Nº 2162 - 17 al 23 de Febrero de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEscucho cantar un tango y creo una preferencia; esa voz por encima de otras. Escucho a una orquesta tocar un tango y creo otra preferencia; esa versión por encima de las demás que conozco.
Cualquier forma de arte se derrama sobre mi subjetividad –ese modo de sentir que concede valor primordial a la emoción y a mi concepto de belleza–, y así elijo mis gustos más queridos, más conmovedores.
Pero la diversidad de preferencias, que en un arte popular nacido hace más de dos siglos podría ser infinita, jamás obstará para que, en su extensa historia, se sostenga a una cantidad importante de artistas que no han caído por el viento de esas elecciones: Gardel, Charlo, Rivero, Piazzolla, Troilo, Pugliese, Manzi, Cátulo Castillo, De Caro, Goyeneche, Sosa, Discépolo, Salgán, Rinaldi, Lamarque y tantos más. Sin embargo, todos, hasta el Mago, han sufrido ataques que socavaron ese concepto metafórico de inmortalidad.
Hurgando documentos –mi pasión incurable– acerca de figuras históricas del tango, hallé respecto de una de ellas, sobre la que ya he escrito, aunque sin tener entonces información que he recuperado del olvido, la polémica encendida de tribuna futbolística de dos historiadores de prestigio, contemporáneos: Manuel Adet y Héctor Ángel Benedetti.
Francisco García Jiménez –nacido en Buenos Aires en 1899 y fallecido en la misma ciudad en 1983– fue un poeta, letrista y comediógrafo de relevancia, con una aluvial y variada producción. Produjo una treintena de obras de teatro –por ejemplo, Ahora va a ser la nuestra, En el abismo, Escalera real y Las uñas de la gata–, publicó entre otros libros Carlos Gardel y su época, Estampas de tango y Memorias y fantasmas de Buenos Aires, hizo el guion de los filmes Se llamaba Carlos Gardel, La historia del tango y Mi noche triste y escribió decenas de letras de tangos, valses y milongas. Su primer tema fue Zorro gris, con música de Rafael Tuegols, que le grabó Gardel en 1921.
Ahora vayamos a la polémica ardiente entre Adet y Benedetti.
Adet, no sé si para congraciarse con los uruguayos, escribió que Tus besos fueron míos, de García Jiménez, era el tango preferido de Juan Carlos Onetti, antes de sentenciar explosivamente que “la obra de este autor es de una inusual calidad literaria, pareja, constante, y se le debe considerar entre los mejores, con un tema en particular que, si me obligan, diré que es la mejor letra en un mapa que suma alrededor de quince mil poemas: Escolaso”:
En descartes pensativos/ se entreveran por mi frente/ fulerías del presente/ con primores del ayer./ ¡Era linda la que quise!/ ¡Tuve resto en el bolsillo!/ Puro lujo, puro brillo,/ puro dar… sin recoger./ Yo perdí el amor sincero,/ yo apuré mi vida en copas,/ yo vestí de ricas ropas/ la coqueta desnudez…
Antes de seguir, me siento tentado a proponer a los lectores tangueros que confiesen cuántos conocen este tango. Bueno, quizás yo esté equivocado y Adet tenga razón. La “sabe lunga”, dirían en el boliche.
Benedetti, en cambio, valora a García Jiménez, pero expone tres etapas muy diferentes en su trayectoria: la inicial, breve, con Zorro gris, Alma en pena, Bajo Belgrano y Farolito de papel, entre otros tangos; una segunda, donde compuso numerosos temas para Gardel, que el historiador califica sin pudor de “mascaradas”; y una tercera y final, reivindicativa, donde lucen algunos versos como los de Carnaval, Príncipe, La última cita, Suerte loca, Tus besos fueron míos, Palomita blanca, Ya estamos iguales y Siga el corso. Pero Benedetti elige otro tango como lo mejor del autor, Rosicler:
La vida es este río que me arrastra en su corriente,/ blando y yacente,/ lívida imagen…/ De vuelta ya de todos los nostálgicos paisajes,/ muerta la fe,/ marchita la ilusión…/ No queda en este río de las sombras sin riberas/ una postrera,/ dulce palabra…/ Pálida esperanza en el murmullo:/ nombre tuyo… ¡Nombre tuyo!/ Dulce nombre fue tu amor…
Y una rareza final. Ambos historiadores coinciden en un gran tropiezo de García Jiménez, que afectó su popularidad. Hizo la letra, con música de Anselmo Aieta, de Viva la patria, que grabó Gardel, celebrando el golpe militar que en Argentina derribó al gobierno de Yrigoyen.
Gardel retiró rápidamente ese disco de circulación. El poeta jamás habló del tema, quizás confundidos sus sentimientos sobre lo ocurrido, el porqué y las promesas de futuro del dictador Uriburu.