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    Orgullo montevideano

    Nº 2164 - 3 al 9 de Marzo de 2022

    Los ejemplos son múltiples y harto conocidos. Nadie es indiferente —desde los simples “gustadores” hasta los académicos— cuando se discute qué capital del Río de la Plata ha sido más importante en la historia y evolución del tango.

    En mi opinión hay dos hechos que no debieran discutirse: en sus lejanos orígenes esta música tuvo aportes muy similares provenientes de una y otra ciudad; luego, por un tema de mercado, aunque la palabra suene excesiva en este contexto, Buenos Aires se convirtió en la columna vertebral para sostener no solo al tango, sino a su compleja y extensa evolución. En fin, al respecto, y de todos modos, necesito regresar a aquella colorida frase, una metáfora, de Camilo Cela: “Bueno, hombre, esas opiniones ya van por provincias”.

    El orgullo más grande de los montevideanos ha sido, desde siempre, La cumparsita, el tango que sigue siendo el más difundido en el planeta a lo largo de la historia de la música ciudadana de la región. Sin embargo, no son tantos quienes recuerdan que detrás de la obra de Mattos Rodríguez, y prácticamente al paso de Adiós muchachos, en la cima de la popularidad figura otro tema, con una peripecia propia que vale la pena recordar y que es una comprensible vanidad montevideana: A media luz.

    Si bien el autor de la música —compuesta sobre una letra ya escrita—, Edgardo Donato, nació en Buenos Aires, vivió su época de esplendor radicado desde muy joven entre nosotros e iniciado en la orquesta de Carlos Warren. Además, quien escribió los versos fue el poeta y autor teatral Carlos César Lenzi, hijo de un Montevideo donde hizo lo mejor de su extendida obra. Más aún: escribió los versos de A media luz imaginando una casa porteña inexistente, con tan precisos detalles que van hasta un número de puerta en la calle Corrientes, para una comedia, Su majestad la revista, estrenada en el Teatro Catalunya en 1925; a su pedido, Donato, que era su amigo y ya había tenido un gran éxito aquí con el tango Julián, escribió la partitura. Más allá de esta amistad, se sabe que Mattos Rodríguez estimuló a ambos a colaborar en este tema, que consideraba podría ser “una joyita”.

    Ha escrito Orlando del Greco: “Desde la misma presentación, A media luz se esparció por el mundo como una gran mancha de aceite, logrando, incluso, que hasta en los países menos imaginables se conociese el tango y todos sabían y cantaban el estribillo: Y todo a media luz, / que es un brujo el amor… / A media luz los besos, / a media luz los dos”.

    Este tango tiene múltiples versiones, la enorme mayoría cantadas —Gardel, Alberto Castillo, Horacio Deval, Hugo del Carril, Jorge Sobral, Fiorentino, Alberto Arenas, Nina Miranda y tantos más—, pero también algunas instrumentales, incluyendo a Piazzolla.

    El irrefrenable deseo de que Gardel lo grabara, considerado un paso a la inmortalidad, fue compartido por Lenzi y Donato, muy cercanos al cantor. No obstante, fueron solo Mattos Rodríguez y Donato quienes se lo pidieron. Y hubo en la grabación un detalle escasamente difundido: la letra dice “una victrola que llora”, pero el Mago sustituyó esa palabra por “fonola”. ¿La razón? La disquera inicial fue Odeón, y “victrola” era la denominación de los aparatos reproductores que vendía su competencia directa, RCA Víctor.

    Es curiosa la actitud de Lenzi de no pedirle a Gardel que grabara A media luz. Fue un amigo muy cercano no solo cuando se encontraban en Montevideo o Buenos Aires, sino que lo acompañó, casi como un hermano, durante la gira que Gardel hiciera en 1932 por Francia, abarcando París, Niza, Montecarlo y Cannes.

    El propio Lenzi, sin decirlo, lo revela en una anécdota que vivió con el cantor en la Costa Azul y donde si de algo no se habló fue de A media luz ni del éxito que había tenido en todas las presentaciones del artista: “Yo había ido a París y Gardel me llamó para que volviese a pasar unos días con él en la Costa Azul. Nos largamos con el productor argentino Pierrotti, en un sport chiquito, de mala pinta, que alquilamos de apuro. ¡Cuando llegamos Carlos quedó estupefacto y luego largó una carcajada!”.

    Según Horacio Estol, luego de una entrevista a Lenzi en 1940, Gardel habría dicho: “¡Pero ustedes están locos…? ¿Se vinieron en esa cucaracha? ¿Han pensado en la figura que hacen arriba de eso acá, en la Costa Azul…?”. Luego hizo una pausa, se acercó al autito y remató: “Che…, ¿y camina en serio?”.