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    No a las peleas en el barro

    Columnista de Búsqueda

    N° 2052 - 26 de Diciembre de 2019 al 01 de Enero de 2020

    Buscando un disparador para esta columna, me pongo a leer a Umberto Eco, el libro A hombros de gigantes. Se trata de una serie de textos que el italiano escribió a lo largo de tres lustros para el público de un festival literario, y en donde habla de toda clase de asuntos relacionados con la filosofía, la estética, la ética y los medios de comunicación. Un libro ampliamente recomendable en todo caso.

    Me detengo en el capítulo titulado “Decir falsedades, mentir, falsificar”, en donde intenta explicar las diferencias entre esos conceptos. “Para decir que una cosa es errónea, o falsa, o que es producto de una falsificación, hay que tener previamente una idea de lo que es correcto, o verdadero, o auténtico”, dice Eco, y se extiende: “Mientras que decir una falsedad es un problema que tiene que ver con una noción de aletheia, es decir, de verdad, mentir es un problema ético o moral”. Luego se concentra en los problemas éticos de la mentira, haciendo para ello una breve y jugosa recorrida por la historia de las ideas, de donde rescata que para que algo sea considerado mentira debe concurrir “no solo la conciencia de decir algo que se considera falso, sino también la intención de dañar”.

    Leo todo el capítulo, lleno de citas interesantes de Maquiavelo, Bacon y Kant, entre otros, y trato de ver como podrían estas definiciones bien pensadas encajar en alguno de los temas de la actualidad uruguaya. Pienso si las declaraciones de José Mujica entrarían en alguna de las categorías que propone Eco o si esas categorías sirven para explicar algunas de las cosas que leo en prensa y redes sobre las “intenciones” del futuro gobierno. Pienso si los comentarios de Fabiana Goyeneche sobre los dichos de Mujica o si los pedidos de Tabaré Vazquez al gobierno entrante encajan o no en esas mismas definiciones. En fin, trato de ponerme a pensar.

    Y de pronto me entra una pereza increíble ante la tarea de intentar esas conexiones. No tanto porque las definiciones que propone Eco no sean operativas (a veces lo son, otras no tanto) como por la sensación de que el barro poselectoral del paisito está mas bien lejos de tener algún punto de cruce con esas ideas. Y de que es una tarea que, además de ser compleja y seguramente supere las capacidades de quien esto escribe, carece de sentido porque el juego que colectivamente parecemos estar queriendo jugar no tiene casi nada que ver con la prístina y nítida búsqueda de parámetros que nos permitan conocer la verdad que propone Eco y, en cambio, sí tienen mucho que ver con las peleas en el barro.

    Unas peleas en donde cada vez parece importar menos el valor de los datos y cada vez más la identificación partidaria en clave futbolizada: te aguanto los trapos, te re banco, te odio, sos todo lo que está bien/mal, etc. Y en donde, a la luz de las declaraciones de los distintos actores políticos y partidarios, el problema no es lo que se cuece o no entre la ciudadanía o en las redes sociales (y morales). Sobre estas últimas, creo que el territorio de las redes es el territorio de la oportunidad desperdiciada: lo que podía ser un ágora formidable es en realidad un conventillo infernal en donde las ideas no encuentran espacio y son sustituidas por la tribu, por las shitstorms, por un enjambre como el de aquel capítulo de Black Mirror, “Hated in the nation”, en donde el odio simbólico se volvía tan real como unas abejas robots que mataban gente en el mundo de las cosas, dirigidas por ese odio colectivo virtual.

    El problema ya no son las legiones de desaforados hinchas agrediéndose de mil maneras simbólicas, allanando el camino para que quienes tienen problemas para diferenciar lo real de lo simbólico se maten a tiros en las calles. Tal como ocurría en ese capítulo que menciono, también entre nosotros ninguna de las personas a cargo del asunto parece querer asumir la responsabilidad. Peor aún, casi ninguno de los protagonistas políticos parecen siquiera entender el poder que tiene el carácter multiplicador del odio dentro de las redes. Y siguen haciendo de cuenta que no existen o considerándolas mera herramienta de difusión, como quien pone carteles al costado de la ruta. Seguimos haciendo política de la década del cincuenta del siglo pasado, cuando estamos casi a la mitad de este.

    Cuando la dirigencia de los partidos políticos decide meterse en el barro es muy difícil pedirle al ciudadano que analice esas batallitas desde un pedestal de ideas sofisticadas. Admito, eso sí, que no creo que los partidos se manejen así por mero cálculo, creo que simplemente no hay de dónde sacar. Que si tus convicciones son simples y se basan en un análisis hiper ideologizado de la realidad que te impide detectar los hechos y los datos, no se puede esperar mucho más. Así que, por enésima vez, vale señalar la distancia entre partidos y ciudadanos y sus agendas: no son la misma cosa, solo a veces se cruzan. Y el ciudadano debería ser lo suficientemente listo como para identificar esos momentos y separarlos de los otros, donde no hay coincidencia.

    Así que me agobio y dejo el libro de Eco para la playa (si es que en algún momento voy) y me pongo a juntar algunas letras que sirvan para intentar cuestionar ese debate empobrecido y fogoneado por quienes deberían ser el ejemplo a seguir. Y es que en eso reside, exactamente, la idea de representación: quienes nos representan lo hacen porque son los mejores entre nosotros. Pero la realidad, las declaraciones, los exabruptos, las pasadas de factura en clave interna, resultan sonoros bofetones a esa idea. Así estamos.

    Y es una pena, porque Uruguay está atravesando de manera bastante ejemplar una nueva transición democrática. Una pena, porque se necesitan mimbres sólidos para nuestra canasta democrática. Y porque quienes deberían estar trenzando esos mimbres con otros nuevos para hacerlos mas fuertes eligen una y otra vez trenzarse a tortazos en el barro. Una pena porque hoy el día es cálido y hay un solazo que por sí solo justifica andar por acá, vivo y coleando. A ver si ese sol y el espíritu navideño (sin descartar tampoco el efecto relajante del alcohol) terminan por aflojar un poco tanta mandíbula apretada y tantas ganas de terminar “en el mismo lodo todos manoseaos”. No estamos mal, no tenemos porque estar peor. Feliz navidad y Próspero Silva.