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    Rumores

    Columnista de Búsqueda

    N° 1989 - 04 al 10 de Octubre de 2018

    ¿Es el rumor solamente una metáfora de la falsedad? ¿O se trata de la genuina lengua madre de un conjunto de sujetos asociados de hecho en algunas emociones? Entre las personas hay una percepción, hay una idea más o menos vaga y hay también una experiencia directa del rumor; y no siempre coinciden esas tres existencias en el mismo acto de conciencia.

    En su estudio pionero de 1947 Gordon Allport informa las características que deben reunirse para tener la certeza de estar frente al rumor. Antes que nada, su transmisión es personal, ocurre boca a oído, precisa absolutamente del contacto inmediato de los individuos; su contenido es invariablemente informativo y se relaciona con personas o acontecimientos que de algún modo están ligadas al interés de una comunidad determinada. Y lo más importante: responde a las necesidades emocionales de la comunidad, a esas ansiedades como el temor, la esperanza, el resentimiento o, en menor escala, la piedad, que necesitan una expansión legitimante en la realidad. La culminación feliz del rumor —que por naturaleza no es una noticia, porque carece de los recaudos epistemológicos adecuados— es cuando alcanza su propagación en los medios de comunicación masiva, cuando un periódico o la radio o la televisión consiguen hacerse eco y reflejar siquiera parte de sus contenidos. En ese caso las convenientes brumas del fenómeno se disipan, el telón se corre, las luces se encienden y el carácter subyugante que tenía la materia circulante queda morigerada hasta convertirse en un dato más despojado de todo encantador misterio.

    Una de las más curiosas conclusiones a la que arriba el clásico estudio de Allport —que realizó varias mediciones en distintas condiciones y conforme al control de variables diferentes— es que las personas tienden a propagar de manera automática y principalmente acrítica en mayor volumen e intensidad aquellos rumores que convalidan sus posturas o sentimientos sobre determinados asuntos; los rumores cuyo contenido implica un cuestionamiento a las ideas, creencias o emociones del individuo prácticamente naufragan debido a que son interpelados críticamente, sometidos a un tratamiento racional y a veces exhaustivo. Esto quiere decir: para que el rumor sea eficaz, la complacencia de propagarlo necesariamente ha de ser de la partida; de lo contrario se corre el riesgo de que se apague apenas comenzó a rodar.

    Shakespeare probablemente leyó lo que al respecto inmortalizó Virgilio en aquel pasaje que habla de cómo corrió el rumor del romance de la reina Dido con el extranjero Eneas; seguramente quedó impactado con aquella poderosa imagen del monstruo que tiene “mil bocas y mil oídos” y que trabaja de noche y de día y que corre veloz sobre toda la tierra. En la segunda parte de Enrique IV evoca ese antecedente en una jugada escénica muy eficaz, cual es la de personificar al rumor como mediador entre la fábula de las últimas semanas del reinado de Henry Bolingbroke y el espectador. Hay pasajes que no desmienten la lectura de La Eneida:

    “Abrid los oídos, pues, ¿quién de vosotros va a tapárselos cuando habla el Rumor? Desde el Oriente al decaído ocaso, a lomos del viento, yo siempre difundo lo que ocurre en esta esfera terrenal. De continuo viajan calumnias en mis lenguas, que yo propago en todos los idiomas, llenando de noticias falsas los oídos: hablo de paz, mientras, oculto, el odio hiere al mundo bajo sonrisas impasibles; y, ¿quién sino el Rumor, quién sino yo, hace levas temibles y prepara defensas, mientras al grávido año, repleto de males, se cree que lo ha preñado el monstruo de la guerra, cuando es falso? El Rumor es una flauta en la que soplan creencias, recelos, conjeturas, y tocarla es tan fácil y sencillo que hasta el vulgo veleidoso y discordante, torpe engendro de innúmeras cabezas, sabe hacerla sonar. Mas, ¿para qué disecciono yo mi cuerpo ante los míos, que tan bien lo conocen? ¿Qué hace aquí el Rumor? Me trae corriendo la victoria del rey Enrique, que en la cruenta batalla de Shrewsbury ha derrotado al joven Hotspur y a sus tropas, apagando el fuego de la osada rebelión con sangre de rebeldes”.

    Este recurso le permite al autor presentar a los ojos del espectador la simultaneidad de los hechos y de las ansiedades, como si en la vida real pudieran separarse ambas especies. El rumor habla y los hechos se manifiestan; el espectador los ve cada uno en su desnudez, no así los personajes. Un rasgo más del increíble arte de William Shakespeare.