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    Pobreza y miseria

    Sr. Director

    , regenerado3

    Hay palabras que desde hace siglos se confunden y consideran como prácticamente sinónimos, siendo en realidad muy diferentes y respondiendo a situaciones profundamente distintas.

    Ello conduce a errores de apreciación que tergiversan condiciones, pero que son frecuentemente usados por gobiernos en su beneficio.

    Karl Marx a mediados del siglo XIX publicó un ensayo, titulado Miseria de la filosofía, en respuesta a otro de un rival de la época cuyo título era Filosofía de la miseria.

    Marx lo publicó en francés como Misère de la philosophie, pero cuando fue traducido al inglés, se publicó como The poverty of philosophy, indicando la confusión en el uso de ambos términos como si fueran equivalentes.

    En sociedades prehistóricas en que la desigualdad institucional no había surgido todavía, no existían ni la pobreza ni la miseria, ya que los recursos se distribuían con cierta ecuanimidad entre los miembros de esas comunidades.

    Fue solo en los orígenes más remotos del capitalismo, cuando surgieron jefes hereditarios encaminados muchos de ellos a transformarse en reyes posteriormente, que la miseria y la pobreza aparecieron en el mundo junto con la distribución desigual de la riqueza.

    Hoy en día se lee en las noticias sobre los intentos en el mundo de terminar con la pobreza, una lacra para la humanidad, y que estaría a nuestro alcance con una mejor distribución de la riqueza.

    Pero lo que pienso se quiere decir es que la miseria, no la pobreza, es y debería ser el objetivo, pues la pobreza me parece que estará con nosotros siempre, ya sea por condiciones externas a quienes la sufren o por elección de quienes la padecen.

    Quizás convenga precisar qué es una y qué es la otra. Miseria es la casi total ausencia de satisfacción de las necesidades mínimas de las personas, alimento, alojamiento, salud, educación, por lo menos en un nivel mínimo satisfactorio.

    La pobreza es tener esas necesidades básicamente satisfechas, pero con muy escasa posibilidad de trascender esa condición y aspirar a más, de manera de disfrutar de una vida más plena, más allá de la rutina de trabajo y limitado esparcimiento y desarrollo personal, con algo más de variedad en la alimentación y goce en general de la vida.

    A efectos de medir la pobreza en el mundo se han utilizado criterios de presunción o imputación, en desmedro del más reciente y quizás más adecuado, de subjetividad, o sea, cómo las personas se sienten acerca de su condición.

    No es infrecuente hallar personas satisfechas con su pobreza, que no aspiran a más, no por la fuerza de las circunstancias, sino como una opción deliberada, que los lleva a una vida frugal y exenta de muchas de las tentaciones cuestionables a las que gente de mejor nivel de vida está expuesta.

    De hecho, ha surgido en países muy prósperos un movimiento de personas que eligen la pobreza y una vida simple, pudiendo vivir más holgadamente.

    Hay un grupo creciente de gente que por una variedad de razones (espiritualidad, salud, aumento del tiempo de calidad con la familia y amigos, equilibrio en sus vidas, gusto personal, sostenibilidad financiera, frugalidad o reducción del estrés) renuncian a lo que algunos llamarían “mejorar el nivel de vida”.

    Pero en la actual sociedad globalizada consumista —en que una pequeña minoría se enriquece enormemente gracias a la propaganda que nos dice que quien no consume desaforadamente no vive realmente bien— todo esto está mal visto y se desalienta todo lo posible.

    Puede resultar cómico, aunque es más bien trágico, que ciertos gobiernos se ufanen de estar eliminando o reduciendo sustancialmente “la pobreza”, cuando lo único que logran es reducir en alguna medida la miseria. Por ejemplo, jubilados que de percibir 11.000 pesos mensuales pasan a cobrar 15.000, muy, muy lejos de una mínima canasta familiar decorosa.

    Juan José Castillos