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Mundstock y Rabinovich. La dupla genial de Les Luthiers es lo que me vino a la mente cuando Levón y Héctor Guido hicieron el sábado 1º la escena en la que un actor de pacotilla, borracho, rotoso y abandonado de sí mismo, le enseña al capo mafioso en auge de Chicago cómo presentarse en público, cómo hablar, cómo pararse y cómo moverse. Química, magia, chispa, simbiosis, cualquiera de esos típicos sustantivos que suelen aparecer en las críticas, queda corto para describir el tipo de energía que surge de la fusión de estos dos grandes actores. La presencia de Levón, veterano integrante con más de 40 años en la Comedia Nacional, es una de las principales novedades que propone esta versión de La resistible ascensión de Arturo Ui, del alemán Bertolt Brecht, que El Galpón estrenó el sábado 1º en una sala Campodónico repleta.
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En su reciente reposición de El lazarillo de Tormes, Guido había renovado sus credenciales histriónicas luego de cinco años ausente de los escenarios por ejercer la dirección de Cultura de la Intendencia. No había dudas de que el papel de este mafioso inspirado en Hitler, que arrasa con todo lo que se le pone delante hasta ser el hombre fuerte de la ciudad, estaba hecho a la medida de Guido. Su trabajo marcha por el carril de lo físico: sus movimientos macro y micro, su gestualidad en clave chaplinesca, su generoso juego de voces. Todo rinde por lo más alto.
Y frente a ese brillante paso de comedia está Levón, un actor único en el Uruguay y seguramente en el mundo. Levón encontró un modo tan singular de hablar y de flotar bajo los focos que cuando estuvo seguro de que era por ahí, rompió el molde. Porque si algo ha tenido Levón a lo largo del tiempo, son alumnos. Sin embargo, es extremadamente difícil encontrar su influencia directa en otros intérpretes. Quizá el aroma que dejan sus palabras en escena pueda relacionarse solo con esa mezcla de levedad y potencia que contagia Estela Medina cuando el espectador ha caído en su hechizo. Si se quiere, la cadena de sensaciones al enfrentarse a Levón actuando está unida con eslabones invisibles a la experiencia escénica que contagia Medina: al principio uno puede sentir rechazo por esa forma de hablar afectada y ajena, y luego comienza un extraño juego de sugestión y persuasión inconsciente y cuando te querés acordar, caíste en sus redes y estás dentro de un fascinante túnel de palabras, inflexiones y tonos de voz, en el cual vale la pena internarse un buen rato. Hasta que termina la escena. No es frecuente que el público montevideano aplauda una escena intermedia. Y este dúo lo logra.
El multitudinario elenco —22 actores y dos actrices— que los acompaña es una convención de talentos. Brilla especialmente Marcos Valls, un intérprete tan alto y delgado como refinado en su paleta histriónica, con una mueca sutil acuñada como una firma en su rostro. Está Luis Fourcade, un actor de raza que 12 años atrás había hecho Galileo en la misma sala.
Gisella Marsiglia y Guadalupe Pimienta, las únicas dos actrices del reparto, ambas del Galpón, defienden sus roles con calidad. Alejandro Busch demuestra que es un gran comediante en su notable composición de Gori, uno de los gángsters del trust del repollo, ironía mayor de la obra de Brecht, que define nítidamente el perfil satírico y grotesco de esta historia, que utiliza como pocas el cuantioso potencial dramático del humor. Walter Etchandy es otro de esos obreros de los escenarios que siempre cumplió con oficio en la enorme cantidad de roles secundarios que ha encarnado. El elenco se enriquece con rostros de varias tiendas del teatro independiente, bien fogueados, como Alejandro Camino, Pablo Robles, José María Novo, Darío Sellanes y Adrián Prego. Cuando todos los papeles están a cargo de buenos actores, el resultado es óptimo.
El Galpón apostó por la actuación en esta nueva versión del clásico de Brecht y encargó la dirección a una figura que lo conoce muy bien, porque 45 años atrás supo encarnar al protagonista. Villanueva Cosse (Melo, 1933) se radicó hace más de 40 años en Buenos Aires, donde se transformó en una figura referencial de las tablas porteñas, primero como actor y luego como director y autor. Pero la primera mitad de su vida está ligada estrechamente a El Galpón, donde en 1972 protagonizó esta misma obra de Brecht. Ese fue su recuerdo —sin poder disimular la emoción— cuando luego del final de la obra subió al escenario para recibir la ovación de 800 personas de pie. Su versión es impecable desde lo estrictamente actoral, con una gran coherencia estilística y el mismo tono moderado de la caricatura en las dos horas y veinte de acción. El elenco no se mueve de ese sutil punto de sobreactuación, necesario para contar esta historia donde la oscuridad de los personajes se cierne sobre todo lo que se mueve. Sin embargo, la puesta está desbalanceada: el descomunal despliegue de vestuario de Nelson Mancebo choca de frente con una tela blanca de fondo notoriamente desaprovechada en su potencial lumínico o como soporte de proyecciones visuales que brillan por su ausencia. Por el contrario, la música original de Sergio Fernández Cabrera, con sus entretejidos de guitarras, cuerdas y saxofones, es un deleite para los oídos.
En el programa de mano, El Galpón alude, sin nombrarlos explícitamente, a Trump, Temer y Macri, y otros exponentes del cambio de signo ideológico: “Lastimosamente, hoy las circunstancias mundiales, el amenazante ascenso de la derecha más brutal, corrupta y sanguinaria y sus medidas antipopulares en los países más poderosos están causando preocupación y resistencia a nivel mundial, y obligan a El Galpón a recurrir una vez más al maestro alemán y encender las luces de alarma desde el teatro”. Es una interpretación parcial del alcance de esta obra, que desde hace 75 años hace resonar sus sirenas sobre todos los desbordes de autoritarismo, brutalidad y corrupción y todos los derramamientos de sangre. Sería muy interesante asistir a “El irresistible paso de Joseph Ui” en Moscú, a “El resistido ascenso de Nicolás Ui” en Caracas” y valdría la pena arriesgar la vida para ver “La suprema escalada al máximo trono rojo de Kim Jong-Ui” en Piongyang.
La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht, por Teatro El Galpón. Traducción: Mercedes Rein. Versión y Dirección: Villanueva Cosse. Sala Campodónico (18 de Julio 1618). Sábados, 20.30 h; domingos, 19.30 h. Entradas: $ 450 y $ 220.