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    Regreso del socialismo

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2196 - 20 al 26 de Octubre de 2022

    Como si no fuera un factor de desgracias para la humanidad en general y para este infausto continente en particular, la influencia de las ideas socialistas está creciendo. La teoría marxista, basada en la llamada “teoría del valor trabajo” y que aboga por la erradicación de la explotación y la alienación, nuevamente está encontrando ingenuos sobre los que cebarse para sellar aún más a los pueblos de esta región en su seguro destino de postración y olvido. Esta historia continúa —después de la Revolución bolchevique de 1917, a pesar de la aparición de resultados y consecuencias evidentes de los “experimentos socialistas” en diferentes países del mundo— hasta el día de hoy. Esto llegó a asombrar a Mises, quien observó el fenómeno a principios de la década de 1920 como un rasgo de la peligrosa decadencia de ciertos círculos de opinión en Occidente; dijo: “Lo que hace fuerte al bolchevismo no es la artillería y las ametralladoras de los soviéticos, sino el hecho de que todo el mundo recibe sus ideas con simpatía”.

    El tema sigue siendo no menos relevante. Solapada en los discursos indigenistas, homosexualistas, africanistas, paidofílicos, anticapitalistas y en general cultores de la cancelación y de la venganza histórica, ha llegado una nueva oleada de interés por las ideas socialistas en los Estados Unidos y en los países europeos desarrollados, cuyas élites intelectuales están tratando de olvidarse nuevamente de la conexión ontológica y profunda de estas ideas con las prácticas del “bolchevismo” en Rusia y del “nacionalsocialismo” en Alemania. Cuesta entender, y ello parece desesperar a Mises, para quien es más que evidente el fracaso del socialismo. Su tesis es por demás sencilla y por eso no puede sino intranquilizarse por el poco peso asignado a las incontestables evidencias: “El cálculo económico es imposible en una sociedad socialista y, por lo tanto, es imposible estar seguro del valor de los costos y las ganancias, y también utilizar el cálculo para controlar las operaciones”. Lo que significa que bajo el socialismo la actividad del empresario es imposible. “Los socialistas —escribe— son incapaces de darse cuenta de la inevitabilidad de los cambios constantes en la producción: sus concepciones de una sociedad socialista son siempre estáticas”. Esto se ve mejor en la imagen que se ofrece de un empresario que afronta un riesgo, que invierte, que legítimamente especula, que calcula oportunidades, optimiza recursos, abre caminos de crecimiento. Para los socialistas alcanza con colgar a estos sujetos de los faroles, como quería Lenin, para que surja una sociedad socialista.

    Razona Mises que la incomprensión socialista de la empresa se expresa en el rechazo hacia las hipótesis de cálculo y la consecuente especulación. Todos los socialistas han pasado por alto el hecho de que, aun en una sociedad socialista, cada acción se enfrenta a la incertidumbre del futuro y que sus consecuencias económicas no son claras, incluso si es técnicamente bastante exitosa. En la incertidumbre que conduce a la especulación solo ven las consecuencias de la anarquía de la producción, cuando en realidad es el resultado de la volatilidad de las circunstancias económicas. Mucha gente, dice, no se da cuenta de que solo el cambio es constante en la vida económica. El socialismo es la política económica de multitudes, masas, sin comprensión de la naturaleza de la actividad económica.

    “Bajo el capitalismo —nos explica con paciencia— el afán de lucro del empresario individual contribuye a la armonización de los intereses del individuo con los intereses de la sociedad. Por un lado, el empresario siempre está en busca de nuevos mercados, y un aumento en las ventas de bienes más baratos y avanzados lleva a una reducción en la venta de bienes más caros y menos perfectos creados en industrias no tan racionalmente organizadas”. Por otro lado, el empresario siempre está buscando fuentes de materias primas más baratas y productivas, así como lugares más favorables para la producción. Las propiedades de una persona de negocios, según Mises, no pueden separarse de la posición de un empresario en el mundo capitalista. Solo las cualidades de la mente y el carácter que son esenciales para el espíritu empresarial pueden ser innatas, pero no la “eficiencia” en sí misma. Esas notas son de la esencia del sistema. Ningún funcionario las puede sustituir.

    No entender estos elementales conceptos explica en parte la ola que otra vez amenaza con ahogarnos.