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    Periodismo, drogas y moralina

    Nº 2222 - 27 de Abril al 3 de Mayo de 2023

    Esto va a ser breve porque intuyo que tiene poco interés para la mayoría. Pero es necesario dejar constancia porque de lo contrario, como decía Goebbels: “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”.

    Esa mentira refiere al aserto “no se debe hacer periodismo de periodistas”, cuya antigüedad y origen ignoro. Se ha impuesto entre gran parte de los periodistas. Significa que los periodistas no debemos tomar como centro de nuestra información las acciones profesionales de los colegas, lo que es tan falso como un billete de 300 pesos. Lo expresa claramente un trabajo académico de Darío Klein para la Universidad Católica: “El periodismo es el ‘perro guardián’ de las instituciones. Es el contrapoder por excelencia, cuya función esencial es vigilar a todas las instituciones, incluyéndose a sí mismo. Así es necesario que los medios no escapen al escrutinio de los medios. Que los periodistas no escapen al escrutinio del periodismo. Eso es lo que algunos llaman ‘periodismo de periodistas’. Si queremos recuperar la confianza de la población en los medios, el periodismo de periodistas es más necesario que nunca”.

    Debe quedar claro que suelen ser los propios periodistas —también los llamados comunicadores o presentadores que actúan como periodistas— quienes hacen públicas sus opiniones sobre temas generales o de su vida privada para que las recojan los medios escritos. La mayoría no son informaciones que esos medios escritos obtengan con su trabajo. Las obtienen porque los propios interesados se las arriman, muchas veces con el agregado de fotos o registros de audio. Las redacciones, felices, porque con menos trabajo llenan espacios y distribuyen carnaza entre sus lectores. Mientras eso ocurre se les cuelan entre las piernas noticias locales e internacionales de peso.

    Desde hace bastante tiempo varios periodistas (insisto, comunicadores o presentadores) de radio y TV buscan ampliar su presencia pública para demostrarles a sus empleadores que son necesarios y así reafirmar su fuente de trabajo. Ocurre lo mismo cuando no son empleados dependientes porque deben buscar su propia publicidad.

    Para generar expectativa todo les sirve: desde la descalificación de terceros, opiniones agresivas, fotos con nuevas parejas en alguna playa lejana o ante monumentos del exterior, cambios de orientación sexual, muchas veces de ida y vuelta, reproches por infidelidades con nombre y apellido, lamentos por embarazos complicados y hasta por una quemadura al freír huevos. Mejor no hablar de lo que hace unos años dijo una periodista para justificar su separación. Expresó en forma implícita que no soportaba las flatulencias de su pareja en la cama. El pasado reciente era tan diferente como la calidad de los profesionales. Todo cambió desde que se retiraron Néber Araújo, Jorge Traverso, Barret Puig, Tomás Friedman, Silvia Kliche o María del Carmen Núñez, por ejemplo. Se destacaban por la calidad de su trabajo y no por chismes sensacionalistas o ataques bastardos.

    No hace tanto de eso. Hoy desde los micrófonos se irrumpe en la vida privada de todos por interés personal mediante la voluntad consciente de los protagonistas.

    Como un ejemplo contrario basta con ir hasta el 11 de enero de 1996. En el entierro del presidente François Mitterrand, los franceses descubrieron el rostro hasta entonces oculto de quien había sido la amante oficial del presidente durante más de 30 años: Anne Pingeot, conservadora del Museo de Orsay. Estuvo en el sepelio al lado de Danielle, la esposa del difunto, junto a su hija de 22 años, Mazarine, reconocida por el político. ¿Alguien puede dudar de que esa situación era de conocimiento de los periodistas? Claro que no, pero seguro consideraron que no era de interés público porque no incidía en el ejercicio de la presidencia. También hoy los periodistas uruguayos conocemos intimidades que servirían para atacar a gobernantes o empresarios. Como dice el tango: “Si los pastos conversaran cuántas cosas le dirían…”.

    A mediados de abril las explosiones radiales de los periodistas Juan Miguel Carzolio e Iliana da Silva en Las cosas en su sitio de Radio Sarandí y de Ignacio Álvarez en La pecera de Azul FM rompieron varias líneas profesionales y éticas y convirtieron su enfrentamiento en el guion de un teleteatro centroamericano.

    Carzolio y Da Silva, sin citarlo con su nombre y apellido, cuestionaron la forma en que Álvarez entrevistó al adolescente Gerónimo Sena, vocero del gremio del IAVA enfrentado con la administración. Luego de un tenso intercambio Álvarez sentenció: “Como padre que soy, yo tengo un hijo de 17 y otro de 19, por un lado te entiendo y por otro me dan ganas de chaparte de los pelos como agarro a mi hijo a veces para decirle: ‘Vení que te quiero explicar una cantidad de cosas’. No estoy hablando de violencia. Con todo el amor del mundo, ojalá podamos hablar como estamos hablando ahora y encontrar soluciones sensatas donde no se estén vulnerando los derechos de todos”.

    Para Carzolio y Da Silva fue desmedido. El primero criticó “que alguien que tiene 50 años y una vida adulta, y tiene sus excesos, comete excesos de velocidad en el auto y usa sustancias ilegales, y hace cosas en la vida que pueden ser inmorales, le diga: ‘Ay, si fueras mi hijo, te agarraría de las mechas’”. Da Silva intervino para opinar que “habla mucho más del que dice que el que está en ese momento contando y diciendo lo que piensa y lo que siente”.

    En este duelo de micrófonos y captación de oyentes, Álvarez les replicó: “Hubo colegas, que más allá que ellos no me nombraban, estaban aludiendo a mí, y yo sí los voy a nombrar, que son Juan Miguel Carzolio e Iliana da Silva. Cuando él fue compañero, trabajó conmigo en Las cosas en su sitio y siempre tuve la mejor de las ondas. Gran tipo, gran periodista, siempre lo valoré”. Luego agregó: “No importa quién dice algo ni cómo se comporta, lo que importa es si es válido. Lo único que importaba en este caso es si lo que yo le decía a Gerónimo Sena era válido, que fue que, cuando ocupás (el edificio del IAVA), estás haciendo algo ilegal. Todos tenemos algún muerto en el ropero, y si fuera así nadie podría decir nada. Todos cometimos algún acto inmoral, todos cometimos algún exceso, Iliana sin duda tuvo sus excesos, Juan Miguel también. Todos los cometimos. Conceptualmente no ha lugar con esa crítica. Nadie podría criticar a nadie si hay que ser impoluto para criticar. Por suerte no lo es y que viva la crítica”, lanzó Álvarez.

    Y añadió: “¿En serio?, Juan Miguel, ¿vos me estás hablando a mí de consumir sustancias? No voy a caer en hacer periodismo de periodistas ni hacer acusaciones sobre la vida privada de los demás, es algo que está mal. Pero, pregunto, ¿en serio? ¿Me van a hablar de conductas inmorales después de todo lo que hicimos juntos? Inmoral para mí es lo que hiciste vos”.

    Posteriormente Da Silva reculó, llamó a Álvarez y le pidió disculpas. Argumentó que no sabía a quién se refería Carzolio. Es grave igual, porque de todas formas opinó.

    No conozco antecedentes de acusaciones personales de periodistas con ese nivel de agresividad. Son responsables por haberlas hecho públicas sin medir las consecuencias. Vaya uno a saber qué hay detrás.

    Así nos va.