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    Temblor y política

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2137 - 26 de Agosto al 1 de Setiembre de 2021

    La palabra terror proviene del latín y significa “temblar”. Hay palabras parecidas como trémolo, que se vincula a la música y refiere a la repetición rápida y continua de una o varias notas de igual duración, logrando, se dice, un efecto de temblor. El terror se llama terror porque produce temblor, que es un efecto del miedo, vocablo que proviene de una antigua palabra castellana acaso tributaria de ciertos regionalismos del latín vulgar, metus, que no se encuentra ya en el resto de las lenguas latinas.

    La palabra peur del francés, la palabra paura del italiano y la palabra por en catalán, todas deben su origen a la voz latina pavor, que significa “temblor”. Es curioso, pero cuando salimos a buscar el significado nos encontramos con que en el esquema semántico no emerge la necesidad de establecer un concepto y explicarlo, sino simple y suficientemente una descripción fenomenológica: se observa al individuo por los efectos de algo que le produce pavor, terror. Es interesante esta indefinición. Se sugiere que la psicología es capaz de agotar el concepto de miedo; posiblemente explique la emoción y pueda describir los síntomas del miedo, mentar sus causas —el miedo a ser abandonado, miedo a la ruptura de un vínculo, miedo a soportar una campaña electoral—, pero siempre remitiéndonos a un algo que no definimos en sí, sino que tiene que ver con el pavor, con el temblor literal o metafórico que la emoción suscita.

    Cuando estamos enfrentados a la palabra terror considerándolo desde un ángulo filosófico, invitados por la mirada de Hannah Arendt, nos preguntamos de qué nos habla cuando se refiere al terror. En verdad no encuentro una respuesta satisfactoria en su estudio y por eso interrogo a Aristóteles, que sí se atreve a desplegar una mirada comprensiva sobre ese temblor que no es otra cosa que un malestar físico, visible. Aristóteles dice que la emoción es toda afección del alma acompañada de placer o de dolor y en la que el placer y el dolor son advertencias del valor que tiene para la vida o para las necesidades del animal el hecho o la situación a la que se refiere la afección misma. Siguiendo esto podemos decir que la emoción es la reacción inmediata del ser vivo a una situación que le resulta favorable o desfavorable. Es inmediata, en el sentido de que está condensada, y, por así decirlo, resumida en la tonalidad sentimental. La emoción, sugiere Aristóteles, puede ser placentera o dolorosa, lo cual basta para poner en alarma al ser vivo y disponerlo para afrontar la situación con los medios a su alcance.

    Desde esta perspectiva es imperativo el estudio del miedo porque tiene que ver directamente con la política por cuanto envuelve la coercitividad, la disuasión como instrumentos del ordenamiento social; si no hay miedo, muchas cosas se caen. El miedo es parte de la argamasa que sostiene de pie a las sociedades, por ejemplo, con el poder disuasivo de las penas que operan sobre una emoción que produce temblores con solo imaginar lo que nos espera, sea una cárcel, sea la silla eléctrica, la humillación pública o el discurso admonitorio de un político puesto en prócer o maestro. El temor es una anticipación que autorregula la conducta y hace que el individuo se abstenga de la tentación de desafiar al poder para obtener una renta que, aun cuando repute agradable o conveniente en algún sentido, será de un muy alto costo. La idea de obtener ese placer es disuadida por una emoción contraria como lo es el miedo a una consecuencia cierta. Aristóteles nos explica también que el miedo tiene el componente fundamental de la inmediatez, de la inminencia y, sobre todo, de la presumida intensidad del dolor, que puede ser grande e inminente.

    La clave del totalitarismo, gobierno basado en la fuerza, es paradójicamente la máxima inseguridad, la absoluta indefensión. Comprendamos de una vez esta verdad liberal: es inseparable el concepto de la seguridad personal del concepto de libertad, y en sentido inverso es inseparable el concepto de la opresión absoluta de la inseguridad absoluta. Cuando el individuo está a expensas de un poder ajeno a sus propias decisiones, a su real fuero, a su derecho, entonces está inseguro. Los aparatos policíacos obsesivos ejercen una presión total y abarcan todos los sentidos de los individuos. No queda nada; el Estado, mediante el aparato para hacer temblar y la propaganda, arranca el cerebro y el corazón de los individuos y se queda con el despojo de sus cuerpos. Quien vive bajo un sistema totalitario está condenado a vivir bajo cadena perpetua en todos los órdenes.