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    Origen napoleónico del socialismo

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2182 - 14 al 20 de Julio de 2022

    La historia de la libertad es la historia de las luchas de ideas. A partir del siglo XVII se planteó de manera consistente el análisis y la comprensión de la servidumbre, de la condición abyecta del esclavo por oposición a la situación deseable de la persona libre. Muchos de estos pensadores (con el miserable Rousseau a la cabeza, y antes con Locke) desarrollaron la tesis que nunca pudieron demostrar de que el hombre era originalmente libre y su libertad fue despojada por los manejos ocasionales o permanentes de los poderes de turno.

    Este movimiento por la libertad con base en la ley natural (que se ve claramente en la Declaración de la Independencia americana) debió hacer varias fintas para escapar a las emboscadas de la tentación teológica. Pero no siempre logró salir airosa por cuanto la posición estaba herida en lo poco y en lo mucho, a saber: derivar un orden armónico, misterioso y laico de un dios difuso e indiferenciado, casi impersonal, que crea el bello orden que debemos recuperar con nuestra lucha no es más que una fábula más de las muchas que afiebraron la literatura de su tiempo. Esta seudoteología no necesitaba aparecer cuando ya había (porque la había armado meticulosamente Santo Tomás de Aquino) una vigorosa y solvente explicación racional y a la vez teológica que supo unir la condición de creatura y de deber mundano en un proyecto superior de destino personal y social. La fantasía del buen salvaje no cabía en el horizonte, aunque logró producir vastos rebaños de crédulos a lo largo de las generaciones, llegando triunfalmente a los infames días de estos malos años que nos tocaron en suerte.

    Quien logra reparar en algo el tropiezo epistemológico es Hume, seco y preciso como la hoja impiadosa de una navaja. Dijo que la verdad social de la libertad es tan solo la igualdad jurídica de todos los ciudadanos; que lo demás que se diga al respecto es metafísica, es remedo teológico, es ensoñación; nada que tenga que ver con la existencia y la toma de decisiones de las personas para afrontar cada mañana su vida.  Hume y su amigo Adam Smith van a decir que los ciudadanos libres, aquellos que se esfuerzan por alcanzar sus objetivos egoístas, generan el máximo beneficio para todos y no requieren ninguna guía gubernamental.  Eso es todo. Pero enseguida vinieron las reacciones. Las dinastías continentales, en lugar de imitar la obligada prudencia de los Stuart, resistieron con éxito durante mucho tiempo el reconocimiento de una realidad que los acabaría por desbordar. Negaron hasta preferir la muerte la posibilidad de conferirle equilibro al poder; repudiaron cualquier esbozo de República. Tras esta primera resistencia, apareció después la conspiración de socialistas que combatieron no solo al “capitalismo” en nombre de la igualdad, sino también a las repúblicas libres que habían nacido bajo su amparo. El objetivo que entonces tenían los socialistas es el mismo que hoy está bendecido en gran parte del mundo por las corporaciones colectivistas de todos los signos: el establecimiento de una dictadura del promedio, del bienestar administrativo, de la cobertura elemental. La maldición que está a la cabeza de todos los males es el socialismo y su dogma de la igualdad, que es la peor de todas las falacias de las que se sirve la política y los colectivistas en particular para sofocar los derechos personales.

    En la historia la desigualdad humana nunca fue un problema hasta el advenimiento del socialismo. Los privilegios de estatus se pusieron en tela de juicio con la aparición de los grandes ejércitos. El prestigio de los nobles comenzó a decaer cuando el éxito de la guerra estaba determinado por la masa de los ejércitos. Según Ludwig Mises, las ideas revolucionarias y socialistas partieron del derecho de los soldados a compartir el botín de los saqueos en las guerras que tuvieron lugar desde Napoleón. El ejército napoleónico fue un campo de operaciones que permitió el ascenso social de los plebeyos a la clase dominante. El posicionamiento en la sociedad basado en el mérito en lugar del origen se convirtió en una idea popular. La autoelevación de Napoleón al rango de emperador hizo que la tendencia socialista se separara de lo que ahora era un gobierno imperial-militar, que originalmente era burgués-revolucionario. Este fue el tenebroso caldo de cultivo de las ideologías igualitarias.