Reivindicación de lo trivial

Reivindicación de lo trivial

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2128 - 24 al 30 de Junio de 2021

“La charla informal, reírse un poco, comentar las noticias, sacar mano. Un cable a tierra. Un recreo. Sentirse más flojo, más liviano. Sentirse bien. Sentirse en casa” (Roberto Fontanarrosa, Sentirse en casa).

De lunes a viernes el tipo se levanta a trabajar, viaja a un lugar o se instala frente a una pantalla, hace una jornada de 6, 8, 10 horas en las que habla de trabajo; cuando termina vuelve a casa o cierra las videoconferencias cansado, agobiado. ¿Y de qué hablará en la cena? De lo importante, del trabajo, de los problemas. Los fines de semana el tipo trata de alejarse de esa realidad, se junta con la familia o con los amigos, ¿y de qué terminará hablando? De política, del gobierno, de la pandemia, del dinero: de lo significativo, de lo trascendente.

¿Es necesario que nuestras conversaciones giren invariablemente alrededor de los problemas y complicaciones de nuestras vidas, del país, del planeta? ¿No alcanza con vivirlos? Nuestro deseo de trascendencia es demasiado pesado para cargarlo todo el tiempo sobre la espalda.

Basta, la vida es muy corta para tomársela tan en serio. Reivindiquemos lo trivial.

El adjetivo trivial designa a algo que no tiene importancia, trascendencia o interés. Etimológicamente, viene del latín, trivialis, que a su vez procede de trivium, y cuyo significado es “tres vías”, en referencia a los cruces de caminos. En esos puntos había establecimientos, hospedajes, en los que los viajeros descansaban y donde se entablaban conversaciones de paso, probablemente insustanciales, lo que dio origen a que se usara el término trivialis para asuntos que carecían de importancia.

Son los temas triviales los que nos distraen y nos distienden, los que desvían nuestra atención de lo que no tiene solución, los que nos permiten descansar de la presión cotidiana. Las charlas en las que se habla del clima no pasarán a la historia, y tal vez por eso no las valoramos en su justa medida, sin embargo, ese universo de frases triviales puede ser la puerta de entrada a intercambios más complejos, a relaciones más profundas.

El mundo anglosajón ha observado con interés desde siempre este tipo de encuentros dialécticos en los que se formulan preguntas retóricas que reciben respuestas más o menos automáticas. Tanto es así que se han realizado estudios para analizar este peculiar fenómeno de interacción social que llaman small talk, charlas de escasa significación y nula posibilidad de controversia.

¿Cómo estás? ¿Qué tal? ¿Cómo está tu familia? ¿Viste el partido de ayer? Parece que vamos a tener un fin de semana con sol.

Estrella Montolío, en Cosas que pasan cuando conversamos, dedica uno de sus capítulos al tema: “Para qué sirve la charla (aparentemente) intrascendente”. Dice: “A pesar de su sencillez, la conversación ‘menor’ teje buena parte de nuestras interacciones diarias; y por eso tiene un valor crucial en la construcción de nuestro mundo comunicativo”. La finalidad de este tipo de conversaciones sería “mantener los vínculos con nuestro entorno (…). Mantener bien engrasadas las relaciones con personas que, en principio, no pertenecen a nuestro círculo más íntimo”.

Estas conversaciones triviales son un ritual que se vincula a nuestra cultura y a nuestra educación, sirven para construir el entramado de la sociabilidad básica, son nuestra forma de comunicación con las personas con las que tenemos una relación distante o que acabamos de conocer. Estas charlas sirven de puente, facilitan la conexión, ayudan a construir la confianza necesaria para pasar a otras de mayor contenido.

Las small talks, en el mundo de los negocios, son la otra cara de las softs skills o habilidades blandas, tan populares en los últimos años, que las empresas buscan en sus empleados: se relacionan a la capacidad de trabajo en equipo y al desarrollo de la empatía, son las que hacen que la gente baje la guardia y se sienta cómoda. “Acabamos juzgando a los demás en pocos minutos. Las investigaciones señalan la importancia de ofrecer la sensación de confianza y respeto en el primer contacto si queremos causar una buena impresión”, dice Lindy Pegler, doctora en Psicología en un artículo sobre el tema publicado en la revista Medium. “Estos diálogos abren la puerta a conversaciones auténticas y a relaciones profundas en un futuro”.

“También es el momento perfecto para conocernos personalmente, en el plano humano, porque al final hacemos negocios con gente que nos cae bien, con la que nos une algo o hay una conexión emocional”, explica David Sagristà, formador sobre comunicación y liderazgo. Si la conversación es un arte, las pequeñas charlas no tienen por qué ser menos. Útiles para preparar el terreno en situaciones como una reunión laboral en la que se tratarán temas de entidad, en la que entrar de lleno en la materia puede resultar demasiado directo o hasta invasivo, un tono menor también puede ser el camino para superar una confrontación con alguien cercano, una forma de construir una buena vecindad o hasta un puente a la seducción.

Dice el antropólogo Bronislaw Malinowski: “Creo que al discutir la cuestión del lenguaje en las meras formas de sociabilidad llegamos a uno de los aspectos fundamentales de la naturaleza del hombre en sociedad”. En definitiva, aunque tenga el estigma de ser la prima pobre de una conversación verdadera, aunque sea solo un ritual sin función teleológica, es a través de esta forma comunicativa que la gente se involucra y distiende.

“Me gusta ir al café porque ahí nunca se habla de cosas importantes. Siempre de pavadas”, dice Fontanarrosa en su cuento Sentirse en casa. Cháchara, parloteo, palique. Momentos en los que liberamos las tensiones, nos aflojamos. Las palabras van y vienen, se enhebran sin ninguna dirección, sin razón ni propósito. Los sonidos vibran en el aire y desplazan el silencio. Nos sentimos bien.