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    Parodias: se terminó el recreo

    N° 2064 - 19 al 25 de Marzo de 2020

    Que fue una usurpación lo indicaba el sentido común salvo para grupúsculos que en aras de una pretendida cultura popular se consideran dueños de toda creación intelectual. La postura del gremio de los directores de carnaval, de dos plagiarios, un abogado y otras opiniones bastardas en las redes sociales desnudaron el desprecio por cualquier manifestación cultural que no sea la del carnaval.

    Mediante un razonamiento absurdo y populachero, el libretista de los parodistas Los Zingaros, Marcelo Vilariño, y su director, Ariel Pinocho Sosa, violaron, vulneraron, transgredieron, usurparon, afanaron (elija el vocablo que prefiera porque todos son válidos) los derechos de autor de Diego Fischer. En 2016 parodiaron sin autorización su libro Al encuentro de las Tres Marías, una biografía novelada de Juana de Ibarbouru.

    Los ministros del Tribunal de Apelaciones Civil de 2º turno, John Pérez Brignoni, Álvaro França y Patricia Hernández, redactora del fallo, no tuvieron dudas de que “se operó una reproducción ilícita” con la “consecuente violación de los derechos de explotación de la obra de los que es titular el autor”.

    En un fallo sin precedentes y que marca un camino sin marcha atrás, condenaron a Vilariño y Sosa a indemnizar a Fischer con US$ 13.000 por el uso indebido de su creación. Además, Sosa tendrá que pagarle US$ 7.000 por daño moral por haberlo descalificado en declaraciones públicas. Este fallo bajó los montos de indemnización fijados en primera instancia por la jueza Estela Jubette. De cualquier manera, más tarde o más temprano, tendrán que pagar aunque apelen a la sensiblería del pobrismo.

    En el juicio Sosa intentó sacar la pata del lazo y dejar a Vilariño en la estacada. ¡Sálvese quién pueda! Sostuvo que nada tuvo que ver con el libreto. Pero la sentencia le atribuye igual responsabilidad porque fue director responsable y actor del conjunto de parodistas.

    La filosofía desafiante y despectiva de los usurpadores quedó de manifiesto tras la primera sentencia. En abril de 2019 el abogado Juan Ramón Ramos asesor jurídico de Daecpu —el gremio de directores de espectáculos de carnaval, la corporación que marca las pautas del sector— formuló consideraciones insólitas para un especialista en leyes.

    “Si con Daecpu no pudo la dictadura, no van a poder seudointelectuales que quieren acallar a la expresión más grande que tiene Uruguay”, dijo Ramos en El País. A su juicio la médula cultural uruguaya es el carnaval.

    Para no dejar dudas reafirmó: “He escuchado expresiones de gente que se atribuyen como iluminados de la cultura y que atacan al carnaval como cultura. (…) Es lamentable y discriminatorio. Porque se le falta el respeto no solo a las personas que trabajan en carnaval, sino también a la gente que le gusta el carnaval y paga una entrada”, publicó Ecos.

    Esa exaltación militante y politizada antes que jurídica terminó aplastada por los argumentos del tribunal basados en la ley de derechos de autor, Nº 9.739. Los jueces marcaron que fue una reproducción ilícita ejecutada sin la autorización o el conocimiento del autor. La ley dice que también son ilícitas las adaptaciones o arreglos que supongan una reproducción disimulada (tramposa, disfrazada) del original.

    Esta ley de 1937 fue modificada en dos ocasiones. Once años más tarde, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos estableció lo mismo en el numeral 2º del artículo 27: “Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora”.

    Los jueces se basaron además en el dictamen de dos peritas lingüistas de la Academia Nacional de Letras, Marisa Malcuori Ebole y María Magdalena Coll More. Para las expertas, contrariamente a lo sostenido por Sosa y Vilariño, no se detectó “la influencia de otra obra” (que no fuese Al encuentro de las Tres Marías) y tampoco que otra obra funcionara como hipotexto (texto fundamental como fuente de otro texto) de esta parodia.

    No hay dos lecturas. Para reproducir, adaptar o arreglar una obra original es preceptiva la autorización previa del autor.

    No prosperó el argumento de los demandados de que para una parodia, según la “tradición carnavalesca”, no se debe solicitar autorización del autor. Pretendieron avalarlo con una consulta a la Asociación General de Autores del Uruguay (Agadu), y de su respuesta surgió que en los últimos 20 años nadie solicitó esa autorización. Poco importa lo ocurrido. Lo grave es que para los parodistas esas usurpaciones son moralmente tan lícitos como los delitos de Robin Hood o las “expropiaciones” guerrilleras.

    La sentencia descarta ese argumento en forma breve y contundente. Cita el artículo 9 inciso 2º del Código Civil: “La costumbre no constituye derecho, sino en los casos en que la ley se remite a ella”.

    Que en los últimos 20 años (seguramente desde mucho antes) ningún autor haya reclamado judicialmente por desidia, abulia o ignorancia por el uso indebido de su obra, nada significa de cara al futuro.

    Esta sentencia —que podrá ser recurrida sin éxito ante la Suprema Corte de Justicia— deja claro que desde ahora los escritores de los parodistas y sus directores no podrán arriesgarse a utilizar una obra sin una autorización legaliada de su autor. En caso contrario serán condenados.

    No hay vueltas que darle: en las parodias se terminó el recreo para los plagios.

    Esto no significa que los libretistas no puedan utilizar obras literarias. Cuando se trata de autores fallecidos hace 50 años no se requiere autorización porque son de dominio público. Entre otros están Susana Soca, José Monegal, Justino Zavala Muniz, José Enrique Rodó, Carlos Vaz Ferreira, Juan José Morosoli, Julio Suárez (Peloduro), Lauro Ayestarán, Julio César Puppo (El Hachero), Wimpi (Arthur García), Clotilde Luisi, Delmira Agustini, Horacio Quiroga y Felisberto Hernández. ¿No son suficientes? Hay más.

    Para el próximo carnaval los parodistas tendrán plena libertad de libretar este suceso sin pedirle autorización a Vilariño a Sosa a Fischer ni a la Justicia. Deben hacerlo para ilustrar a quienes pueblan las tribunas de los escenarios de carnaval. Pero me juego lo poco que tengo a que tratarán de ocultarlo. No les dará el cuero para parodiar esta verdad y admitir que a sabiendas metieron la pata hasta el cuadril.