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    Residencia permanente para extranjeros

    Sr. Director:

    , regenerado3

    —¿Cuándo vienen? —pregunta “el comandante” al otro lado de la videollamada.

    —No me dejan entrar al paisito —respondo.

    —Pero ¿cómo? Si sos más uruguaya que el mate.

    El derecho a ser va más allá de una bandera, de papeles y certificados, números y pasaportes. Es algo más profundo que el “patriotismo de trapo”, que diría el filósofo Emilio Lledó, para el que la patria se fundamenta en el saber, la cultura y la solidaridad.

    Pero, a menudo, los lazos emocionales se topan con las rigideces y estándares de unas leyes anacrónicas, como trasnochadas son las cartas, tan presentes en las vidas de las familias migrantes del siglo pasado, una vía que recupero a través de este semanario para abrir un diálogo transatlántico.

    Recuerdo que de niña mis vecinos uruguayos regresaron a Montevideo. Pregunté en casa dónde quedaba ese lugar. Me explicaron que más allá de la huerta, en esa línea del horizonte interrumpida por las montañas. No sabía que años después nadaría a contracorriente hasta allí, aunque mi horizonte seguiría siendo el mismo: mi norte es el sur.

    Dicen que el amor mueve montañas, pero tiene fronteras. Ayer era el cólera, hoy el coronavirus y mañana, si te crees libre, intenta romper el molde para comprobar las limitaciones. El amor en los tiempos de la pandemia.

    Pienso en la frase del poeta John Donne: “La humanidad es un continente”. No hay frontera que frene una pandemia, por mucho que los gobiernos se replieguen y los ciudadanos se limiten a ver la vida pasar desde su zona de confort, si es que a estas alturas existe un lugarcito sin incertidumbres.

    Los consulados uruguayos en España se niegan a iniciar trámites de residencia “por orden del Poder Ejecutivo hasta nuevo aviso”, pese a que la Ley 19.254 da este derecho a los cónyuges, concubinos, padres, hermanos y nietos de uruguayos.

    Con la instrucción del gobierno se elimina de un plumazo esta posibilidad con el único objetivo de cortar aún más las vías de entrada al país a través de nuevas solicitudes, ya que ante el cierre parcial de fronteras solo nacionales y residentes tienen permiso de ingreso. El motivo —acá y allá— siempre es el mismo: el miedo que cala en la opinión pública en forma de supuestas avalanchas e invasiones, algo que se agrava con la amenaza de un virus.

    ¿No es un atropello a los derechos de aquellos ciudadanos españoles con familia uruguaya? No debería ligarse esta cuestión a un posible viaje más o menos inmediato a Uruguay (obviamente, complicado por razones de sobra conocidas). Pareciera que es un veto que no se limita únicamente a las restricciones de movilidad, entendibles por la pandemia, sino que va más allá del contexto de emergencia sanitaria.

    Según la Dirección Nacional de Migración y el Ministerio de Relaciones Exteriores, “la residencia permanente se sigue otorgando hasta el momento”. El Consulado explica que las respuestas de ambos organismos “son automáticas”. Ante la insistencia, alega que solo se puede realizar el trámite estando en Uruguay, por lo que, de nuevo, supone una discriminación para los familiares extranjeros que se encuentran fuera del territorio uruguayo.

    Además de que las oficinas consulares solo atienden por mail, sus respuestas también son bastante automatizadas: estimada, usted como extranjera y turista bajo ningún concepto puede ir a Uruguay; las fronteras están cerradas al turismo desde España; sin excepciones… Los nadies que no tienen nombre, sino número, sin tener en cuenta el vínculo familiar con el país. Ni que decir que 300.000 dólares para invertir abren las puertas.

    Solo mi primera visita a Uruguay en 2011 fue por turismo. En 2013 viví allí seis meses, y cuatro meses al año desde 2016. El paréntesis, una vez más, se debió a cuestiones de “papeles”; en ese momento, para que mi pareja, ciudadano uruguayo, pudiera “regularizar” su situación acá.?Estar unidos por la ley —y más allá de la norma— a veces no es suficiente. Siempre hubo trabas, y en pandemia muchas más. Nuestro caso debe de estar en el limbo. Vivir a dos aguas conlleva renuncias y desafíos, pero el mayor obstáculo es la incomprensión —de propios y ajenos— de que te puedas sentir de dos lugares, a una distancia de 10.000 km.

    Con un océano atravesado. Siempre a un océano de distancia de seres queridos. Entre dos hemisferios y dos latitudes de quien lleva dos mundos en una valija. Con exilios en casa, cuando no acabas de irte del todo ni de regresar.

    Una vida transoceánica donde las identidades se mudan, mutan y migran, y las pertenencias y afinidades son por selección. Identidades transnacionales que en un mundo global e hiperconectado son cada vez más la norma y menos la excepción, aunque las leyes no se adapten con la misma rapidez.

    Mi insistencia, que el Consulado resolvió con correos que intercalaban líneas repetitivas en mayúsculas por si se tratara de incomprensión lectora, era en realidad un ejercicio para hacer entender que la noción de hogar es tan endeble como importante en este periodo convulso.

    Cuando lidias durante años con los servicios consulares y organismos de extranjería este trato es de esperar, aunque hasta ahora los uruguayos eran algo más ‘amables’. Confío en que estos tiempos de desconcierto no hagan saltar por los aires la tradición de un país históricamente abierto a la inmigración y a los avances sociales.

    Desde abril sufrimos en España un duro y estricto confinamiento que acatamos con responsabilidad. Conscientes de lo que implica la pandemia, no pretendemos esparcir el virus —tampoco lo tenemos—, ni viajar exponiéndonos y exponiendo a los demás. Seguiremos haciendo camino contra todo pronóstico, sabiendo que todos somos primitivos y migrantes que transitan de una vida normal hacia una nueva normalidad.

    Nos despedimos de un Montevideo con las hojas amarillas sobre el piso. Después el tiempo se detuvo en un calendario con hojas en blanco. Los plátanos ya estarán tupidos sobre las veredas. ¿Florecerán más muros en esta primavera con una esquina rota? Basta una grieta para renacer, y entonces volveremos con las ansias de Zitarrosa los idos, los recién llegados y los nacidos en otras primaveras con sus pájaros pintados. Lo haremos con el hambre atrasada de Benedetti. Para volver. Y volver, siempre, sin la frente marchita.

    Loreto Mármol

    Periodista española. Escribe en diferentes medios, como www.publico.es y tintaLibre, de www.infolibre.es, entre otros.