Todos los hombres del presidente (parte 1)

Todos los hombres del presidente (parte 1)

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2132 - 22 al 28 de Julio de 2021

Cuando lo encontraron, el cadáver del presidente de la República de Haití tenía 12 impactos de proyectiles de al menos dos calibres diferentes, lesiones graves en el rostro, le faltaba un ojo, tenía una pierna y el cráneo fracturados, y todo indicaría que fue torturado, según el juez actuante, Carl Henry Destin. Su esposa y única testigo, Martine, estaba gravemente herida y fue trasladada a un hospital de Miami. El juez Destin llegó varias horas después a la escena del crimen, y solo para comprobar lo que ya todo el país sabía. “Lo encontramos acostado boca arriba, pantalón azul, camisa blanca manchada de sangre, boca abierta, el ojo izquierdo reventado“, dijo a la prensa.

Las cámaras de los teléfonos de los vecinos del exclusivo sector de Pèlerin 5 en el barrio de Pétion-Ville en Puerto Príncipe registraron la llegada de un grupo comando de casi 30 personas. Los hombres bajan de las camionetas en medio de la noche, gritan: “¡Operación de la DEA! ¡Retrocedan! ¡No salgan de sus casas o recibirán un disparo!” en inglés. Van pertrechadas para combate, mochilas militares, armas largas, disparan y avanzan hacia la casa de Jovenel Moïse. El grupo se divide: unos permanecen con la guardia de la entrada, otros tiran abajo la puerta. Y entran.

Mucho más tarde, horas después del operativo se documentará oficialmente la existencia de innumerables orificios de bala de 5,56 y 7,62 milímetros en las paredes y muebles de la casa. Curiosamente ningún miembro de la seguridad del mandatario ni de su personal de servicio resultará herido en el asalto. Según un informante del diario El Tiempo de Colombia, alguien importante de la Policía llamó a la residencia presidencial para que se franqueara el paso al grupo. Si esto fuera cierto, explicaría en gran medida por qué no hubo resistencia, intercambio de disparos, por qué fue tan fácil reducir a 24 agentes asignados a la seguridad del presidente.

Dimitri Hérard, jefe de seguridad del Palacio y hoy detenido por el magnicidio, se ha negado hasta el momento a declarar ante la Fiscalía cómo fue que a Moïse lo torturaron, le fracturaron el cráneo y una pierna, le sacaron el ojo izquierdo y lo acribillaron sin que sus guardaespaldas sufrieran un solo rasguño.

El diario estadounidense Miami Herald entrevistó bajo anonimato a tres agentes haitianos que aseguran haber estado en contacto telefónico con el mandatario alrededor de la 1 a. m. Minutos antes de ser asesinado y presa de la desesperación, el mandatario les habría dicho que estaban disparando contra su vivienda: “¡Necesito su ayuda ahora! Mi vida está en peligro. ¡Vengan rápido! ¡Vengan a salvarme! También llamó al comisionado de la Policía Nacional haitiana: “Hay disparos en la casa, moviliza a la gente”.  El comisionado dice haber escuchado el sonido de un rifle de asalto antes de que se cortara la comunicación. Y nadie, ninguno de los hombres del presidente acudió en su auxilio cuando los mercenarios entraron a la habitación y perpetraban el crimen.

El operativo no tardará más de media hora. Después del ataque, el grupo comando se alejará del lugar del crimen, e inexplicablemente todos los vehículos se mantendrán juntos y en convoy. En la ruta de Kenscoff, la carretera principal que conduce al centro de la ciudad, se toparán con un retén policial. Les resultará imposible girar en U en una calle de montaña: pared de piedra de un lado, precipicio del otro. Los mercenarios abandonarán las camionetas y huirán desordenadamente, se dispersarán por los alrededores en un loco escape que pone en tela de juicio la teoría de que el comando estaría formado por “sicarios profesionales”. La mayoría se refugiará en la ladera, en un local comercial de dos pisos. Ya son más de las 2 a. m.

Las fuerzas haitianas inician un asalto del local ocupado, los mercenarios se defienden y quieren mostrar su poder de fuego: una granada sale volando por la ventana del segundo piso del edificio. El artefacto describe una curva, cae sobre el hormigón caliente ante la mirada de los efectivos policiales, rebota varias veces, un sonido en el silencio de la madrugada, tac, tac, tac. Después de un tiempo interminable rueda colina abajo, sin estallar, por la ruta de Kenscoff.

Algo más tarde y en Colombia, Jenny Capador recibe la llamada de su hermano Duberney desde Haití, donde se suponía que estaba trabajando en seguridad privada. Le dice que algo salió mal, que “está sitiado y bajo fuego, luchando”, según la CNN.

Cuando las fuerzas logran entrar en la tienda matan a cuatro hombres, entre ellos a Duberney Capador, capturan a siete y la mayoría huye por la colina hacia la Embajada de Taiwán. Después de la detención, tanto la tienda que había servido de escenario del asalto como los vehículos utilizados por el grupo comando aparecen quemados, y las sospechas apuntan a la propia Policía haitiana. La cacería terminará con cinco mercenarios abatidos, 17 detenidos y cinco prófugos hasta hoy.

Aquella noche Jovenel Moïse rogó a la Policía que movilizara las fuerzas del orden, que le salvara la vida. Pero ¿qué sucedió en el interior de la casa? ¿Dónde estaba la guardia, todos los hombres del presidente? Preguntas que, a 15 días del hecho, siguen sin tener una respuesta. Lo único seguro es que el mandatario, que en una entrevista había advertido de la existencia de un plan para acabar con su vida, antes de morir entendió que lo habían dejado solo.