N° 2046 - 14 al 20 de Noviembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEstos días me sentí compelido de volver a confrontar las informadas páginas del buen libro Le Mur de Berlin: Une frontière coupe la ville en deux, de Thomas Flemming (editorial Bebra, París, 2001) donde se da cuenta pormenorizada de las circunstancias políticas y prácticas de la construcción y mantenimiento de ese oprobioso emblema de la perversión ideológica cuya caída celebramos este mes. Es útil rememorar el vigésimo aniversario de la feliz caída de esa formulación política entendiendo las razones que explican todo el fenómeno.
En 1960-1961 la Alemania comunista se enfrentó a una crisis derivada de la imposibilidad de hacer patentes las ventajas del socialismo sobre el capitalismo liberal: un flujo ininterrumpido de personas partían de ella por razones familiares, económicas y sobre todo políticas —más de 2.600.000 personas de 1949 a 1961—. Solo en julio de 1961 hubo más de 30.000 salidas. Y la mayoría eran fuerzas vivas del país: jóvenes, ingenieros, técnicos, trabajadores cualificados, médicos, profesores. Para esas personas huir del paraíso socialista era bastante simple: bastaba con ir a Berlín Este, tomar un billete de S-Bahn o de metro y bajar en una estación en el oeste: los controles en la frontera eran esporádicos. Desde Berlín Occidental se podía volar fácilmente a Alemania Occidental.
Para frenar este constante flujo de fugitivos, las autoridades de la Unión Soviética contemplaron tres soluciones: una consistía en controlar el tráfico aéreo entre Berlín Occidental y Alemania Occidental, como ya sucedía en el caso del tráfico por ferrocarril y por carretera; la otra consistía en vigilar el acceso a Berlín Oriental desde Alemania Oriental; y la tercera estribaba en impedir el acceso a Berlín Occidental desde el sector oriental de Berlín y la RDA.
Cada una de esas tres opciones tenía sus inconvenientes. La primera implicaba violar los derechos de los aliados occidentales en Berlín Occidental. El presidente de los Estados Unidos, J. F. Kennedy, hizo comprender a su homólogo soviético, N. S. Khrushchev, que esto resultaba inaceptable para los Estados Unidos. Al tiempo que aumenta considerablemente el presupuesto militar estadounidense, Kennedy define en julio los tres principios intangibles de la política estadounidense en Berlín: mantenimiento de la presencia militar occidental, libre acceso de los occidentales, libertad de elección del régimen político de Berlín Occidental. La segunda solución era un tanto contradictoria: ¿cómo aislar Berlín Oriental del resto de la RDA, cuando era la capital? En cuanto a la última de las salidas concebidas (cerrar el acceso a Berlín Occidental a partir de Berlín Oriental o de la RDA), presentaba el inconveniente de empañar un poco la imagen del socialismo en el mundo entero: qué bello socialismo sería, ¡con alambre de púas y una pared de hormigón armado alrededor para evitar que la gente escape!
Después de varios meses de vacilaciones, los soviéticos, apegados al papel de la RDA como bastión avanzado de su imperio en Europa, dieron su aval a la tercera solución. Después de todo, pensaron, si se mantiene el libre acceso de los occidentales a Berlín Occidental, los estadounidenses no deberían oponerse. El cierre de la frontera fue preparado en secreto bajo la autoridad de Erich Honecker. Nombre en clave: Chinesische Mauer II (Gran Muralla de China II).
En las primeras horas del domingo 13 de agosto todos los accesos a Berlín Occidental desde Berlín Este y la RDA fueron cerrados por las fuerzas policiales, apoyadas por las temibles unidades paramilitares de militantes y por el ejército del Este alemán junto con el ejército soviético, que se mantuvo dispuesto a intervenir por si aparecían dificultades o protestas excesivas. Enseguida se empezaron a instalar diversos obstáculos (alambre de púas, caballos de frisia, postes y pinchos de acero) a todos los accesos en Berlín Occidental, es decir, en las calles —obstáculos rápidamente sustituidos por instalaciones más sólidas, por un muro. Al mismo tiempo, se interrumpió el tráfico entre las dos partes de la ciudad.
La noche, así, se hizo total para los desdichados que cayeron del lado rojo al finalizar la guerra. Desde entonces los berlineses del Este debieron resignarse al silencio y el miedo impuestos por el socialismo o bien correr indecibles peligros para solo alcanzar la libertad de pensar, de trabajar, de crear, de construir un destino personal.