatro y cinco años y algunas modificaciones a la currícula. Por supuesto que provocó resistencias de todo tipo, muy especialmente de los sindicatos y del Frente Amplio, aunque también de dirigentes importantes del Partido Nacional. Pero Rama asumió el costo político y concretó. El tiempo se encargó de reivindicarlo.

    Luego llegó la crisis del 2002 y el 1º de marzo de 2005 asumió el Frente Amplio el gobierno, por primera vez en la historia de Uruguay. Tenía todo para profundizar en la reforma. Es más, muchos dirigentes izquierdistas importantes habían trabajado con Rama en los cambios. Pero no enfrentó como era necesario a los sindicatos de la educación.

    En el primer gobierno solo concretó el Plan Ceibal y separándolo de la órbita de la Administración Nacional de Educación Pública para que pudiera funcionar. Vázquez eligió a personas muy ejecutivas y las puso a trabajar por fuera de la estructura de la enseñanza y con poder de mando. Fue muy sintomático el camino elegido. Fuera de eso, se logró hacer muy poco.

    En el segundo período, el presidente José Mujica puso a la educación en el centro de sus prioridades. En su discurso de asunción ante la Asamblea General fue la palabra que repitió más veces. A mitad de su mandato, concluyó que la única forma de hacer cambios era pasar por arriba a algunos de los sindicatos del área. No pudo. Sí logró formar la Universidad Tecnológica (Utec) en el interior del país, con un amplio consenso político, y algunos cambios en UTU. Pero las cuestiones más importantes quedaron igual o peor que antes. Perdió la batalla y así lo asumió luego, desde el llano.

    En el tercer período, encabezado otra vez por Vázquez, la situación empeoró más todavía. El slogan de campaña, con el que fue reelecto el Frente Amplio, era “cambiar el ADN de la educación” pero no se cambió ni el ABC. Los que lo intentaron quedaron por el camino. Los que se quedaron hicieron poco. Y los resultados fueron desastrosos. Así lo muestran las mediciones de aprendizaje nacionales e internacionales y también los índices de deserción y ausentismo.

    Ahora parece haber cambiado el viento. No hay discursos tan pretenciosos pero sí la decisión política de hacer los cambios. Ya no se habla del ADN y en su lugar se analiza cómo mejorar en concreto el ABC. Las protestas están instaladas y son cada vez más virulentas, como era previsible, pero no parece que vayan a tener un efecto suspensivo, como antes. Según las últimas encuestas, hay una inmensa mayoría de uruguayos, de todos los partidos, que reclama que los cambios se hagan de una vez. Es el momento de escucharlos.