N° 1867 - 19 al 25 de Mayo de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl uso de las redes sociales en determinados temas es riesgoso para los jueces. Por esa razón la Suprema Corte de Justicia les solicitó prudencia y recato. Muy sensato. Procura evitar que se comprometan y se ponga en duda su imparcialidad. No solo debido a opiniones propias; bastaría con un “me gusta” para avalar alguna posición que luego pueda involucrar decisiones jurisdiccionales concretas.
El juez “no puede embanderarse en posturas políticas partidarias ni exteriorizar posiciones que lo muestren susceptible de verse influido por grupos o personas”. Tampoco puede “formular manifestaciones unilaterales ni participar en intercambios proselitistas o que anuncien posturas o muestren quiénes o cómo podrían influir en su ánimo”, dice la Corte. Aunque la advertencia solo compete a los jueces, esa filosofía también alcanza a los fiscales.
La cuestión se acordó en la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial durante la reciente reunión en Paraguay (Búsqueda, Nº 1.863).
Desde hace tiempo se leen opiniones de magistrados en las redes sociales. Algunas sobre cuestiones propias, otras sobre terceros y en algún caso tomando partido en temas de política general. El ciudadano poco razona. Las lee y las incorpora. No utiliza cernidor y puede formarse una opinión errónea.
Las redes sociales se destacan por la mediocridad y los abusos. Descalificaciones, amenazas, mentiras y la tonta autopromoción crecen. El valor integral de las personas pasó a medirse por esa vía o mediante comentarios anónimos.
Se pierde de vista el strip tease al que quedan expuestos. Le sucedió a Alberto Kessman en un video que lo muestra sentado en el W.C. y que él mismo divulgó por error. Otros, con seudónimo, se disfrazan de guapos para descargar sus frustraciones o su ira, como advirtió Jaime Clara en “El Observador” en “Violencia virtual, caer en la red”.
Es un “mundo de perversos”, sentenció el escritor español Manuel Vicent: “El ciudadano anónimo no es consciente de que para las redes sociales no deja de ser un insecto a merced de la telaraña”. Algo similar dijo Martín Aguirre en “El País” en su columna “Los mensajes del WhatsApp”.
Ejemplo de la idiotez y de la irresponsabilidad fueron las fotos divulgadas por Viki Xipolitaquis, ese monstruo argentino del mundo del espectáculo que la mostraba en un video jugueteando eróticamente en la cabina de un avión con los pilotos. Todos a la justicia procesados por “atentado a la seguridad de una aeronave”. Ellos, además, cesados y sin posibilidades de trabajo en el sector.
El año pasado en España se produjo un ejemplo emblemático. Dolidos por el golpe electoral que la izquierda le propinó en Madrid, el gobernante Partido Popular hizo públicos tuits del designado concejal de Cultura y Deportes, Guillermo Zapata. Se había mofado de los judíos, del exterminio nazi y menospreciaba a las víctimas de ETA. “Fue humor negro”, se justificó el imbécil. Le obligaron a renunciar.
Humberto Eco, que de imbécil no tenía nada, dijo que “las redes sociales les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Eran silenciados rápidamente. Ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. Suena restrictivo, pero una cosa es la libertad de expresión y otra los desbordes, el delito o la corrupción de hábitos.
El futuro es sombrío. El periodista Leonardo Haberkorn renunció como profesor de Periodismo en la Universidad ORT, harto del abuso de sus alumnos y de su ignorancia sobre temas y personas centrales para quienes pretenden ejercer esa profesión. “Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook”, dijo.
La culpa no es de las redes ni de los celulares. Se ejerce la libertad, pero cuando los vanidosos, petulantes o incultos lesionan el honor, mienten y alientan prácticas antidemocráticas o xenofóbicas, llega el momento de la Justicia.
Esta degradación es alarmante. Sin embargo algunos que no buscan solucionarlo hacen gárgaras de ética y se quejan porque en el programa “Santo y Seña”, Ignacio Álvarez desnudó el abuso de menores.
Para colmo de males, un ex gobernante sostiene que debemos estar agradecidos a la ordinariez. El ex vice canciller Luis Porto, actual asesor de Luis Almagro en la OEA, afirmó que el ex presidente Mujica le dio al internauta una “agenda de valores”. ¡Mirá vos dónde estaba escondido el ADN de la educación!
Se imponen políticas de Estado. Advertir sobre los riesgos y ponerle coto a la invasión de idiotas que pervierten los hábitos sociales. ¿Por qué algunos medios habilitan comentarios anónimos, ofensivos, racistas u homófobos? ¡O los corrigen y aclaran lo que está mal, o no los publican! Y los desbordes nada tienen que ver con la libertad de expresión.
Probablemente esto no ocurre porque quienes deben decidir las políticas de Estado o controlar las publicaciones tienen la misma adicción. Como la mayoría de los padres.
Los beneficios de las redes sociales para la comunicación, el comercio, el estudio y el periodismo son indiscutibles e insustituibles. Pero, como en la vida, algunas ventajas son sepultadas por el abuso y el estiércol de los desaprensivos, los iracundos y los ordinarios.
El problema no son las redes sociales sino su uso, y debemos evitar quedar atrapados por esa telaraña.