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    Tren a China

    Nº 2189 - 1 al 7 de Setiembre de 2022

    En su libro No voy en tren: Uruguay y las perspectivas de un TLC con Estados Unidos (2000-2010), publicado en nuestro país hace más de una década por la editorial Random House Mondadori, Roberto Porzecanski analizó las razones por las cuales dos presidentes —Jorge Batlle y Tabaré Vázquez en su primer mandato— intentaron ese acercamiento con la potencia norteamericana. También las razones de sus fracasos.

    Aunque aquel tren con Estados Unidos (EE.UU.) pasó y quedó atrás, el análisis de ese licenciado en Estudios Internacionales y doctor en Relaciones Internacionales por la Tufts University de Boston puede tener algunos puntos de contacto con el intento actual del mandatario Luis Lacalle Pou de negociar un TLC con China. Quizás, también, algunas lecciones.

    Porzecanski explora en su libro posibles explicaciones para el “fracaso persistente” en alcanzar (o al menos comenzar a negociar) un TLC con EE.UU. y señala que tanto el colorado como el frenteamplista estaban “remando contra la corriente”. Era, sostiene, una idea contradictoria con dos objetivos que contaban con un importante apoyo en el sistema político uruguayo. En primer lugar, la necesidad de mantener e idealmente mejorar las condiciones de acceso a los mercados del Mercosur. Segundo, para una parte importante del Frente Amplio —así como para gran parte de la izquierda uruguaya no formalmente vinculada con ese partido, como el PIT-CNT, organizaciones sociales y un grupo importante de académicos— también era muy importante que Uruguay preservara cierto espacio para implementar “políticas de desarrollo”.

    En definitiva, según ese experto, los esfuerzos de negociar un TLC con EE.UU. no estaban sostenidos en un imperativo comercial de corto y mediano plazo que doblegara la enorme resistencia política que generaba una discusión de esa envergadura. Hubo, agrega, varios errores de cálculo que llevaron a esos gobiernos pasados a pensar que la negociación y adopción de un TLC era viable políticamente, asociados a una lectura equivocada de ciertos episodios domésticos y regionales.

    Vázquez, en su segundo mandato, procuró un acercamiento con los chinos y ya había una suerte de vías férreas tendidas que le facilitaron las cosas a la actual administración. Estaba dicho desde la campaña electoral que Lacalle Pou y sus socios buscarían mejores condiciones de acceso para los productos de exportación uruguayos, por lo que tampoco fue una sorpresa el anuncio, primero, de que se estudiaría la factibilidad de un TLC junto con China, y hace pocas semanas, con ese paso ya dado, que se inició una negociación concreta. Pero si bien las primeras reacciones a ello fueron de apoyo de sectores agroindustriales —los probables favorecidos si pueden exportar con menos aranceles al mercado chino—, otros han mantenido un cauto silencio. También desde el sistema político surgió un tibio apoyo a un eventual TLC. Es que todavía se sabe poco sobre cuál será el contenido de un probable arreglo comercial con el gigante asiático y sus potenciales implicancias. Según una encuesta de la consultora Equipos conocida hace dos semanas, el 60% de la población está a favor de que Uruguay firme un tratado con China, aunque el conocimiento al respecto es mayoritariamente vago: solo 34% asegura tener una idea clara.

    En cierta forma, Lacalle Pou decidió abordar este tren y eso está bien: Uruguay no puede seguir enclaustrado en una región inestable que lo perpetúa en sus ineficiencias productivas, aunque tampoco puede pelearse con sus vecinos. Para que el proyecto tome velocidad y no descarrile, el presidente y su gobierno deberán, con abundante información y capacidad política, convencer a un amplio sector de la sociedad de que en la terminal de destino espera un futuro mejor para la mayoría de los uruguayos y que, además, se intentará que nadie quede en la vía.