Nº 2209 - 19 al 25 de Enero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa cercanía emocional de la guerra de los persas pero, ante todo, el debate político y moral que se plantea en Atenas respecto de la posición ante los bárbaros es lo que preside las intenciones últimas de Los persas, la más histórica de las tragedias griegas, la que trata en sentido literal un asunto cercano a la cotidianeidad de los espectadores como lo fue la guerra entre persas y griegos durante el siglo V. No escribe Esquilo para meramente estimular la formación de sentimientos patrióticos de los ciudadanos, para glorificar la extraordinaria victoria, para ensalzar la estructura presuntamente armónica de la sociedad ateniense y la superioridad, belleza y sabiduría de los dioses griegos. Su tragedia tuvo una dirección más específica que tiene que ver con la inmediatez política: una fuerte facción de poderosos ciudadanos de Atenas lanzó una intensa campaña para salir a la conquista del Asia, promoviendo una guerra prolongada e incierta, aunque tentadora en términos del supuesto botín. Ubicándose en el bando más prudente, entendiendo que la paz era un negocio más seguro a la luz del resultado de las batallas, Esquilo abogó por no quebrar de manera irrevocable los puentes con Persia.
Es por ello que en esta pieza retrata a los persas sin ninguna hostilidad, mostrándose empático con la decente valentía del pueblo de Persia, que fue víctima de la imprudencia de Jerjes, un soberbio que ofendió a los dioses, que desoyó sus advertencias, que pretendió ser un dios. Fue por el atentado contra el orden divino que Jerjes sufrió la derrota. Por lo tanto, Los persas no busca el mero retrato del patetismo de la victoria de los griegos, sino celebrar la obediencia a la voluntad de los dioses y no cometer el error de Jerjes, de lo contrario, enfrentarán el destino de los persas que la tragedia tan vívidamente describe.
Los acontecimientos del drama tienen lugar en la ciudad de Susa, capital de Persia. Esta elección es deliberada, pues el autor notoriamente busca potenciar la dramatización de la acción para operar en el reflejo invertido de la victoria con el objetivo pedagógico, apelativo a morigerar el resbaladizo ánimo triunfalista que por entonces amenazaba a quedarse con la sensatez de los ciudadanos griegos. Consecuente con su propósito de siempre, el poeta quiso explicarles a sus contemporáneos hasta qué punto es ruinoso para los pueblos no acatar las leyes de los dioses, los límites de la naturaleza, la fuerza de los hechos, la voz de la razón.
Al comienzo de la tragedia, fuertes presentimientos agitan a los ancianos persas que componen el coro de la tragedia. Enseguida aparece Atossa, madre de Jerjes, que perturbada por un extraño sueño invoca con hechizos la sombra de su difunto esposo, el rey Darío. El antiguo monarca emerge como sombra y se muestra pesaroso; le predice la derrota enviada por los dioses como castigo por la arrogancia de Jerjes: “Ningún mortal ha de pasar por encima de la condición humana, porque la insolencia, al florecer, produce la espiga del error, de donde se siega una cosecha de lágrimas. Viendo estas faltas así castigadas, acordaos de Atenas y de la Hélade, y que nadie, despreciando su actual fortuna para desear otra, eche a perder una gran felicidad. Zeus es el vengador de los pensamientos demasiado soberbios y exige una cuenta severa. Por ello, como a uno que carece de sabiduría, advertirle con vuestras razonables amonestaciones, a fin de que cese de ofender a los dioses con su insolente audacia. Y tú, anciana madre, querida de Jerjes, entra en palacio, saca un atuendo solemne y sal al encuentro de tu hijo, pues en el dolor de sus desgracias, sus brillantes vestidos son por completo unos jirones que cuelgan alrededor de su cuerpo. Tú cálmalo con palabras bondadosas; eres la única, lo sé, cuya voz soportara. Yo vuelvo a las tinieblas subterráneas; y vosotros, ancianos, adiós; a pesar de vuestros males, dad a vuestras almas el gozo cotidiano; porque a los muertos de nada les sirve la riqueza”.
La lección de Darío es alojada por la comprensión moral y sentimental del coro, que se lamenta; es refrendada por su viuda y acaba de ser el excelente preámbulo para la entrada gimiente de Jerjes con sus ropas desgarradas.
Quiere Esquilo que los griegos de su tiempo no se recuesten en la victoria y que vean en sus enemigos una suerte de la que no escapa ningún mortal. Escribe esta obra no para aclamar la gloria de las armas griegas, sino para advertir acerca de la implacable justicia de los dioses. De la que nadie puede escapar.