Otro fracaso de la política

Otro fracaso de la política

escribe Fernando Santullo

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Nº 2171 - 28 de Abril al 4 de Mayo de 2022

Cuando hablamos de la política en este país muchas veces solemos hablar en realidad de los partidos políticos. Tal como ocurre en el fútbol, para una inmensa mayoría hablar del deporte equivale en realidad a hablar de los logros o fracasos de su equipo. Que, estadísticamente y en el caso de Uruguay, serían Peñarol y Nacional. Sin embargo, tanto el fútbol como la política existen fuera de los equipos y partidos específicos, así como de las pasiones que estos desatan entre el público.

En un sentido amplio podríamos decir que la política es, al menos en una democracia, el arte de ponerse de acuerdo entre distintos, de manera pacífica, para poder decidir sobre lo que es bueno y malo para los destinos colectivos de un país. Tal como ocurre en el fútbol, esta dinámica existe y es necesaria más allá de los equipos concretos que estén disputando el match. Esa necesidad de ponerse de acuerdo (de jugar el juego en términos futboleros) es lo que justifica el tinglado político. Allí, donde quienes deberían jugar, esto es, resolver los asuntos del colectivo de manera que lo beneficie, no lo hacen, el juego deja de tener sentido. No hay fútbol si no se juega el partido, no hay política útil si sus resultados no benefician al ciudadano.

Sin embargo, es habitual escuchar que tal o cual partido tuvo una “victoria política” cuando derrotó a su adversario en determinado ámbito. Y es correcto: se pueden obtener y de hecho se obtienen victorias sobre los adversarios políticos todo el tiempo. Las elecciones, sin ir más lejos, son el termómetro más evidente que tenemos en ese sentido. Ahora, una victoria en términos partidarios no equivale a una victoria en términos de la política entendida como la habilidad, el arte de llegar a acuerdos que beneficien al ciudadano. De hecho, muchas veces estas victorias políticas pueden servir muy bien a los intereses partidarios y no por eso beneficiar al colectivo. Por eso en las elecciones votamos con la convicción de que nuestro partido va a llevar adelante las ideas que, creemos, son las mejores para el país.

Harina de otro costal es cuando esas victorias o derrotas partidarias no necesariamente resuelven el problema que se suponía debían resolver. Pienso aquí en el muy reciente caso del préstamo del BID solicitado por la administración capitalina de Carolina Cosse y la negativa a votarlo por parte de los ediles del Partido Nacional. Podría decirse que estamos ante el caso de una victoria de estos últimos frente a la derrota de las autoridades de la Intendencia de Montevideo (IM). Y esa sería una mirada correcta, aunque tuerta. ¿Por qué tuerta? Porque no estaría contemplando el aspecto ciudadano de la decisión. Un ciudadano, uno de esos 200.000 que en Montevideo aún no tienen saneamiento, que de momento y hasta nuevo aviso seguirá sin él.

Ojo, cuando hablo de la decisión no hablo en exclusiva del tramo final, que es el que despertó unos aplausos más bien absurdos en la Junta Departamental (a esta altura, los políticos deberían saber que algunas victorias no se festejan). Hablo de todo el proceso para lograr un acuerdo que al final no prosperó. Y que hizo que algo más del 10% de la población capitalina siga criando a sus hijos en unas condiciones sanitarias que son completamente inaceptables en un país con el grado de desarrollo que tiene Uruguay. No hablo de la foto finish, hablo de lo que nos llevó a esa desgraciada foto finish. Y aquí creo que vale la pena levantar un poco la mira y recuperar esa idea de que la política, para justificarse como tal, debe ir más allá de las agendas partidarias.

El argumento explícito para la negativa del Partido Nacional era que el préstamo solicitado para saneamiento por la intendencia de Carolina Cosse se destinaba de hecho para otras cosas que no tenían relación con el saneamiento, como la limpieza. Es decir, se comprometía al montevideano en un préstamo multimillonario a pagar a 25 años para hacer cosas que pertenecen a un ciclo más corto: la vida útil de un contenedor son tres años y las de un camión recolector poco más de cinco. La negociación fue, efectivamente, sobre devolver el préstamo a su sentido original: hacer saneamiento y no otra cosa. Lo que estuvo implícito, sin embargo, fue otro asunto: para la administración del Frente Amplio es mucho más visible limpiar la ciudad (después de 32 años en el gobierno municipal sería todo un logro) que plantar caños bajo tierra en la periferia. Y esa carta no iba a ser entregada por una oposición que aspira a gobernar Montevideo.

Del otro lado se esgrimieron argumentos especulares: cómo era posible que esos opositores sin alma fueran a dejar sin saneamiento a miles de montevideanos tan solo por hacer una apuesta electoral que podría favorecerlos. De destinar a la limpieza el 70% de un préstamo para saneamiento, mejor ni hablar. Es verdad que las finanzas de la IM son tirando a catastróficas a pesar de su alta recaudación. Desde hace mucho tiempo el 80% de su presupuesto se destina a gastos de funcionamiento y sueldos, dejando la inversión en menos del 15%. Por eso se acude sistemáticamente a préstamos como el que nos ocupa. Pero nada de esto es asunto del ciudadano que vive con sus hijos en medio de la caca.

Lo que me interesa destacar es que este es uno de esos asuntos tan extremos en donde cualquier estrategia partidaria debería haber quedado en un segundo plano. No hay un solo edil o autoridad municipal que viva sin saneamiento y eso fue lo que se volvió a postergar. ¿De manera perfectamente lógica según la lógica electoral partidaria? Sin duda, fue toda una negociación impecable que, tristemente para el ciudadano, no llegó a buen puerto. Impecable según la lógica partidaria, no según la de los 200.000 ciudadanos que necesitan desesperadamente (o tristemente acostumbrados a ser dejados de lado, lo que es un poco peor) esa solución.

La política puede ser concebida como una agonística partidaria en donde, tras una batalla sin fin, una de las posturas impera sobre las otras. O, por el contrario, como la necesidad de encontrar acuerdos que solucionen los problemas reales de la gente en vez de priorizar las estrategias de poder de los partidos. Más aún, solo logrando acuerdos y solucionando esos problemas concretos, los partidos logran justificar su existencia y la de la democracia representativa. Postergar las soluciones y convertir la vida política en una campaña electoral que enlaza con la siguiente es la mejor forma de allanar el camino a los populistas de todo signo.

En resumen, otro fracaso de la política como acuerdo que beneficia el ciudadano, un fracaso que patea las soluciones hacia un futuro incierto, tal como ya amagan hacer los partidos con, por poner otro ejemplo, la reforma de la seguridad social. Otra lijadita que le agregamos a la idea de que la representación no sirve para mucho. Después, cuando el demagogo de turno sea quien imponga su agonística, no valdrá llorar sobre la leche derramada. Eso es algo que debería preocupar a todos los políticos, más allá de su color partidario.