Reloj infinito

REDACCIÓN  

Hay una base de Borges y de Las ciudades invisibles, de Calvino. Y a partir de esas lecturas previas —nada sale de la nada— los brevísimos cuentos o textos reunidos en Los sueños de Einstein (Libros del Asteroide, 2019, 148 páginas) evidencian un claro espíritu poético para tratar el siempre inasible tema del tiempo. Einstein es un personaje recurrente, a quien le tiembla la pierna bajo la mesa, y lo mismo la ciudad de Berna, que tiembla al compás del péndulo de un gran reloj. Después está la frondosa imaginación de Alan Lightman (Memphis, Tennessee, 1948), escritor y físico teórico, para describirnos ciudades que crecen hacia arriba, donde el tiempo se enlentece porque está más lejos del centro de la Tierra. O ciudades paralelas, en las que ocurren las mismas cosas (un beso, una gota que resbala sobre el vidrio de una ventana, el ladrido de un perro al reconocer a su amo), sí, exactamente las mismas en distintos puntos del planeta, del sistema solar, de la galaxia. O ciudades con el tiempo detenido, instantes eternizados como cortar una torta pascualina, dar un paso en la calle, abrir un cajón o recostarse en la cama. También existen ciudades que no tienen pasado. Otras que viven en el futuro, en las que sus habitantes piensan en lo que vendrá y en lo que harán. Pueblos que privilegian el Luego y otros que prefieren el Ahora, y sin embargo se parecen bastante.

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