Pepe Mujica, la guerra y la paz

Pepe Mujica, la guerra y la paz

la columna de Adolfo Garcé

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Nº 2214 - 23 de Febrero al 1 de Marzo de 2023

La paz en Colombia es un sueño, un sueño en construcción, una construcción inestable y precaria, dificilísima e imprescindible. Hizo bien la misión de verificación de ONU en reconocer el aporte de José Mujica al proceso de paz. La ceremonia se realizó en el Paraninfo de la Universidad de la República el jueves 16 de febrero. Valió la pena estar presente. Al agradecer el reconocimiento, entre otras reflexiones de interés, nuestro expresidente expresó: “Allá marché a hablar con la dirección de las FARC. Porque cuando somos jóvenes, construimos entuertos. Y cuando somos viejos, desfacemos entuertos”. La frase es demasiado importante para dejarla pasar.

“Cuando somos jóvenes, construimos entuertos”. Así es. La generación a la que pertenece José Mujica armó un entuerto de dimensiones extraordinarias que desembocó en la época más penosa de la política nacional en mucho tiempo. No tiene sentido, medio siglo después, cuando los códigos del mundo entero han cambiado tanto, hacer juicios sumarios. Pocas maneras de pensar conducen a más errores que el anacronismo. Los años sesenta fueron muy especiales. La ilusión de la revolución, por el camino corto (el de los guerrilleros) o el camino largo (como el de los comunistas), llevó a muchos jóvenes idealistas a comprometerse a fondo con sus sueños y a cometer demasiados errores. Hoy es evidente que fue una ilusión. En aquel momento no lo era.

Pero sí es necesario, imprescindible, que cada uno se haga cargo de las consecuencias de sus actos. “Cuando somos jóvenes, construimos entuertos”, dijo Pepe Mujica. Así es. Cuando lo escuché me quedé pensando si, en este año tan especial, a medio siglo del golpe de Estado, el exguerrillero que ha terminado por muy buenas razones siendo el más influyente y prestigioso de todos ellos, dirá algo sobre la cuota parte de responsabilidad de los revolucionarios de los sesenta en el derrumbe de la democracia. Hasta ahora no lo ha hecho (ahorro las citas). Pero me parece elemental que no es posible entender la transformación de los militares en partido político sustituto (para usar la expresión de Juan Rial) sin el intensísimo desafío guerrillero. José Mujica es demasiado inteligente para no darse cuenta. Solamente falta que lo diga. Un acto de sinceridad, de auténtica autocrítica, puede ser el punto de partida para que otros hagan lo mismo. Dicho sea de paso: la gran mayoría de los míos, intelectuales y universitarios, echaron leña en la hoguera. Y nosotros, intelectuales y universitarios, dado que nuestro compromiso primero y último es con la verdad, no podemos faltar a la cita del mea culpa.

“Cuando somos viejos, desfacemos entuertos”. Esta frase, que evoca el “enderezar entuertos” de Don Quijote de la Mancha, es perfectamente cierta para el caso de José Mujica. Está claro que, en la medida de sus posibilidades, contribuyó al proceso de paz en Colombia. Pero Mujica hizo mucho, y sigue haciendo, por la democracia y la paz en Uruguay. Esto, para mi gusto, no ha sido suficientemente señalado por cronistas y analistas. Quiero mencionar tres ejemplos.

Mujica, para empezar, fue un actor decisivo en el complejo proceso de adaptación a la legalidad del MLN-T después de la dictadura. Remito a los lectores interesados en el tema a mi trabajo Donde hubo fuego (Fin de Siglo, 2006). Allí expliqué detalladamente lo difícil que fue para los exguerrilleros abandonar el “imaginario insurreccional” y dejar de pensar que tarde o temprano habría un “nuevo 73”, para el que la “orga” tendría que estar preparada. El MLN-T, luego de intensos debates internos, se terminó de inclinar por el camino de las urnas el día que quedó de manifiesto el enorme potencial electoral del viejo guerrillero convertido en chacarero.

En segundo lugar, ningún presidente desde 1985 hasta ahora ha sido capaz de construir un mejor clima de diálogo con la oposición que él. Alguna vez he dicho que Mujica ha sido mejor representante que gobernante. Es posible que sea cierto, dado que, parafraseando una expresión que se ha vuelto célebre, lo suyo no es la administración. Pero, a la hora de medir la calidad de una gestión de gobierno, no puede importar solamente cómo evolucionó el déficit fiscal o la tasa de homicidios cada 100.000 habitantes. Me atrevería a decir que tan o más importante que todo esto es qué legado dejan los presidentes en términos de calidad de la democracia. Durante la presidencia de Mujica renació la “coparticipación” (la oposición se incorporó a cargos de gobierno), frustrada durante la primera presidencia de Tabaré Vázquez. Funcionaron exitosamente, además, cuatro comisiones multipartidarias (educación, seguridad, medioambiente y energía). La calidad del diálogo con la oposición se reflejó también en que fue posible renovar la integración de los organismos de contralor que requieren mayorías especialísimas como la Corte Electoral y el Tribunal de Cuentas.

El tercer ejemplo lo viene dando en estos últimos años de su vida pública. De todos los dirigentes de izquierda es el que más insistentemente trabaja para evitar que la turbonada de la polarización siga aumentando el número de revoluciones por minuto. Hay muchos ejemplos de esto. El testimonio más reciente lo ofreció aceptando acompañar al presidente Luis Lacalle Pou, y al expresidente Julio María Sanguinetti, a la ceremonia en la que Lula asumió nuevamente la presidencia de Brasil. No puede dejar de señalarse que esto lo hizo en el momento en que más intensamente arreciaban, desde el Frente Amplio, las críticas al presidente por el affaire Astesiano. Pero esto no fue un gesto aislado. Mujica y Sanguinetti, Sanguinetti y Mujica, vienen dando lecciones de civilización política desde hace varios años. Renunciaron el mismo día a sus cargos en el Senado. Aceptaron participar juntos en el libro El horizonte, de Alejandro Ferreiro y Gabriel Pereyra. No olvidaré sus palabras el día que nos encontramos en el homenaje del Ministerio de Educación y Cultura a Daniel Vidart. Al terminar la ceremonia, le repetí una hermosa frase que había dicho Vidart al recibir el Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual 2018. “Pepe, que no se nos pierda el país de la amistad”, le dije. De inmediato, le brillaron los ojos y casi gritando me dijo: “¡Politólogo! ¿Por qué pensás que no quiero ser candidato a la presidencia de nuevo? ¡Porque yo divido!”.

Pepe Mujica terminó su discurso del jueves pasado diciendo: “Vale la pena tener algunas causas para vivir”. (1) Así es. Así vivió y sigue viviendo, siempre luchando con los molinos de viento. Hizo entuertos, y los enderezó después.

(1) Los discursos pronunciados en ese acto, incluyendo el de José Mujica, están disponibles en Youtube.