N° 1991 - 18 al 24 de Octubre de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUno de los capítulos más interesantes de toda la obra de Schopenhauer, que se repite en varios de sus libros, tiene que ver con el dolor como expresión genuina de la condición humana. El hombre es alguien arrojado al mundo con necesidades infinitas y encima tiene capacidad para soñar, sed ilimitada de nuevos horizontes y de conocimientos, fervor de inmortalidad. Esa, su máxima dignidad, es la base de todos sus desvelos. Lo dice claramente el filósofo en una de sus más célebres definiciones: “El dolor no brota de no tener. Brota de querer tener y sin embargo no tener. El querer tener es la conditio sine qua non para que el dolor sea eficaz. La enseñanza más importante del estoicismo como ética de la razón pura es desprenderse todo lo posible del querer”.
Con el título precisamente Los dolores del mundo (Sequitur, que distribuye Gussi) se acaba de publicar un pequeño opúsculo de fragmentos de Schopenhauer donde trata de las minucias que dan sombra y a veces luz a la existencia; habla allí del matrimonio, habla irreparablemente del tenor y carácter de las mujeres, habla del deseo, de la muerte y en general del pavor diario y metafísico de la existencia. Dice al respecto: “El hombre que ha llegado al extremo de reconocerse a sí mismo en todos los seres, considera como suyos los sufrimientos infinitos de todo lo que vive. Se apropia así del dolor del mundo. Del mismo modo que un arroyo corre sin remolinos mientras no tropieza con obstáculos, así es la naturaleza humana. Como en el caso de la vida animal, la vida humana corre inconsciente y desatenta cuando nada se opone a la voluntad. Si se despierta la atención es porque la voluntad fue entorpecida y se produjo un choque. Todo lo que se levante ante nuestra voluntad, todo lo que se opone a ella o la resiste, es decir, todo lo que hay de desagradable o doloroso, lo sentimos de inmediato, y de manera muy clara”.
Esto conduce al hombre por el anchuroso y cruel camino de la insatisfacción, que lucha con la conciencia para encontrar una coartada capaz de disimular sus propios límites, sus flaquezas vergonzantes. Al hombre le gustaría glorificar el bien, pero en realidad celebra los males evitados: “No advertimos la salud general de nuestro cuerpo, solo advertimos el punto ligero en el que el zapato nos aprieta; no apreciamos el conjunto próspero de nuestros negocios, pensamos solo en una minucia insignificante que nos aqueja. Negativos son pues el bienestar y la dicha, solo el dolor es positivo”.
Este sentido crítico de las trampas de autoconciencia le sugiere al filósofo denunciar la tradición que ha postulado el mal como aquello de lo que ha de huirse, siendo que es, según su opinión, un bien en progreso. En su afán por superar las dicotomías de la heredad platónico-cristiana, y en una tonalidad dialéctica que en parte lo acerca a ciertas premisas del budismo hinayana, propone que es desde el mal que lo bueno se abre espacio; que lo malo no es negativo en sí mismo sino que es punto de partida. El enunciado es paradójico, la explicación seductora: “Nada conozco tan absurdo como la mayoría de los sistemas metafísicos que explican el mal como cosa negativa, cuando, por el contrario, es lo único positivo, dado que hace sentir. Negativos son todo bien, toda dicha, toda satisfacción, porque no hacen sino suprimir un deseo y terminar una pena. Añádase a esto que en general encontramos los goces muy inferiores a lo que esperamos, mientras que los dolores son siempre superiores a lo que se presiente o espera. ¿Quieres en un abrir y cerrar de ojos ver claro este sentido y saber si el placer sobrepasa a la pena, o si solamente se compensan? Compara la impresión de un animal devorando a otro desde el punto de vista del que es devorado. Del mismo modo que nuestro cuerpo estallaría si fuese sustraído a la presión de la atmósfera, igualmente si el peso de la miseria, de la pena, de los reveses y los esfuerzos vanos fuesen arrancados a la vida del hombre, el exceso de su arrogancia sería tan desmesurado que, cuando menos, lo imputaría a la insania más desordenada y hasta la locura furiosa. Todos necesitan cierta cantidad de cuidados, de dolores y de miseria, como necesita el lastre el barco para mantenerse a plomo y navegar derecho. Pena, trabajo, tormento y miseria, tal es, sin duda, el lote de la mayoría de los hombres durante la vida entera”.
Lo terrible es que quizá Schopenhauer tenga razón, que la única verdad posible sea el dolor y solo el dolor.