Talvi y el diario del lunes

Talvi y el diario del lunes

La columna de Andrés Danza

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Nº 2093 - 15 al 21 de Octubre de 2020

Ernesto Talvi ya pasó, como pasa casi todo en Uruguay. Es contradictoria esa característica de la penillanura levemente ondulada. Porque la mayoría de los asuntos, importantes y no tanto, duran muy poco arriba del escenario y se esfuman como si fueran objeto de un truco de magia. Pero la escenografía no. A espaldas de los personajes que vienen y van se mantienen los mismos colores, arreglos, muebles y personas a cargo de la decoración. Eso permanece inmóvil, nunca pasa.

“No es lo mío”, dijo Talvi el 26 de julio para anunciar públicamente su retiro de la política. Ya había renunciado como ministro de Relaciones Exteriores y se esperaba que asumiera su banca en el Senado. Pero no solo no se mudó al Palacio Legislativo, sino que hizo lo que nadie imaginaba: poner punto final a su ascendente carrera como líder político. Todo un cimbronazo que sacudió hasta al más desinteresado y causó semanas de todo tipo de artículos periodísticos, análisis, comentarios y reflexiones en las redes sociales. Casi no se hablaba de otra cosa.

Dos meses y medio después, el nombre de Talvi aparece muy poco. Hasta los periodistas, acostumbrados a seguir al detalle la agenda de los políticos de primera línea, le perdimos el rastro. Pasó. Y, junto con él, va quedando envuelto por la densa niebla del olvido todo aquello de la nueva forma de hacer política en contraste con el caudillismo tradicional y los viejos métodos.

Ya casi nadie habla de esa supuesta renovación que parecía venir con tanto impulso. No es tema. Lo que más se comentó por lo bajo durante las últimas semanas fueron rumores sobre la vida privada de Talvi, en su mayoría infundados. Las historias que se construyeron fueron dignas de una telenovela y se diseminaron más rápido que el coronavirus, pero nada se dijo ni se hizo acerca de lo denunciado por el excandidato presidencial colorado antes de su partida.

Talvi aseguró, entre otras cosas, que había sido víctima de conspiraciones pergeñadas por integrantes del gobierno para derrocarlo. Transmitió a algunos de sus allegados que una y otra vez le tendieron trampas en el camino o lo contradijeron en temas relevantes o lo dejaron afuera de las decisiones más importantes. “Nunca me quisieron ahí y siempre me lo hicieron sentir”, le dijo a uno de sus legisladores.

También sintió que sus correligionarios pasaron a ser sus adversarios. Se vio traicionado por el expresidente colorado Julio Sanguinetti y dejó de atenderle el teléfono y responderle los mensajes. Mientras, reducía cada vez más su círculo a las personas de su estricta confianza. Llegó a un punto en el que decía sentir asco por haber entrado a la cocina política y constatado de primera mano la mala calidad de los ingredientes y algunos olores, que le parecieron nauseabundos.

Talvi se equivocó en las formas. Si su objetivo era cambiar la política, como dijo durante toda la campaña electoral, eso solo se puede hacer desde adentro. Por supuesto que encontraría algunos asuntos que no serían de su agrado. Él mismo había hecho referencia a ellos para conseguir votos. Pero no aguantó ni un año. Huyó dejando un espacio vacío para los que creyeron en él como abanderado de las nuevas formas y terminó dando la razón a los que auguraban corta vida a sus impulsos refundacionales.

Al igual que otros que también se creyeron profetas en un mundo ajeno, Talvi perdió su batalla. Porque, con el diario del lunes, otra vez la que se impuso fue la política tradicional, la de los que se dedican por completo a esa tarea y recurren a los mismos métodos que se vienen repitiendo por décadas. Una vez más la disputa entre los caudillos tradicionales y los outsiders la ganaron los primeros. Arrasaron.

Era prematuro llegar a esa conclusión antes de las elecciones municipales. Pero basta con repasar los resultados en la mayoría de los departamentos para asumir que en Uruguay siguen siendo mayoría los que eligen apostar a las estructuras y a la pasión más que a un discurso muy elaborado de eficiencia y desarrollo, pero falto de sangre.

Los ejemplos son muchos. El que obtuvo más intendencias, el gran ganador del ciclo electoral y también de los comicios municipales, es el Partido Nacional. Se impusieron Carlos Moreira en Colonia, Pablo Caram en Artigas y Enrique Antía en Maldonado, solo para poner algunos ejemplos emblemáticos. Todos ellos son caudillos en el sentido más tradicional de la palabra. Algunos sufrieron importantes cuestionamientos éticos y Moreira incluso fue apartado del Partido Nacional previo a las elecciones nacionales, acusado de cambiar pasantías por favores sexuales. Pero, como él mismo dijo en el Directorio del Partido Nacional la semana pasada según consignó Búsqueda, fue absuelto por la justicia soberana. Los votos mandan.

En el Frente Amplio los electos intendentes de Montevideo, Carolina Cosse, y de Canelones, Yamandú Orsi, no están asociados con la vieja política. Pero sí los sectores mayoritarios que los apoyaron: el Partido Comunista en el primer caso y el Movimiento de Participación Popular en el segundo. Son los que tienen las estructuras más poderosas y se terminaron imponiendo. A su vez, en Salto el ganador fue Andrés Lima, frenteamplista pero ante todo un caudillo local experto en los métodos tradicionales para juntar votos.

Por el camino quedaron muchos y otros tantos quedarán. Los que sobreviven, elección tras elección, y repiten mandatos son siempre los mismos. Moreira y Antía, por ejemplo, van por el cuarto período. Pero no solo allí están los viejos conocidos. Basta con hacer un rápido recorrido por los principales lugares de poder en el Estado para ver quiénes son mayoría. La relación entre políticos y técnicos es tres a uno a favor de los primeros. Eso no cambia, es la escenografía que siempre se mantiene.

Talvi, Edgardo Novick y Daniel Martínez —con su elección de vice y sus idas y vueltas— son solo tres ejemplos de dirigentes de distintos partidos que se mostraron rebeldes contra las estructuras tradicionales y ya fueron. Pasarán, como casi todo, a ser una anécdota de la historia. No se equivocaron de momento: se equivocaron de país.