N° 2047 - 21 al 27 de Noviembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáYa había pasado la conferencia de prensa, las cámaras como una larga sombra sobre sus pasos durante todo el día, los abrazos de aliento al inicio y de llanto y tristeza al entrar la noche, luego del recuento de votos. Ya habían terminado los discursos, las llamadas procurando consuelo a pesar de la derrota, las primeras reflexiones de los asesores, el bullicio de una jornada larga con un final amargo. Había llegado el momento de irse.
Subió a su camioneta, bajó la ventanilla y resumió su estado de ánimo con unas pocas palabras: “Faltan 60 meses”. El mensaje era claro. Al otro día se iniciaba una vez más la batalla electoral y comenzaba la cuenta regresiva. Cada uno de los 1.825 días que lo separaban de las urnas eran importantes para procurar un único objetivo: ganar.
La anécdota ocurrió el último año del siglo XX y tiene como protagonista a uno de los principales líderes políticos de la época. Pero 15 años después poco ha cambiado al respecto. Uruguay sigue siendo un país electoral en exceso, casi sin pausa entre una elección y otra, y es probable que esto se transforme en una gran dificultad para el próximo gobierno, gane quien gane.
Los líderes políticos parecen estar obsesionados con los votos y suelen ponerlos por encima de todo lo demás, incluida la gestión. Muchas reformas quedan por el camino porque antes se miden los costos políticos como si fueran un veneno letal. Quieren gobernar, pero la mayoría de las veces en lugar de pensar en las próximas décadas, se centran en la próxima gira.
El líder de la “coalición multicolor” Luis Lacalle Pou, el más probable futuro presidente según todas las encuestas, parece haber superado esa obsesión electoral. Así lo ha dicho en más de una oportunidad y su cuidada campaña y planificación al detalle de algunas eventuales reformas futuras llevan a creerle. Pero el problema no es él. La realidad muestra que solo tiene el 28,6% de los votos y que sus principales socios sí están pensando en las urnas. Con el agravante de que creen que para ganar deberán, en algún momento, perfilarse a través de un camino propio.
Para el colorado Ernesto Talvi la apuesta es el 2024 y así se lo transmitió a sus dirigentes unas horas después de conocido el resultado electoral del 27 de octubre. Su principal objetivo es recibir de Lacalle Pou la banda presidencial y tiene una estrategia elaborada para procurar lograrlo, que implica diferenciarse del partido a cargo del gobierno. Algunos de sus dirigentes ya sugieren por lo bajo una retirada de la coalición luego de tres años.
También maneja una estrategia similar el otro socio importante del Partido Nacional, el líder de Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos. El general retirado cree que puede llegar a ser presidente en la próxima elección o en la siguiente. El gran crecimiento electoral que logró en pocos meses lo ayuda a ser muy optimista.
Tiene pensado trabajar desde un área social, como pueden ser el Ministerio de Vivienda o de Salud como forma de llegar a los sectores más carenciados y de esa forma aumentar su caudal de votos. “Le gustaría ser el Perón uruguayo”, así lo definió una persona que lo conoce muy de cerca. Y allí estarán concentrados sus esfuerzos.
Por eso le será muy difícil a Lacalle Pou mantener una alianza de gobierno contemplando los intereses electorales de sus socios. El expresidente Julio Sanguinetti, más cerca del final de su carrera, intentará funcionar como articulador, pero es poco probable que logre convencer a todos de atravesar juntos una tormenta, en caso de que la haya. La posibilidad de ruptura funcionará como un lomo de burro, que hará más lento el tránsito hacia el futuro.
Peor todavía es la situación del Frente Amplio, gane o pierda el próximo domingo. El oficialista Daniel Martínez también asegura que gobernará sin medir costos si logra ocupar la oficina principal del piso 11 de la Torre Ejecutiva, aunque es muy poco probable que esto ocurra. Desde que el 27 de octubre se conocieron los resultados de las elecciones nacionales, ya carga con la cruz del perdedor y esa misma noche muchos de sus compañeros se pusieron a trabajar pensando en el 2024. Algunos lo estaban haciendo desde antes incluso.
El Frente Amplio ya tiene al menos tres dirigentes con intenciones presidenciales a futuro y ninguno de ellos es Martínez. Esto favorece los perfilismos y las estrategias particulares y coloca en un segundo o tercer plano al candidato, al que intentarán dejar como el capitán de la derrota. Puede ser Yamandú Orsi, puede ser Óscar Andrade, puede ser Mario Bergara, puede ser otro el próximo abanderado, pero seguro no será Martínez.
Si logra ser presidente en contra de todo pronóstico, Martínez también tendrá que convivir con esas obsesiones electorales de los suyos y de los otros, lo que hará aún más difícil su trabajo.
Es una lástima que los votos sean más esenciales que la gestión para una parte importante del sistema político uruguayo. Es un problema serio que algunos de los principales líderes piensen que una elección se gana no asumiendo riesgos ni generando enemigos por hacer lo necesario. Es contraproducente que esa actitud muchas veces ahuyente o postergue a los que verdaderamente quieren hacer.
Los últimos dos antecedentes de coaliciones son muy diferentes entre sí. La que encabezó Sanguinetti junto al nacionalista Alberto Volonté duró todo el gobierno, desde 1995 al 2000, y el Partido Colorado ganó las elecciones de 1999. La siguiente, entre el entonces presidente Jorge Batlle y los blancos Luis Alberto Lacalle y Jorge Larrañaga, se rompió en 2002, en medio de la crisis, a impulso de Larrañaga. En 2004 Larrañaga logró la mejor votación del Partido Nacional desde la restauración democrática, pero las elecciones las ganó el Frente Amplio.
Esos y otros ejemplos están muy cerca. Aquí y también en la región. Capaz que llegó el momento de tenerlos un poco más en cuenta. Difícil que ocurra en un país tan electoral y dividido pero sería importante, al menos durante un tiempo, disimular la omnipresencia de las urnas.