Nº 2212 - 9 al 15 de Febrero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo parece haber mucho sentido común en la casa. El elefante está parado en la mitad del living y en lugar de averiguar cómo fue que hizo para llegar hasta ahí y de qué forma se lo puede sacar para evitar que destruya todo a su alrededor, la discusión es sobre si es demasiado oscuro o claro su pelaje, si se muestra feliz o está triste o sobre quién de los presentes lo vio primero y avisó a los demás. Que un animal de ese tamaño esté en un espacio tan ajeno a su volumen y su hábitat es incorporado como algo relativamente normal, sin importancia.
Una situación similar suele ocurrir en Uruguay con algunos episodios. Los detalles son los que dominan y lo que está a la vista y explota en los ojos por su magnitud parece que pasa casi desapercibido. Y esto trasciende a los partidos políticos, gobiernos o bloques ideológicos, resumidos a través de oficialismo y oposición.
Es más, lo que ocurre es exactamente lo contrario. Cuanto más identificadas ideológicamente están las personas, menos reparan en el problema de fondo y más se revuelcan en la superficie. Parece no importarles el elefante si sirve para intentar destruir al adversario o al menos pisotearlo por un rato. No importa que después cambie de posición y los pisoteados sean ellos, con tal de que sus oponentes también salgan heridos.
Hay varios ejemplos, para todos los gustos. Desde la restauración democrática en 1985 hasta ahora gobernaron Uruguay los tres principales partidos políticos y todos ellos contaron o cuentan entre sus jerarcas y dirigentes con subestimadores de elefantes. Pero para tratar de graficar la magnitud de esta negación que practican algunos basta con recurrir a dos ejemplos cercanos.
A saber. Febrero de 2016. La periodista Patricia Madrid revela en el diario El Observador que el entonces vicepresidente Raúl Sendic no es licenciado en Genética Humana, como había asegurado más de una vez. Se genera un gran escándalo. Entonces, la respuesta del Frente Amplio y de varios jerarcas oficiales es acusar a la prensa de formar parte de un plan para desestabilizar al gobierno.
Junio de 2017. Los periodistas Guillermo Draper y Raúl Santopietro publican en Búsqueda una investigación que muestra que Sendic recurrió en varias oportunidades a la tarjeta corporativa de Ancap, cuando era presidente de esa empresa, para realizar diversos gastos personales. Cuentas de supermercados, de la tienda Divino, de un short de baño y otras similares aparecen asignadas a su tarjeta oficial y es evidente que las hizo para cuestiones personales. Otra vez se desarrolla un escándalo, incluso mayor que el anterior, y Sendic realiza una conferencia de prensa en la que confunde mucho más de lo que aclara. Por supuesto que los culpables de todo para él son la prensa desestabilizadora y la derecha, pero esta vez ese discurso pierde credibilidad.
A las pocas semanas termina renunciando a su cargo, acorralado por sus propios compañeros de gobierno, incluido el entonces presidente Tabaré Vázquez. El viento huracanado se transforma en brisa por un tiempo, hasta que semanas después se conocen nuevos datos que muestran un uso irregular histórico de las tarjetas corporativas. Un exjerarca del gobierno blanco de Luis Lacalle Herrera de principios de los años noventa cuenta que a través de esas tarjetas hacía aportes a su colectividad política. A él se le suman muchos otros con gastos discrecionales registrados en el pasado. La respuesta del otro lado es que todo aquello forma parte de una maniobra para tratar de tapar o minimizar lo de Sendic.
Muy pocos hablan del elefante. Resulta que desde hace décadas algunos gobernantes estaban recurriendo a las tarjetas corporativas para hacer gastos personales o partidarios y ningún control estatal lo había detectado. Parecía ser la punta del iceberg de un evidente mal manejo de la caja chica de los dineros públicos, pero nadie del sistema político quiso sumergirse demasiado en esas aguas. Más de seis años después, el pasado lunes 5, el diario El País informa que varias empresas públicas eliminaron el uso de esas tarjetas corporativas luego de lo de Sendic, como forma de cuidarse un poco más. Está muy bien, aunque no deja de ser un detalle. Las distintas auditorías siguen mostrando año tras año, según lo ha informado Búsqueda en más de una oportunidad, gastos injustificados y muy poco control en oficinas públicas. Algunos le dicen desidia y poco apego; otros, excesiva burocracia, pero el elefante sigue allí.
Setiembre de 2022. Alejandro Astesiano, entonces jefe de la custodia del presidente Luis Lacalle Pou, es apresado por su supuesto vínculo con una banda criminal que se dedicaba a vender pasaportes uruguayos falsos a rusos. La detención se produce en la residencia presidencial de Suárez y Reyes y se transforma, como era predecible, en el principal tema de la agenda pública.
Con el transcurrir de los días y la cantidad de acusados en el juicio que acceden a los materiales investigados, se empiezan a conocer públicamente los chats mantenidos desde uno de los tres teléfonos de Astesiano entre él y autoridades del gobierno y del Ministerio del Interior. Allí hay de todo. Muchas son cuestiones personales, menores, sin trascendencia. Pero en varios casos Astesiano dice manejar una cantidad de información confidencial en poder del Estado y la ofrece o intercambia de forma ilegal. Hay supuestos seguimientos a legisladores oficialistas, a un dirigente sindical y algunas otras cuestiones por el estilo.
Otra vez aparece el elefante mostrando toda su corpulencia. Un jefe de seguridad logra obtener una cantidad importante de información confidencial del Estado sin casi ninguna dificultad. Puede manejar desde las cámaras de seguridad hasta cuál es el destino de un viaje privado de la esposa del presidente sin pasar por ningún tipo de filtro o control. No queda claro además desde cuándo y por qué es tan fácil para un simple custodio lograr tanta información que debería ser absolutamente confidencial.
Pero otra vez casi nadie se refiere al elefante. Que quién filtró los chats y los audios de Astesiano, que si los custodios presidenciales de los anteriores gobiernos eran iguales o peores y si también tenían antecedentes y que ellos ya lo hicieron antes y peor todavía, esos son los principales puntos de discusión. Es más, hasta se producen relevos en la cúpula de la Policía y en el Ministerio del Interior niegan que estén vinculados al caso.
De lo otro, de que los sistemas de inteligencia y de seguridad del Estado son sumamente vulnerables y que una sola persona parece poder hacer estragos, pocos hablan. Y eso trasciende a Astesiano, a Lacalle Pou, a Mujica y a todos los gobiernos. De ser así, es un grave problema del funcionamiento institucional y democrático de Uruguay.
Pero muchos de los políticos, tanto del gobierno como de la oposición, siguen preocupados por detalles. Mientras, el elefante crece y va dejando muy poco lugar en la casa de la administración pública. A ellos parece no importarles porque ya están adentro y cada vez son menos los que quieren entrar. Pero precisamente: ese desencanto es el gran problema. Y una bomba de tiempo, además.