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    Pensemos un poco

    POR

    Sr. Director:

    Hace unos años fui a ver a un cirujano, íntimo amigo, por un quiste que me había aparecido. “Vení que te lo saco ya”, fue su planteo, y lo seguí a uno de los quirófanos del hospital donde estábamos. Patético lugar: húmedo, pintura descascarándose… “Quedate con la billetera”, me dijo mi amigo cirujano en el vestuario, y cuando me aprontaba para el cuchillo, añadió: “¿Sabés cuánto le pagan a un cirujano por una operación normal?”. Yo, ni idea, y me contó una cifra increíble, algo de mil y pocos pesos. “¿Te dejarías operar por alguien que está ganando eso cuando te tiene en la camilla?”. Nunca lo había pensado. Verdaderamente, era absurdo.

    Mal que mal, creo que todos hemos tenido la experiencia de contratar, sea gente, como personal, operarios, profesionales…, sea empresas, que prestan servicios y siempre procuramos conseguir lo mejor, dentro de la realidad (de nuestra capacidad retributiva y de lo que hay en oferta).

    Y jamás se nos ocurriría que conseguiríamos el mejor resultado o siquiera algo potable pagando poco, pensando mal del otro, exponiéndolo a la crítica permanente y pretendiendo que, al final del contrato, se mande mudar sin compensación alguna.

    Pues eso es, exactamente, lo que pretendemos de las personas que se ocupan de la cosa pública en nuestro país y al hacerlo determinan buena parte de nuestro bienestar.

    A quienes nos gobiernan, producen las leyes que nos rigen, se ocupan de nuestra seguridad, salud, educación, retiro, luz eléctrica, comunicaciones, etc., etc., les pagamos mal (y creemos que ganan fortunas), los menospreciamos (y creemos que son unos privilegiados) y, todavía, pensamos que, cuando se les termine, lo que nos parece un curro (no un servicio a la sociedad), se las arreglen como puedan.

    ¿Así pretendemos buenos resultados?

    Nos hemos hecho una película (no somos los únicos en el mundo), en la que quienes nos sirven en el gobierno y la administración tienen que ser una combinación de héroes y santos, al tiempo que los tratamos como sospechosos (por lo menos).

    ¿Y después nos sorprendemos cuando resulta que la realidad no produce héroes y santos espontáneamente o, peor, en condiciones negativas?

    Seleccionamos a nuestros políticos con condiciones que no aplicamos a ninguna otra persona cuya contratación nos parezca importante. Pues, si seleccionamos mal, con criterios contraproducentes, después no nos enojemos con los resultados.

    En términos marxistas, queremos extraer de quienes entran en la política una plusvalía. Pretendemos que “los políticos”, como los llamamos, cumplan una función sacrificada y eficiente, pagándoles mal y tratándolos mal. Difícil que el chancho chifle.

    Podrá funcionar un tiempo, por la inercia de viejos principios y tradiciones, pero a la larga los pocos héroes y hasta los santos que sobrevivan quedarán sumergidos en el mar de la mediocridad.

    Si a la mayoría de nosotros el meternos en política nos parece un espanto, después no nos espantemos con lo que pasa.

    Ignacio De Posadas