Nº 2097 - 11 al 17 de Noviembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTenemos problemas graves con la vivienda; el empleo y la falta de formación de los trabajadores auguran una escasa movilidad social; escasean las clínicas de rehabilitación con el impacto que las drogas tienen en lo sanitario, lo social y la seguridad; ¿cuál es la estrategia del gobierno en materia de educación? Y podríamos seguir mencionando áreas donde sería interesante escuchar un debate político. Pero ¿cuál es la primera interpelación del período?: al ministro del Interior, Jorge Larrañaga. Se lo podría haber llamado a comisión, pero parece que sigue imperando la idea del espectáculo público que, lejos de darle alguna esperanza a la gente, expone al sistema político en su incapacidad de llegar a acuerdos básicos sobre temas de fondo y, en su lugar, nos perpetran con una retahíla de discursos, porque todos los legisladores se ven obligados a tener sus 15 minutos de fama en este mecanismo legislativo que se ha desgastado con el pasar del tiempo.
Decidida la interpelación, ¿de qué van a hablar? ¿De temas de fondo o de asuntos circunstanciales como un acto de represión policial, uno por el momento, o temas imposibles de cambiar y de relativa importancia como “el estilo” de conducción del ministro? ¿O van a enzarzarse, una vez más, en el manejo de las cifras de delitos que cada vez quieren decir menos cuando no quieren decir nada o directamente distorsionan la realidad?
¿Cuáles son los temas de fondo relativos a la seguridad que seguramente estén ausentes del debate si nos guiamos por los antecedentes? Con el agravante de que es tan reciente el cambio de gobierno que cualquier señalamiento a cosas que no funcionan, bien puede ser un boomerang para la oposición. Y con otro agravante: es la confirmación de que la línea abierta que había establecido el Movimiento de Participación Popular con Larrañaga, se cortó luego del affaire Erode Ruiz.
Temas sobre los que urge intentar una percepción compartida de su importancia:
Diferenciar violencia de inseguridad. No todos los delitos son violentos ni todo acto violento es delito. Estén atentos a cuántas veces se maneja el tema seguridad en el debate público y cuántas la palabra violencia, que es en realidad lo que nos puede dañar, a veces de manera irreversible. Imaginen trocar todas las rapiñas por hurtos: la inseguridad sería un asunto menos grave. El daño sobre las cosas, pero no sobre las personas.
¿Por qué una sociedad que se había caracterizado por su integración se ha deslizado hacia situaciones que remiten a lo que ocurre en los países más violentos del mundo? Torturas, ejecuciones, desapariciones en democracia.
Diferenciar el delito común del crimen organizado, que trajo consigo grandes dosis de violencia, una territorialización del delito que se mezcló con una sociedad ya segmentada por lo económico y lo social.
¿Cuál es la incidencia de la pobreza en el delito? Abundan los estudios según los cuales, como ocurrió en Uruguay, la economía crece, pero con ella crecen los delitos. ¿Compramos que economía y delito no van de la mano? ¿Por qué entonces la casi totalidad de los presos provienen de familias pobres? ¿Por qué entonces el accionar de las bandas, del narco, las ejecuciones, las balaceras, solo ocurren en barrios pobres?
¿Vamos a seguir focalizando en el Ministerio del Interior y en la Policía las esperanzas, frustraciones y acusaciones ante el comportamiento del delito? Instaladas las condiciones para la violencia y el delito, ¿cómo se evita un homicidio? Minority Report es una película de ciencia ficción, pensar que se puede lo que no se puede, es delirio, ignorancia.
¿Hasta cuándo vamos a creer que las leyes son una buena herramienta para enfrentar esta situación?
¿Cuándo vamos a dejar de hacer buena letra para la tribuna y aun en momentos de crisis destinar los recursos necesarios para tener buenas cárceles y si es posible las mejores del mundo? Darles a los presos lo que se merecen por ser humanos y por respeto a los acuerdos internacionales firmados por el país, atacaría uno de los nudos más importantes de la inseguridad.
¿Cuánto esfuerzo vamos a hacer para que la ciudadanía entienda que en seguridad lo esencial es invisible a los ojos, como tener policías honestos o comprender que lo que se evita no se puede medir?
¿Hasta cuándo vamos a seguir haciendo lo mismo buscando obtener resultados diferentes?
¿El grupo de científicos honorarios que lideraron la lucha contra el coronavirus, no es un mecanismo a tener en cuenta para enfrentar esta otra pandemia? Criminólogos, sociólogos, psicólogos, médicos (que les expliquen a quienes creen tener la varita mágica que el problema no es ese delincuente de 24 años, sino que el problema fue aquel nene de tres años) y urbanistas (que nos expliquen por qué buena parte de las “zonas rojas” son complejos de vivienda como Cerro Norte, los Palomares, 40 Semanas, Verdisol, América, y concluir que no fue una buena idea, ni lo sigue siendo, juntar a los pobres con pobres). Un ámbito en el que, al igual que el llamado GACH contra el virus, no necesariamente tiene que haber políticos, porque estos, además de buscar soluciones a la violencia, tienen que simultáneamente buscar votos y el aplauso de la tribuna y muchas veces una cosa no es compatible con la otra, aunque al final la decisión, como con el GACH, sea política.
Asumir que los mecanismos parlamentarios como la interpelación están para ser usados, sí, pero que hay asuntos tan de fondo, tan graves, que más que ámbitos de confrontación urgen espacios de diálogo fraterno, porque tu hijo y el mío están sometidos a la misma ruleta rusa, porque, lo siento para quien cree que la derrota colectiva se superará con la gloria personal, pero en este asunto, con tantas puntas y tantos años de fracaso sistemático, estamos todos embarrados, y del pozo saldremos todos juntos o todos juntos nos iremos ahogando de a poco en él.