N° 2050 - 12 al 18 de Diciembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLo he dicho varias veces: las cosas que se leen en las redes sociales no son representativas de nada salvo de las cosas que se leen en las redes morales. Sin embargo, y aunque no son muestra de ninguna sensibilidad más amplia, una parte importante de la opinión política actual se forma, entre otros lugares, en las redes sociales. Y por eso, sin pretender darle carácter de representación alguna, es interesante mirar lo que se cocina allí. Un poco como quien mira uno de esos hormigueros con pared de acrílico, en donde se ve la vida secreta de las hormigas. Además, y creo que no hay mucha duda al respecto, en el relativo anonimato de las redes vemos expuestas un montón de prácticas que hasta hace poco pertenecían al ámbito privado o al círculo íntimo de las personas.
La cosa es que el lunes pasado me encontré en Twitter con un montón de comentarios que descalificaban el gesto republicano del viaje conjunto del presidente actual uruguayo Tabaré Vázquez y el electo Luis Lacalle Pou a la asunción del nuevo mandatario argentino. Traspasando la nube de desprecio hacia las personas concretas que destilaban los comentarios, se podía detectar algo un poco más alarmante: un profundo desprecio hacia el protocolo democrático y hacia los gestos republicanos. Asomaba allá atrás la idea de que todo gesto conciliador entre rivales ideológicos es pura concesión o farsa y que por lo tanto debe ser descalificado sin más.
Leyendo las redes, parecía que el viaje conjunto de Vazquez y Lacalle Pou era un gesto vacío e irrelevante que no significa nada porque, ante el nuevo cambio de gobierno, como país estamos abocados al abismo y a sumirnos irremediablemente en “la grieta”. No podría asegurarlo, pero me da la impresión de que muchos de quienes comentaban eso no creen que la diplomacia sirva para algo y que por las noches sueñan con asesinatos políticos, guerras y sangre ajena.
Me gustaría detenerme y explicar qué entiendo por “la grieta”, es decir, qué es eso que empujan alegremente quienes parecen haber asumido esa categoría/consigna para operar con ella en la realidad política. “La grieta” plantea la existencia de grupos de ideas irreconciliables que haría imposible el diálogo entre rivales políticos, en un escenario en donde se considera al rival un enemigo. Hasta donde alcanzo a entender, detrás de ese radicalismo, de esa ruptura del espacio común, “la grieta” funciona como un recurso del discurso que se usa para negar al otro y que suele desembocar en el intento de hacer desaparecer al otro. En resumen, que no habría espacio para todos en la plaza pública. Creo que cualquiera que haya pasado una temporada en un régimen autoritario puede ver el peligro que entraña tal idea.
A diferencia de lo que ocurre en Argentina, donde “la grieta” parece estar siendo asumida por casi todos, quiero creer que en Uruguay no existe. Y que ojalá no lleguemos nunca a ese punto, porque es una idea que no parece venir funcionando demasiado bien. Argentina tiene unas cuantas cosas que deberíamos copiarles sin dudar un instante, pero justo esta no es una de ellas. Por cierto, el que Uruguay siga siendo abierto al intercambio entre rivales puede complicarse si se asume esa grieta como parte del paisaje, como algo natural y hasta deseable. No estamos tan lejos de ese momento en que resulta imposible leer al otro sin sentirse ofendido y sin reaccionar de manera áspera y descortés, convirtiendo un comentario sobre política en algo personal. La democracia entendida como un intercambio puramente sentimental (esto es, como pura moral, sin racionalidad) puede ser tan emocionante como agitar banderas, pero obtura el desarrollo de las ideas y anula la posibilidad de la charla entre iguales (con los inmorales no se dialoga).
Volviendo al gesto republicano de Vázquez y Lacalle Pou, creo que es importante no solo por la señal que envía a la ciudadanía, sino por el gesto “de Estado” que implica. Esto es, que la institución presidencial es y deber una constante en nuestro sistema. Y que, sea del partido que sea, su investidura debe ser respetada en nombre del bien colectivo. Por supuesto, siempre habrá quien recuerde que toda la institucionalidad es cosa de “burgueses”, de “tibios” o algo parecido. Pero, mientras esa gente no traiga a la mesa algo con evidencia de poder mejorar lo que ya tenemos, las reglas de juego de la democracia, sus instituciones, sus mecanismos, son lo mejor de lo que hemos logrado dotarnos para lidiar colectivamente con las diferencias.
Un amigo comentaba, justamente en las redes, que el del presidente Vázquez era un gesto de estadista. Estoy de acuerdo y agrego: resulta un gesto especialmente notable en un país como Uruguay, al que le cuesta un disparate siquiera imaginar políticas de Estado que se desarrollen en el tiempo y que involucren a quien sea que gobierne. Es un gesto de seguridad, de transmisión de mando, de solvencia democrática, que si bien no anula los errores de Vázquez (el uso descalificador de la página de Presidencia, por ejemplo) lo coloca en el lugar de los estadistas, esos que son garantía para el país y para la democracia. Lacalle Pou, como presidente electo, estuvo también a la altura, hasta el punto en que todo un New York Times saludó el gesto conjunto titulando su crónica “No perdamos este Uruguay”, señalando la importancia que tiene el gesto en un subcontinente en creciente conflicto.
El gesto del presidente Vázquez, la clara preocupación de ambos por volver “real” la importancia de la figura presidencial y lo central que es su continuidad y permanencia son claves en la solidificación de nuestra experiencia democrática. Esencialmente, porque de gestos republicanos es que se construye el espacio político democrático. Sin esos gestos, solo queda la realpolitik, fría, a veces antipática y otras veces hasta sucia. Los gestos republicanos son el material del vínculo entre adversarios ideológicos en un marco pacífico como el nuestro. Por eso son gestos que tienen que hacerse carne, con nombre, apellido, remarcando a la vez la importancia de la figura institucional. Esa es su forma de salir de lo puramente simbólico.
Luego de este gesto necesario y, por lo menos para mí, liberador, queda por ver qué tanto cala en quienes lo descalificaron. El video del hecho, que ha circulado profusamente, y el creciente acuerdo en su excepcional relevancia democrática, quizá ayuden a alguno a reconsiderar su desprecio inicial. Pero para que la democracia se sostenga hace falta creer en ella, en que sus mecanismos y procedimientos tienen sentido. De lo contrario, de tanto descalificarla no sería raro terminar cayendo en la famosa grieta. Y luego no vale preguntarse cómo las cosas llegaron a donde llegaron ni dónde estaban escondidos quienes dan su apoyo a dictaduras. Suelen estar ahí, ocultos a pleno sol, escupiendo bilis contra la república y sus mejores gestos.