N° 2059 - 13 al 19 de Febrero de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáFinalmente la expectativa de que nuestra selección Sub-23 pudiera conseguir en Colombia alguno de los dos lugares en juego para participar en los próximos Juegos Olímpicos de Tokio se vio definitivamente frustrada en la noche del pasado domingo.
En nuestras últimas columnas ya nos ocupamos del sinuoso derrotero del equipo dirigido por Gustavo Ferreyra. Desde su victoria inicial ante Paraguay, siguiendo por las dos derrotas consecutivas ante Brasil y Bolivia, y su último triunfo ante Perú, en el cierre de la serie. También de cómo el destino (o el simple azar) hizo que una improbable combinación de resultados en los restantes partidos de esa última fecha depositara a nuestra selección —quizás sin merecerlo— en la fase semifinal del torneo.
Vino entonces una derrota inicial frente a Argentina, primera en la otra serie, producto de la conjunción de algún error individual, con un planteo nuevamente timorato del técnico, corregido recién en el correr del segundo tiempo, apenas para maquillar el resultado final. Ello empero, el inesperado posterior empate entre Brasil y Colombia nos permitió mantener todavía viva la esperanza de clasificar. Claro que se interponía en ese anhelo un rival, como nuestro vecino del norte, que ya nos había vencido en la instancia previa, con un muy superior despliegue futbolístico.
Gustavo Ferreyra se animó por fin a realizar algunas variantes en la formación titular. Conformó una nueva dupla en la zaga con Gularte y Laborda y desde allí adelantó todas las líneas dentro del terreno, sin dejar que el rival se adueñara por entero de la iniciativa, tal como venía aconteciendo en todos los partidos anteriores. El medio campo —ahora con Ugarte como abanderado— se mostró bastante más prolijo en el armado del fútbol. Y, fundamentalmente, se sumó otro hombre a la ofensiva, para que el arco rival no quedara tan lejos.
Con un trámite bastante equilibrado, ya en el cuarto de hora final del primer tiempo, precisamente Ugarte cazó una pelota fuera del área y sacó un fuerte remate que superó al golero brasileño, poniendo en ventaja al elenco celeste. Sin embargo, la alegría duró apenas cinco minutos, pues una pelota que —tras un disparo intrascendente de un delantero rival, el arquero De Arruabarrena ya tenía controlada entre sus manos fue increíblemente desplazada por este detrás de la raya del gol, ante el estupor de quienes estaban en el estadio o veíamos la incidencia por televisión. De esa tan insólita manera Brasil empataba el partido, cuando se suponía que iba a retirarse al vestuario en el entretiempo, abajo en el marcador. El trámite del segundo período mostró una clara paridad en las acciones, al punto que Brasil solo llegó con peligro para el arco celeste apenas en una oportunidad (salvada en dos instancias por nuestro golero). Igualmente, ya en el final del partido, una exacta habilitación de Santiago Rodríguez –que debió haber ingresado mucho antes- dejó a Rossi de cara al gol, pero su remate defectuoso impidió que el elenco celeste se quedara con una victoria, que lo dejaba prácticamente clasificado para Tokio.
Así las cosas, la jornada del pasado domingo resultaba definitoria para nuestra chance, aunque no dependía solamente del resultado del partido ante Colombia, sino también de que luego Brasil no derrotara a Argentina, que ya había quedado anticipadamente con la cómoda clasificación en sus manos.
Había llegado por fin la hora de la verdad. Unos pocos días atrás una insólita combinación de resultados ajenos le había graciosamente devuelto al elenco celeste una chance seriamente comprometida por su propia ineficiencia. Restaba pues un último esfuerzo de su parte para consolidarla, justamente ante el dueño de casa, Colombia, que también se jugaba su destino.
Esta vez Ferreyra acertó en la conformación del equipo ymuy en especial en la superior audacia de su planteo táctico. Aunque sin ser demasiado prolijo en su fútbol, Uruguay se plantó dominante en la cancha, dispuesto a no cederle la iniciativa a su rival. Es cierto que el primer gol llegó tras un grueso error defensivo colombiano, pero cuando nuestro equipo ya insinuaba su superioridad. De todos modos, nada hacía suponer que esa mínima ventaja con la que se llegó al descanso iba a augurar un cómodo desarrollo de lo que restaba por jugar. Sin embargo, a poco de reiniciado el juego, un formidable remate lejano del volante Sanabria permitió estirar la diferencia en el tanteador. Y, casi sin tiempo para que el dueño de casa recompusiera su juego, llegó otro misil sorpresivo del lateral Rodríguez que se coló en el arco colombiano, liquidando anticipadamente el pleito, sin que en nada pesara el postrero gol de descuento del local
Así entonces, sacudida en sus entrañas, nuestra selección cumplía con la parte que le correspondía, y solo cabía cruzar los dedos y aguardar que, en el match de fondo, la ya clasificada Argentina culminara su valiosa campaña venciendo a Brasil, para que nuestro representativo pudiera quedarse con la segunda plaza para los próximos Juegos Olímpicos. Sin embargo, ello no sucedió. Mucho más motivado, y ratificando ser un muy buen equipo, el elenco norteño fue superior a un rival no demasiado dispuesto a complicarle la vida, alzándose con esa victoria que necesitaba para ser el restante clasificado.
Nos quedamos, pues, con las manos vacías. Después de tanto nadar contra la corriente, nos ahogamos en la orilla. Sin embargo, nadie puede razonablemente pensar, tras un análisis objetivo de lo que fue la campaña celeste en el torneo, que merecimos mejor suerte. Es que si algo quedó en claro, es que la tuvimos y en grado superlativo, para poder acceder a la ronda definitoria. Y si no logramos finalmente clasificar fue porque en la mayoría de los partidos hubo un planteo táctico ultraconservador, regalándoles graciosamente la iniciativa a los rivales de turno, y sin mayor audacia para la búsqueda del arco contrario. A lo que también se sumó el sorprendente magro rendimiento de algunos futbolistas de probada capacidad. Hubo demasiados errores, tanto en defensa como en el ataque, que influyeron decisivamente en el desenlace de varios partidos.
Este nuevo fracaso en el ámbito juvenil (el tercero en los últimos meses, luego del alejamiento de Fabián Coito) tuvo un ingrediente común: en todos ellos fue Gustavo Ferreyra quien estuvo al frente del equipo. Con los resultados a la vista, da la sensación de que no estuvo a la altura de lo que se necesitaba, más allá de las dificultades que debió afrontar a su debido momento, y que fueron determinantes para que el Maestro Tabárez lograra imponer la continuidad de su trabajo, pese a que varios dirigentes creían que su ciclo ya debía darse por concluido. Y cuando —por fuera del actual proceso de selecciones— existían varios técnicos de probadas experiencia y jerarquíazz para desempeñar eficazmente esa función.