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    No, bwana

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2238 - 17 al 23 de Agosto de 2023

    , regenerado3

    Uno de los países más pobres, violentos y afectados por la crisis climática del mundo, Níger, acaba de sufrir un golpe de Estado. Para ubicarnos geográfica y políticamente hay que visualizar la franja del Sahel, el cinturón de tierra que corta África del Atlántico hasta el mar Rojo, un sitio intermedio entre el desierto del norte y la sabana del sur, políticamente agitado por guerras y revoluciones, yihadismo y regímenes militares, muy deprimido en lo económico y lo social.

    Níger, precisamente, está en ese inquieto y paupérrimo Sahel. Según las cifras oficiales de la Oficina de Información de la República de Níger, el ingreso per cápita ronda los US$ 600 anuales (las no oficiales dicen que más del 60% de sus 20 millones de habitantes sobreviven con menos de un dólar al día), alrededor del 90% de la población vive de la agricultura de subsistencia, cada mujer tiene un promedio de 6,7 hijos, el analfabetismo es del 70% y la esperanza de vida de algo más de 60 años. Sí, las cifras son las oficiales, y que cada uno saque sus cuentas. El último informe del año 2022 dice que, gracias al impulso de la agricultura, el país creció un 11,5% y logró disminuir la tasa de pobreza extrema (miseria) al 46,6% (¿cuál sería antes, por Dios?). Pero esa disminución se debe también al hecho de ser receptores de importantes ayudas exteriores.

    En la noche del 26 de julio un grupo de soldados apareció en la televisión nacional y anunció la destitución del presidente Mohamed Bazoum, el primero en ser electo por la vía democrática en esa nación que, desde su independencia de Francia en 1960, se encontraba sumida en la inestabilidad política. Esa noche, la propia guardia presidencial rodeó y detuvo al mandatario nigerino, los golpistas declararon el fin de su mandato e instauraron una junta militar al mando del general Abdourahmane Tchiani.

    En la región se juegan ahora los equilibrios entre las potencias internacionales: China acecha, Rusia amplía su influencia, Francia y Estados Unidos tratan de no perder la que les queda. Para variar, la mayoría de los análisis de los especialistas responden a la opción ideológica de cada uno. Por un lado, los que apoyan el golpe de Estado y justifican que sea contra autoridades elegidas democráticamente con el argumento de que el presidente depuesto llegó al poder con la ayuda de los colonizadores y “cedió a intereses europeos y norteamericanos”; por otro lado, Occidente, que había hecho la vista gorda ante actos de autoritarismo del partido del depuesto presidente Bazoum, condena ahora enérgicamente el golpe “contra las autoridades civiles y democráticas” y clama por la pérdida de la institucionalidad. Los argumentos de los dos bandos suenan planos, repetidos y, sobre todo, muy previsibles solo con ver de dónde provienen. Y tienen el mérito de hacernos sospechar que el problema no está solo en la dicotomía libertad/opresión.

    Un par de datos importantes en este ajedrez político: el presidente de Níger era el último mandatario civil que quedaba en el Sahel y su caída supone la pérdida de un aliado dispuesto a colaborar con Estados Unidos y Europa, en especial con Francia, para detener el avance de milicias y grupos yihadistas. Aunque algunos relativizan su importancia, el país africano era también uno de los principales proveedores de uranio para las centrales nucleares francesas, con alrededor de un tercio del total en un país en el que 70% de la electricidad se genera en los reactores atómicos.

    La situación social y económica, que ya era muy mala, impulsa los movimientos migratorios internos hacia el exterior del continente. La Unión Europea ha puesto mucho dinero en el país en “ayuda humanitaria” con el fin de contener la migración irregular de la región subsahariana. Porque Níger también es un país de paso para cientos de miles de migrantes que, expulsados por el empobrecimiento y la inestabilidad, pasan por el norte del país en su camino hacia Libia, desde donde intentarán cruzar a la verdadera meca de los africanos, a Europa, una postrera consecuencia del tremendo expolio de sus recursos naturales.

    En un intento por ahogar la revolución, las represalias no tardaron en llegar. El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, anunció la suspensión de los programas de “ayuda al desarrollo” al gobierno de Níger porque dicha ayuda “depende de una gobernanza democrática y del respeto del orden constitucional”. La Unión Europea suspendió sine die el apoyo financiero y la cooperación en materia de seguridad.

    Entretanto la influencia de Rusia en el continente no deja de crecer en cooperación en materia militar y seguridad, suministro de armas, asesoramiento político, económico y comercial. A cambio, obtiene los consiguientes beneficios de licencias a empresas rusas para la extracción de oro, diamantes y otros minerales.

    El mapa de la región queda así: en Mali, tras el golpe de Estado militar, Naciones Unidas se retira del país por invitación de las autoridades; Guinea-Conakry, gobernada por una junta militar; Etiopía, convertida en un campo de batalla que deja muerte y hambruna; los conflictos armados se diseminan en Burkina Faso, Somalia, Congo, Mozambique. Y en todo el Sahel, de donde Francia se está retirando, campan a sus anchas los yihadistas de Al Qaeda, probablemente armados por Rusia y apoyados por la Wagner. De hecho a Níger se lo veía como un enclave en contra de la expansión rusa en la región y tenía bases militares francesas con 1.500 soldados y tropas estadounidenses. Paralelamente, el gobierno destituido era un socio clave de Occidente contra diversos grupos vinculados a Estado Islámico o Al Qaeda, en un continente donde la magnitud del desastre yihadista es sobrecogedora, con 22.000 muertos en el último año. Yihadismo que, por cierto, Francia financió a través del tráfico de uranio, pero esa es otra historia.

    De una y de otra parte, da la impresión de que todos creen que África es su eterno proveedor, que basta con enviar ayuda humanitaria o cooperación militar como contrapartida de sus políticas ferozmente extractivas. Así, asistimos a una nueva batalla por el control de la economía del continente y, si la colonización fue un expolio, la descolonización de los países de la región tampoco responde al sueño de acabar con el yugo, de avanzar en el desarrollo de la explotación de los recursos por los países propietarios, una competencia de potencias extranjeras que suma cero para la miserable población.

    África no es pobre, como siempre hemos escuchado, ¿cómo podría serlo teniendo minerales, petróleo y gas, reservas pesqueras, cultivos de alta rentabilidad, bosque tropical y ecuatorial, recursos turísticos? Si los conflictos armados y la corrupción no estuvieran siempre financiados por intereses externos, de uno y otro bando, si no se propiciara el enriquecimiento de las élites sin el menor desarrollo de la población, entonces la penosa historia de las migraciones, la tristísima realidad de las balsas en el Mediterráneo sería otra.