Nº 2161 - 10 al 16 de Febrero de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDurante décadas, los partidos políticos y organizaciones sociales de izquierda predicaron hasta el cansancio la consigna “No al FMI” (Fondo Monetario Internacional), básicamente porque entendían que este “prestamista de última instancia” les imponía ciertas condiciones “neoliberales” a los países para que pudieran repagar sus deudas. Otros directamente predicaban el “no pagar la deuda externa”.
Sin embargo, cuando la izquierda llega al poder en diferentes países, terminan pagando las deudas y hasta cancelando las mismas con el nefasto FMI. Como te digo una cosa, hago la otra.
Hoy, yo también levantaría la bandera de no al FMI, pero por motivos diversos. Veamos el caso de Argentina. Su relación con el FMI es cuasi patética: desde que se adhirió al organismo en 1956, nuestros vecinos firmaron 23 acuerdos y nunca los cumplieron en los plazos acordados.
El ser “prestamista de última instancia”, no significa otra cosa que ser el último dispuesto a prestarte dinero luego de que se te cerraron todas las puertas del financiamiento privado; justamente por llevar adelante políticas erradas como creer que inyectando dinero la economía se reactiva sola, que no es tan grave tener déficit fiscal o poner al Estado como buque insignia de la reactivación, castigando al sector privado con impuestos, controles de precios u otras ridículas regulaciones.
Es realmente increíble que el FMI le haya prestado al gobierno de Macri más de 40.000 millones de dólares, arriesgando más de un tercio de su patrimonio en un solo país, que, para peor, ha demostrado ser un incumplidor serial. Argentina en las últimas décadas destruyó cinco signos monetarios y perdió 13 ceros en su moneda. El Estado se duplica en tamaño y la pobreza se multiplica por seis, demostrando que el “Estado presente” ha sido un fracaso.
Ahora el problema lo tiene más el FMI que la propia Argentina, por ese cuento que dice: si te presto 1.000 dólares, es tu problema cómo pagármelos; pero si te presto 100.000 dólares, es mi problema cómo cobrártelos. Por eso han firmado recientemente una carta intención sobre la base de un plan de repago inexistente, sobre supuestos irrealizables y manteniendo el gasto público como herramienta válida. Ya la bancada liberal ha dicho que no va a aprobar ese acuerdo en el Congreso, porque sigue cargando el esfuerzo en el sector privado, dejando intacto el gasto de la casta política.
Cada vez son más las voces que dicen que el FMI no debería ni existir y menos para “rescatar” a países que aplican políticas populistas y demagógicas, como fue en su momento el caso de Grecia, donde contaban que un hospital público tenía ocho jardineros en su plantilla, pero el hospital no tenía jardín.
El FMI se financia con los aportes que hacen sus países miembros, dinero que sacan del bolsillo de sus ciudadanos. La pregunta a hacernos los uruguayos es: ¿estamos dispuestos a que parte de nuestros impuestos terminen en manos de los Fernández-Kirchner? ¿Es justo que el FMI le deje “patear para adelante” los vencimientos para que lleguen mejor posicionados a las próximas elecciones? ¿Acaso no es una manera de entrometerse en los asuntos internos de un país para favorecer a determinado grupo político?
Al FMI siempre lo han criticado por “duro”, por exigir que los países lleven sus cuentas ordenadas y terminen con el despilfarro. Hoy creo que debemos criticarlo por blando, por no exigir prácticamente nada a cambio de la fortuna que erróneamente prestaron.
Si no hubiera FMI, como si no hubiera bancos centrales, los países “borrachos” aprenderían la lección, ordenarían sus cuentas y… muerto el cantinero, muerto el beodo. Por eso me sumo a la consigna “No al FMI”. Es hora de llevar sensatez a los insensatos.