“¿Entonces qué? ¿Estamos perdidos? ¿Yo dejo de hacer periodismo y ustedes dejan de preocuparse por el periodismo que se hace en Uruguay porque todo se va al tacho de basura?”.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAsí provocó Claudio Paolillo a los participantes de la primera clase de la Escuela de Periodismo de Búsqueda, el martes 8 de agosto de 2017, a quienes en seguida planteó los desafíos de un oficio amenazado por las nuevas tecnologías.
“Antes de que tiren la toalla o se arranquen los pelos por haber elegido el curso incorrecto, les voy a dar una buena noticia: esta realidad que abren las tecnologías también es una enorme oportunidad para el periodismo. Mientras los avances tecnológicos se multiplican día tras día, el periodismo importa cada vez. Y lejos de la vaticinada desaparición de los periodistas como intermediarios entre el poder y los ciudadanos, la era digital habilita lo contrario: aumenta la necesidad de profesionales de la información en los que la gente pueda creer y confiar para comprender un poco mejor la sociedad en que viven y adoptar sus propias decisiones con mejor conocimiento de causa”.
Las frases del profesor recogen el espíritu fundamental del periodista, y también el embrión de un libro inconcluso del escritor, una firme convicción del analista, un rigor estilístico y la virtud de transmitir ideas tan opinables como rotundas.
“¿Entonces qué es el periodismo de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter las narices donde el cartel dice ‘no entrar’, saber saltar al vacío, saber que el periodismo básicamente es una profesión fabulosa y peligrosa si sentís la vocación. Correr por el pretil en cada cierre, a un lado el abismo sin red y al otro las caras que uno quiere: la sonrisa de Adriana, las de mis tres hijos, y los amigos, y Búsqueda, y Defensor, y algunos libros”.
Paolillo era Búsqueda y Búsqueda, en esencia, era una forma de ser y de escribir que él inculcó durante décadas. Allí, en su “segunda casa”, primero en la sede antigua de la Ciudad Vieja, después en la de la calle Uruguay, y luego en la de Mercedes 1131, lo fue todo durante 33 de los casi 40 años de ejercicio profesional: del reportero buscador de noticias a —sin dejar de ser lo anterior— secretario de redacción, editor general, director, consejero periodístico y académico, autor de un par de libros de éxito, profesor de generaciones de periodistas, y referente continental de la libertad de prensa y de la libertad de expresión.
“No soy administrador, no me gusta vender publicidad, no me gusta tratar con los canillas para ver cómo distribuyen el periódico”, dijo el 20 de julio de 2017 en el programa radial En Perspectiva, donde habló del cáncer que le detectaron en agosto de 2016. “Cuando la muerte te golpea la puerta, decís: ‘Todas estas cosas que me provocaban estrés, por las cuales moría de bronca o de calentura, porque no me salían o me salían mal, al fin y al cabo no tienen ninguna importancia. Lo que importa es mi mujer, mis hijos… Lástima que uno tenga que llegar a esta enfermedad para darse cuenta de las cosas’”.
En esa lucha, en la derrota ante “este maldito bicho” que combatió más de la cuenta contra el pronóstico médico, Paolillo dejó la vida el viernes 19, a los 57 años de edad. Pero eso tampoco llegó a arredrarlo: “Tener el valor, sabiendo de antemano que vas a ser derrotado, y salir a pelear igual: eso también es periodismo… la vida misma, ¿no?”. En entrevistas y en sus artículos, son constantes las referencias al valor periodístico, porque “para ejercer este oficio, lo primero que se necesita, incluso antes que talento, es valor”.
“En la vida hay que pelear”, le dirá a la periodista Ana Jerozolimski, ya enterado del cáncer, en julio: “Y es que soy un peleador. La herencia que me dejó mi padre no fue económica, porque no tenía un mango, pero me dejó una herencia de que hay que pelear en la vida por las cosas en las que uno cree y que si no, no honrás la vida, pasás por la vida pero no la honrás. Hay que pelear, no importa, a veces te puede costar la libertad o te puede costar una puteada, no más”.
Sus artículos de información o de opinión suelen ser “peleadores” y dar la hora, y en su libro Con los días contados pueden escucharse hasta los segundos. Son, dice —con su media sonrisa, entre satisfecha y burlona— sus “mejores páginas”; lo cual significa que las otras han de ser forzosamente buenas, porque “lo mejor solo puede salir de lo bueno, y lo bueno de leer y releer, escribir y reescribir, seleccionar y cortar, corregir y editar, para volver a revisar hasta el punto final”.
Periodista “sin título oficial”, porque cuando empezó a trabajar no existían carreras universitarias o escuelas de periodismo, Paolillo pisó por primera vez una redacción en 1978, con 17 años —recién terminaba el liceo y jugaba “de cinco” en las inferiores de Racing—, por necesidad económica y en honor a su padre, Dorbal Paolillo, cronista del diario colorado El Día, quien murió con 39 años, en 1975, y de quien su hijo iba a heredar cierta idea del periodismo y una pasión política.
A la salida de la dictadura militar (1973-1985) —que combatió como periodista y antes como militante de la Juventud Socialista— permaneció unos meses sin trabajo fijo, hasta que en febrero de 1985 Danilo Arbilla, futuro amigo y mentor, lo convocó a sumarse a la sección de Información Política de Búsqueda, donde Paolillo muy pronto brilló y murió consagrado. “Algunos amigos periodistas me dijeron ‘no hagas eso, AFP es el mundo, Búsqueda es un semanarito del Uruguay’, pero yo me la jugué igual y no me salió mal”, recordaba años más tarde.
Minucioso, exigente, casi obsesivo en el dato —corregía con lapicera roja, letra minúscula al margen—, algo reservado, a veces calentón, otras tímido en el trato, dirá de él quien haya compartido redacción o aula, sin verlo parodiar a Sandro, reírse a carcajadas o gritar desaforado por Defensor Sporting. “Claudio fue una de las figuras más representativas de aquella generación de periodistas que se inició y fogueó en la época de los semanarios opositores, a comienzos de la década de los 80. (…) Generación que moldeó el periodismo que se hizo después, una vez retornada la democracia”, evocó en su columna del diario El País Tomás Linn, quien compartió con Paolillo 27 años de escritorio en Búsqueda.
Daniel Gianelli, columnista de Política en Búsqueda, cumplió un rol clave en la formación del periodista: “Desde muy joven Claudio demostró una vocación profesional muy firme y condiciones excepcionales. Cuando llegó a Búsqueda se sumó con enorme disposición al trabajo de equipo de la redacción. Se destacó como un reportero inteligente, preciso y claro en sus informes, tenaz en la búsqueda de la información, y en todos sus cargos demostró capacidad de liderazgo. Como columnista y editorialista hizo gala de sus convicciones democráticas y fue un rotundo defensor de la libertad de prensa”, destacó.
“Frente a la cruel enfermedad no bajó los brazos. En estos catorce meses luchó duramente, como lo había hecho toda su vida, con la fe y la esperanza de que ganaría la batalla. No fue así, pero dejó un ejemplo para los jóvenes profesionales”, afirmó.
La periodista Leticia Linn, hija de Tomás, consultó a Paolillo sobre sus inicios en el semanario para su libro Una historia para ser contada (2007): “Si bien en 1985 Búsqueda tenía cierto prestigio, no era lo que es hoy, no estaba afianzado como ahora. Era un medio de referencia para una elite informada, mucho más reducida que el público actual”. Aquel periodista leía Búsqueda pero “no tenía muy claro el estilo” del semanario. “Yo había trabajado en otros medios donde el periodismo que se practicaba era el que se acostumbraba en Uruguay antes de la dictadura: levantes de comunicados de prensa, cobertura de conferencias y poca investigación propia. (Era) un periodismo sin gracia, sin garra. Realmente lo que sé de periodismo lo aprendí en Búsqueda”.
En Búsqueda Paolillo dijo comprobar otras reglas. Desde el principio, percibió diferencias. Por ejemplo, “en el respeto por el trabajo de los periodistas”. Dijo constatar con cierta “incredulidad” que lo que era noticia se publicaba. Observó que el fundador del semanario y director, Ramón Díaz, no dirigía la redacción y solo escribía los editoriales, mientras el editor periodístico, Arbilla, resolvía sobre la información. “Empecé a descubrir que la cuestión era traer noticias que estuvieran chequeadas. No importaba nada más que eso”.
Su nombre pasó a integrar el staff del semanario el 6 de junio de 1985, y el día 13 firmó su primera nota: “Ásperas polémicas entre blancos y frentistas fueron trasladadas al debate parlamentario”. Antetítulo: “¿Un enfrentamiento a largo plazo?”. El 8 de agosto de ese año publicaría una nota como enviado internacional, desde Cuba, bajo el título: Encuentro de La Habana, la deuda externa de América Latina cada vez más un tema político. Por entonces, contó Linn, Paolillo tomó la más profunda decisión sobre su futuro profesional.
Al ingresar a Búsqueda, militaba en el Partido Socialista, pero le resultaba cada vez más difícil desdoblarse de su simpatía política y ejercer libremente su trabajo periodístico. “Era como estar casado y tener una amante. Se siente esa incomodidad de andar mintiendo”, explicó. Paolillo y su colega radial Emiliano Cotelo, quien se hallaba en la misma situación, querían ser solo periodistas. Ambos se dirigieron a la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista, para comunicarle a su secretario general, Reinaldo Gargano, que dejaban la militancia política. “En ese momento era una decisión de vida —dirá Paolillo—: era por hacer periodismo”, porque “para ser periodistas profesionales no podíamos tener adhesión a un partido”. Gargano los intentó convencer durante tres horas, sin suerte.
Cultivó ciertas amistades con discreto fervor, sin mucha carcajada. Miguel Arregui, colega de los primeros tiempos en Búsqueda, evocó el lado “frontal, medio bestia, a veces pícaro y otras ingenuo y bueno”. Sobre la muerte de Paolillo, escribió en El Observador: “Nos recuerda, otra vez, que el amor, como el odio, se cultiva cuando hay algo muy fuerte en común”.
Abordar la obra periodística de Paolillo es una tarea imponente, entre otras cosas por el escaso margen que suele dejar en sus textos para extraer un párrafo y convertirlo en discurso, moraleja o lección. Dice su viejo amigo y colega Raúl Ronzoni que Paolillo conocía a la perfección los centímetros cuadrados de los que consta una nota informativa o una columna de opinión, y convirtió esa exactitud en arte. “Claudio era un artista del espacio, sin concederse demasiado lujo en el texto, donde las piezas suelen encajar como en un tetris, despojado de adornos: iba al grano sin vueltas, con el vigor de quien acumula frases durante toda la noche. Era una pluma filosa, a veces punzante, implacable, al límite de lo sarcástico y mordaz, aunque evitaba el golpe bajo. Era un analista provocador, incorrectamente lúcido, cuya lectura, al igual que la de su autor preferido, Mario Vargas Llosa, jamás resulta indiferente, sea para acordar o para disentir con su punto de vista: era un referente”.
Los periódicos lo educaron, aún más que los libros que consumía con voracidad —leía puntillosamente todo lo que llegaba sobre periodismo y cada tanto revisaba 1984, de George Orwell, Aereopagítica, de John Milton, o “este librito”, decía, por La riqueza de las naciones, de Adam Smith—, pero fueron en cierta forma los diarios y semanarios los que lo empujaron a escribir, siguiendo el rastro de los maestros vivos y muertos. Y sobre todo a distinguir en la lectura de lo ajeno el cansancio, la pereza o la idea, y hasta el talento de quien sabe contenerlo y no exhibirlo, en lugar del que sacrifica la información o la noticia por la ovación. Así es que al igual que la prensa, que ahora leía en Internet cada mañana, también tenía su juego impreso de periódicos sobre el escritorio, para observar cómo titulaba y destacaba cada medio su material en el papel.
“En el Uruguay existe una tendencia casi natural a creer que los hechos no existen hasta que la prensa se hace eco de ellos. Y si los hechos ocasionan problemas, hay gente que atribuye esas dificultades a la difusión de esos hechos y no a su existencia misma”. En este párrafo tan costumbrista de una de sus primeras columnas firmadas —La culpa es de la prensa, del 12 de julio de 1990— esboza Paolillo su desolación ante el incomprendido rol del oficio, que también ocupó sus clases en Búsqueda, 27 años después.
Si algo debe mover al periodismo es la verdad, así, en su razonable pureza. En su segundo lugar hay que contarla antes que nadie y después hacerlo con cierta calidad, enseñaba. “No somos un cuarto poder, como algunos piensan o quieren etiquetarnos interesadamente; tampoco un poder de cuarta”, sonríe y, ya serio: “En todo caso, podemos llegar a cumplir, con investigación y suerte, una tarea de ‘perro guardián’, de contrapoder o de contralor de los poderes públicos. Pero nuestro rol principal es informar, y dar opinión, separando una cosa de la otra. Y ya hacemos mucho por la sociedad contando lo que pasa de la forma más imparcial y equilibrada posible, porque, como decía Ramón Díaz, en 1972, cuando se fundó el semanario, y mucho antes Platón: ‘No somos dueños de la verdad, sino que buscamos juntos’. Esa es la marca de Búsqueda”.
En una entrevista con el semanario Voces del Frente, publicada el 30 de junio de 2005, se extendería al respecto: “Mucha gente no nos cree. De izquierda y de derecha. ‘Ustedes están sesgados’, nos dicen; ‘ustedes juegan para…’. No creen que pueda haber gente que tenga dignidad suficiente para decir: ‘El periodismo es un fin en sí mismo’. Nosotros queremos publicar la información que recogemos tratando de sacarnos todos los prejuicios que traemos sobre el objeto que investigamos y procurando ser lo más imparciales posibles. (…) El periodismo es eso, tomar decisiones todo el tiempo: esto va y esto no va… y le errás y le embocás. Se puede ser más o menos honesto, pero objetivo… es imposible. No somos máquinas”.
“Tenemos dignidad”, dirá Paolillo a Voces: “Estamos dispuestos a renunciar, si un día los dueños de Búsqueda deciden que los contenidos tienen que ir para tal lado o que no tienen que ir tales contenidos; no tengas la menor duda, yo me voy. Y atrás se van todos los periodistas. (…) Acá los dueños no se meten. Cobran sus dividendos si las cosas van bien. Tienen derecho a echar al director, pero no tienen derecho a menos de eso. No pueden decir: el título de tapa no me gusta y hay que cambiarlo. (…) Nosotros hacemos Búsqueda y los dueños se enteran los jueves de lo que se publica. Es verdad”.
Reseñó El País días atrás: “A mitad del 2000, Federico Fasano lo demandó por algo que escribió y Paolillo hizo un alegato tan duro y documentado sobre las prácticas de Fasano que este parecía el acusado. Y acabó retirando la demanda bajo pretextos insólitos”.
Periodismo es escribir tropezándose con el mundo y eso queda lejos del escritorio. “¡Salgan a la calle!”, machacaba Paolillo. “Esta profesión es muy especial, somos unos privilegiados que trabajamos en lo que nos gusta y nos da placer; esto no es una fábrica de chorizos. Acá discutimos, festejamos, lloramos, cada noticia conseguida es un gol. El día que no puedas decir lo que quieras con libertad, colgá los botines y te dedicás a otra cosa”, motivaba el profesor desde la primera clase en la Escuela de Búsqueda. “Acá la única lealtad es con el público, con los lectores”.
Una madrugada de fin de año se presentó a su último cierre en Búsqueda, bromeó con el fútbol, hizo toda clase de confidencias que uno se permite con amigos, brindó, planteó su quiniela política, y una periodística: “A mí no me importa que dentro de unos años Búsqueda no exista más como papel, porque esto va a seguir existiendo sin importar el formato. El periodismo de calidad va a seguir existiendo, porque es cada vez más necesario”. Se quedó mirando el fondo de pantalla de una computadora, y se despidió: “Hoy más que nunca”.
? El legado de nuestro 'luchador de ideas' que representaba al 'mejor Uruguay'