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    Sí a la extranjerización de la tierra

    Nº 2100 - 3 al 9 de Diciembre de 2020

    “Extranjero: Dicho de un país que no es el propio”. Proviene del francés antiguo estrangier, que significa “extraño”, es decir, que viene de “fuera”.

    El temor a lo extranjero (extraño) es propio del hombre primitivo. Es el rechazo instintivo a todo lo que luzca amenazante; y las cosas o personas “extrañas” así lo son para muchos. Esta reacción se gesta en la parte de nuestro cerebro “reptiliano”, que es el que controla las funciones básicas para la supervivencia, donde se aloja lo que podríamos llamar nuestro “instinto animal”.

    Esto nos lleva a rechazar lo diferente y así nos aferramos a nuestro entorno más conocido: nuestra “tribu” (familiares, amigos, vecinos, amigos de Facebook, pandillas). “Tribu: grupo social primitivo de un mismo origen, real o supuesto, cuyos miembros suelen tener en común usos y costumbres”.

    El temor a que los “extranjeros” compren tierras en Uruguay y con eso perdamos soberanía, que nuestra campaña quede despoblada y nuestros ciudadanos vivan peor, es una reacción más emocional que racional.

    Vayamos a nuestros orígenes como nación: todos somos “extranjeros” en esta tierra. Los uruguayos no descendemos de los monos, sino de los barcos. Fue gracias a que prácticamente cualquier persona, viniera de donde viniera y poseyera mucho o poco, tenía la oportunidad de adquirir tierras para hacerlas producir.

    Si bien la propiedad de la tierra ha tenido grandes variaciones en los últimos años, eso fue justamente porque Uruguay resultó atractivo para recibir inversiones, tanto locales como foráneas. Lo mismo sucede en Paraguay, donde cientos de uruguayos han invertido en tierras, propiedades y empresas, no sintiéndose “extraños” ni tratados como tales. Recordemos: “nosotros somos los otros de los otros”.

    El enorme impulso que tuvo la agricultura en nuestro país, fue, en gran parte, gracias a esos “extranjeros” que confiaron más en nosotros que nosotros mismos, porque fueron ellos los que trajeron su dinero, su tecnología, sus conocimientos y hasta su personal y sus familias, cuando muchísimo dinero de los “uruguayos locales” reposaba plácidamente en cuentas de bancos “extranjeros” en Suiza o EE.UU.

    La soberanía no se pierde ni un ápice con estas inversiones en tierra. Estos “extranjeros” traen el dinero que obtuvieron en sus países de origen para someterlos a nuestras leyes, a nuestras regulaciones, a nuestros impuestos, a nuestras normas ambientales y a nuestras leyes laborales. ¿Dónde está la pérdida de soberanía? Este burdo argumento tribal es exactamente igual al que su utilizaba para mantener vivo al muerto viviente de Pluna.

    Como todo inversor, los compradores de tierras van y vienen. Las estancias se dividen y subdividen, sea por sucesiones, compraventas, canjes o cualquier otro motivo. Dicen que Juan D. Jackson (originario de Inglaterra) heredó de su padre unas 400.000 hectáreas, que fueron muy bien gestionadas mejorando las majadas, los cruzamientos de razas, alambradas. Fue un hombre muy generoso que creó escuelas, donó a obras de caridad y al final, de esas 400.000 hectáreas hoy no debe quedar casi nada, porque fueron cambiando de manos con los años.

    Lo mismo sucedió cuando vinieron los argentinos de El Tejar, Los Grobo o New Zealand Farming, lo que asustó a más de uno por las extensiones de tierras gestionadas y hoy, ya se fueron, dejando socios locales y un nivel más alto en la gestión y producción local.

    Los pequeños propietarios que vendieron sus tierras a las “grandes multinacionales”, están felices de haberlo hecho. Casi ninguno había logrado buenos niveles de productividad en predios chicos, en parte por falta de economías de escala, falta de innovación, capitalización en equipos o mejora en el management.

    Además, llevaban una vida de sacrificio, de sol a sol y de lunes a lunes, que las nuevas generaciones no quisieron repetir, yéndose a estudiar y trabajar a la ciudad. No fueron “expulsados”, tomaron lo que consideraron su mejor opción. Y, además, vendieron esos terruños a un precio que jamás habían soñado. ¿Acaso estas personas ven al extranjero que les llenó los bolsillos de dinero como una amenaza o como una bendición?

    Por último: las fronteras terrestres serán cada días más, cosa del pasado. El verdadero capital y la verdadera soberanía de una nación no están en su suelo, sino en la gente que lo habita. Los países ricos no lo son por su PBI agropecuario, sino por sus innovaciones tecnológicas, sus patentes de invención, por el capital intelectual de su gente y el capital institucional de sus organismos de gobierno. Ahí está la verdadera soberanía. Pero pocos lo ven así. ¿Será por aquello de “lo esencial es invisible a los ojos”?