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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCon la velocidad fulminante del rayo, cayó el anatema sobre el secretario general de la OEA Luis Almagro. El presidente de Venezuela Nicolás Maduro acaba de pronunciar su sentencia, conminándole a que decida: “O se está con los pueblos o se está con el imperio, así de sencillo”. Al día siguiente, otro de los capitostes del régimen, Elías Jaua fue más lejos y dijo sin ambages: “Yo lo conozco bien, lo conocí bien como canciller. Almagro es de estas personas aspirantes que comprometió su conciencia, su historia política para lograr la postulación y el aval del gobierno de los Estados Unidos para asumir su cargo de secretario general”. Y por ahí siguió con su retahíla de insultos.
Todo fue consecuencia de la audiencia que, durante, dos horas, el secretario general de la OEA concedió a Enrique Capriles, gobernador del estado de Miranda y hombre fuerte de la oposición al régimen. En ella, Capriles solicitó al secretario Almagro que designara observadores en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre próximo. Porque si hay algo que escuece hasta la ira al presidente Maduro es que pudieran aparecer observadores designados por organismos internacionales para verificar el desarrollo de las elecciones, tal como la OEA y la Unión Europea han hecho con otros países latinoamericanos.
Es bueno recordar al respecto por su cercanía en el tiempo, que las elecciones paraguayas de febrero del 2013 que dieron triunfador a Horacio Cartes, fueron monitoreadas por más de 300 observadores internacionales, toda vez que eran las primeras que el acosado Paraguay cumplía después de la destitución del presidente anterior. Allí hubo observadores de la Unasur, de la Unión Europea y de otras instituciones internacionales, como el centro Carter y la Unión Internacional de Organismos Electorales. La elección fue impecable y la Unasur debió marcharse contrariada porque no había nada para objetar.
Naturalmente que tanta diatriba responde a una estrategia predeterminada que consiste en conjurar los riesgos de la opinión ajena tan pronto como ésta se manifiesta, sin dar tiempo para la reacción contraria. Es el terrorismo verbal aplicado como política de Estado y que cultiva el agravio, la mentira y la distorsión de las cosas como medio defensivo, pero tan miserable como el otro que utiliza la fuerza para acallar toda discrepancia. Sustancialmente son la misma cosa y los resultados bien parecidos.
El terrorismo verbal de Maduro, sólo matizado por algunos “furcios” bien conocidos, ha dado sus frutos, aunque inesperadamente para todo sentimiento democrático. El efecto paralizante que tiene la diatriba lanzada a los cuatro vientos es una realidad que avergüenza y humilla: Con Maduro nadie se atreve y más vale hacerse el distraído que plantarse firme ante el agravio y la mentira. Así, la diplomacia individual que otrora salvaba por lo menos las apariencias de una fe democrática militante y sincera, ha dado paso a la diplomacia de la bocca chiusa, callada intrascendente y grupal, que sólo festeja como una conquista excepcional la venta de alimentos a un país ávido de comida, ésa que el socialismo bolivariano no le puede dar.
Sin salir del terruño, por aquí tuvimos la prueba del alto precio que paga la sinceridad cuando se opina de buena fe: nuestro vicepresidente Raúl Sendic se atrevió a decir refiriéndose al caso venezolano que “Ellos están hablando de injerencias. Nosotros no tenemos elementos para acompañar esa afirmación”. Al día siguiente la diatriba cayó fulminante: “traidor y cobarde” dijo Maduro sin nombrarlo, pero haciéndolo reconocible como “un amigo del sur”. Prontamente hubo algunas explicaciones más o menos tontas y la hermandad progresista disipó la niebla de una confusión que nunca fue tal porque las cosas estuvieron claras desde el principio.
Venezuela tendrá elecciones parlamentarias el 6 de diciembre o por lo menos, debiera tenerlas, si es que antes no se descubre un plan de la derecha fascista internacional para desestabilizar al gobierno o atentar contra la vida de Maduro. Serán democráticas y libres, según se anuncia. Con líderes políticos presos, con proscripciones, con grupos parapoliciales motorizados dispersando manifestaciones pacíficas, con los “patriotas cooperantes” así llamados por Maduro a quienes se dedican a la delación anónima y que sirven para meter a la gente en la cárcel sin expresión de cargos, con cadenas de televisión obligatorias y todo lo demás.
Sólo la Unasur tendrá el privilegio de enviar “colaboradores” —como con verdadero acierto los denomina Maduro, porque van a colaborar— toda vez que los observadores están prohibidos. Seguramente harán honor a la diplomacia de la bocca chiusa, la misma que acaba de dejar crucificado y a la intemperie nada menos que al secretario general de la Organización de Estados Americanos.
Atte.
Dr. Jorge W. Álvarez