Morir por mano propia

Morir por mano propia

La columna de Gabriel Pereyra

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Nº 2183 - 21 al 27 de Julio de 2022

“Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. El propio suicidio es un acto extraordinario. Así como llevamos, según Rilke, la muerte con nosotros, llevamos también el suicidio. El suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría. Me disculpo por citarme, pero creo que debo hacerlo. He dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. ¿Qué quería decir? Que la vida es soportable tan solo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra voluntad. Ese pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente, es un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos arrojados a este universo sin saber por qué. No hay razón alguna para que estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos, es una idea exaltante”.

Este pensamiento, tan poético como sombrío, algo que caracterizaba al filósofo rumano Emil Cioran, no refleja en absoluto el drama colectivo y cotidiano de las más de 700 familias uruguayas que cada año pierden a un ser querido víctima de suicidio, una pandemia local que pone a Uruguay en los primeros lugares del mundo en autoeliminaciones, de las que se producen unas 800.000 cada año en el planeta. Si bien la media mundial es de nueve suicidios cada 100.000 habitantes, la de Uruguay se ubica en 20, más del doble. La tanguera y siempre caótica Argentina tiene nueve y la superdesarrollada Finlandia 12. Claro, en Finlandia hace frío, dirá alguno. Pues bien, busquemos por otro lado: en Uruguay hay más suicidios en diciembre que en junio.

Aprehender este asunto del suicidio es como tratar de clavar un flan contra la pared. Este fenómeno rompe la lógica climática y geográfica (ocurre tanto en naciones tropicales como árticas), económica (hay altas tasas en naciones pobres y ricas), política (ocurre en democracias y dictaduras) y, sobre todo, fractura la lógica del instinto de supervivencia que caracteriza a la especie humana, la única capaz de autoeliminarse.

En 2021 fueron 731 los uruguayos que murieron por mano propia. Investigaciones internacionales se contradicen acerca de si ocurre más entre pobres que entre ricos, lo que antes era norma ahora es mito (no hay que hablar porque se replica, se dijo por años, y ahora claman para que se informe), y las afirmaciones contundentes siempre tienen un pero que las pone en tela de juicio.

En parte es la vida moderna, se podría pensar, el vivir corriendo, el amor por el consumo inalcanzable y sus frustraciones; pues bien, tomemos otro camino: entre 1931 y 1932 la tasa de suicidios en Uruguay era de 17 cada 100.000 habitantes, casi el doble que la media mundial actual.

Los uruguayos no solo no quieren traer vida a este mundo con su natalidad por debajo de la tasa de reemplazo, sino que además se quieren ir rápido, dejando atrás cadáveres bonitos. En 2020, pandemia del Covid mediante, el suicido entre los adolescentes aumentó 45%. En la franja entre 15 y 24 años el suicidio fue ese año la primera causa de muerte. “Cada tres días una persona en esas edades se quitó la vida”, dijo en su momento Lorena Quintana, responsable del Área Adolescencia y Juventud del Ministerio de Salud Pública, quien reveló las dimensiones del drama: “Después de que se suicida un adolescente, hay más de 100 personas que quedan afectadas”, entre compañeros de clase, familiares, vecinos: “Los supervivientes del suicidio”.

“Poderoso caballero”, el dinero; la economía, o lo que ella conlleva, está presente en algunos casos y por eso el pico máximo de suicidios se dio en la crisis de 2002 con 20,6 muertes cada 100.000 habitantes.

A juicio de Horacio Porciúncula, referente del Área de Salud Mental del Ministerio de Salud Pública, se debe realizar “una búsqueda de explicaciones más complejas que las circunstanciales y transitorias”.

Hay que tener en cuenta que “ninguna idea simple puede explicar de inmediato el índice de suicidios, ya que se trata de un fenómeno complejo”, dice una tesis de grado de la Facultad de Ciencias Sociales de Víctor González que “al comparar la tasa de suicidios consumados” constató que en los barrios pobres es casi el doble que en los ricos.

Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud señala que las mujeres suicidas pertenecen mayoritariamente a países de ingresos bajos y los hombres a los de ingresos altos.

Donde sí aparecen coincidencias en los estudiosos del tema es en relación con el vínculo que el suicidio tiene con otras formas de violencia: abandono y acoso infantil, bullying, acoso, violencia sexual, doméstica.

Las mujeres expuestas a violencia en la pareja tienen cinco veces más probabilidades de intentar suicidarse, según un trabajo internacional, que agrega: “La exposición a experiencias adversas en la infancia, como al abandono y maltrato físico, sexual y emocional, y vivir en un hogar con problemas de violencia, salud mental, abuso de sustancias y otras formas de inestabilidad se asocian también a un mayor riesgo de suicidio”.

El sociólogo Pablo Hein, quien considera que Uruguay hace muy poco contra el suicidio, dice que un camino para evitar algunas de estas muertes es apelar al cuidado social de lo emocional. “En la escuela, el liceo, los colegios o la facultad nos enseñan a ser exitosos, pero en la vida hay más fracasos que éxitos y también está bueno tener fracasos, superarlos y saber que uno se recompone”, dijo Hein en una nota del Portal Udelar.

 Consideró que la psicología y la psiquiatría deben seguir operando como una prevención “clásica”, pero que otra rama es una sociedad con una educación con un currículum emocional más amplio, que incluya los éxitos y los fracasos a edades tempranas, para entender que ante el error la solución no es tomar una pastilla.

“A un individuo que está fatigado de la vida, de ser quien le pedimos que sea, no hay psiquiatra que lo arregle, la prevención tiene que estar presente antes de llegar a esto”, sostuvo Hein.

Y por último apeló no solo a la prevención sino a la posvención, “un trabajo con el duelo de la familia y los allegados”.

En suma, hay que educar para la derrota, la vulnerabilidad y la sensibilidad. Y sobre todo a los hombres, ya que ocho de cada 10 suicidas en Uruguay son del sexo masculino. Educados para no llorar, para soportar el dolor, para la guerra, la violencia parece casi un monopolio masculino, contra otros y contra ellos mismos. Educarlos para que puedan expresar sus sentimientos sin vergüenza y pedir ayuda, ya que algunos estudios muestran que las personas que fallaron en el intento de suicidarse tomaron la decisión 10 minutos antes. Quizás les faltó alguien a quien pedirle una mano. Uno de cada cinco uruguayos vive solo. Ellos, y los otros, podrán temerles a los extraños, como suele ocurrir, pero las estadísticas de muertes violentas muestran que el mayor peligro se lo encuentran cada mañana, cuando se miran al espejo.