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    Recursos Humanos: agregue valor y será valorado

    N° 1952 - 11 al 17 de Enero de 2018

    , regenerado3

    En esta serie de columnas que hoy termina, venimos desmitificando la creencia de que los recursos humanos son el recurso más importante de la empresa. Lo serán si agregan valor, si no, serán un costo a reducir rápidamente.

    Al igual que el tango (donde se necesitan dos para bailarlo), la buena productividad de la mano de obra dependerá de las buenas políticas en gestión estratégica de recursos humanos que aplique la empresa, pero también de la iniciativa y actitud que tome cada trabajador frente a su propio desarrollo profesional.

    Lamentablemente, son pocos los empleados que “piden cancha”. La gran mayoría pasan desapercibidos, cumpliendo con las ocho horas, sin hacer olas. Interpreto esta actitud por dos principales factores: el propio individuo, por un lado, y el marco regulatorio donde se mueve.

    En unos estudios realizados hace años —pero que tienen plena vigencia— por el ingeniero Juan Carlos Doyenart, de Interconsult, ante la pregunta de quién tuvo la culpa cuando algo le salió mal al encuestado, el 75% se sacó la responsabilidad de encima: la culpa era de otros, de las circunstancias, del jefe o de la suegra. Solo 25% asumía responsabilidad por sus propias acciones. Entendían que su “tener” (resultados actuales) eran fruto de su “hacer” (conductas pasadas). Pero el 75%, no.

    Por eso, estas grandes masas no son proactivas, sino reactivas. Al sacarse los fracasos de encima, también se sacan el éxito. Cuando les va bien, creen que tuvieron “suerte”, no que estudiaron, investigaron, trabajaron duro o arriesgaron. No conectan sus acciones con sus logros. Están a la deriva como un corcho en el océano o una pluma al viento. Estos desgraciados necesitan que los guíen, los conduzcan, los apañen.

    Y ahí entran a la cancha a jugar los políticos, los sindicalistas y otros vendedores de ilusiones. Crean un régimen legal que —en apariencia— beneficia al trabajador, pero a la larga lo termina perjudicando. Tantos “derechos adquiridos”, lo que van logrando es que el costo de la mano de obra sea cada vez más alto y, por lo tanto, las empresas (al no poder negociar salarios a la baja) contratan menos gente.

    Pero estos empleados cada vez más caros son (paradójicamente) cada vez menos productivos. Desde los gobiernos y los sindicatos les hacen creer que son lo más importante en la empresa, razonando que cuantos más empleados haya (aunque no se necesiten) más puestos de trabajo habrá y más poder de las “masas proletarias”.

    Así, las personas van perdiendo incentivos a mejorar. Si trabajan muy duro, hacen horas extras y cobran un bonus (cosa muy común a fin de año y verano), el IRPF se queda con una parte enorme de ese esfuerzo porque “tener más es malo y si tienes más, pagas más”. Entonces, ¡tengamos menos!

    Además, la legislación deja muy pocos elementos para negociar entre empresa y trabajador, de tal manera que puedan haber estímulos a ser más, hacer más y tener más. Pero los Consejos de Salarios restringen esta capacidad: si se quiere “diferenciar” a un empleado por su buena performance se es un discriminador; si es paga un bonus durante tres años, se incorpora al salario. Y la lista es interminable.

    Por eso, los trabajadores tienen cada vez menos estímulos a agregar valor, y las empresas tienen cada vez menos herramientas para diferenciar a los mejores. Pero siempre las hay y deben ser usadas. La meritocracia debe ser el norte. Al menos para ese 25% que asume la responsabilidad de su propio destino.