Nº 2154 - 23 al 29 de Diciembre de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTres científicos de la universidad portuguesa de Coimbra, Catarina Duarte, Ricardo Cayola y Miguel Castelo-Branco, luego de investigar tres años concluyeron que la pasión por el fútbol es similar a la de los enamorados y que los circuitos cerebrales de los hinchas son los mismos que produce el amor. Añaden que la amígdala cerebral que regula las emociones se enciende más en los hinchas que en quienes profesan devoción romántica.
Uno de los científicos, Castelo-Branco, destacó que como en el amor, la pasión por el fútbol puede convertirse en obsesión, nublar el comportamiento racional de las personas y pasar al fanatismo. Así es. En el amor se registran desbordes de machismo y violencia de género y en el fútbol se transita por similares carriles ilegales. Por ello los fiscales deben intervenir dentro del marco de una investigación o un proceso penal.
El fanatismo transforma a racionales en energúmenos con fragilidades mentales y emocionales que los llevan a cometer daños que algunos intentan justificar. Por ejemplo, en 2013 el expresidente de Peñarol, Juan Pedro Damiani, le dio un puñetazo a un hincha de su equipo que lo insultó: “Y bueno, soy italiano, no estoy dispuesto a soportar insultos que rozan la moral personal…”, argumentó con un fundamento étnico.
Dentro de ese pozo negro las cúpulas directrices evitan medidas administrativas drásticas o impulsan reformas penales para sancionar con mayor severidad a quienes exhortan a la violencia o la cometen. No pueden, o no quieren. Tal vez para no malquistarse con las hinchadas. Probablemente creen que con disculpas protocolares alcanza. Acaba de ocurrir durante las exaltaciones del campeonato obtenido por Peñarol y las elecciones de Nacional. Los desbordes tuvieron repercusión en las redes sociales, donde se descarga con fuerza anónima la pasión transformada en ira.
La violencia no es nueva. Los homicidios por el fútbol comenzaron hace 92 años. En 1924 Uruguay y Argentina empataron a cero y los celestes obtuvieron la cuarta Copa América. Tras el partido se enfrentaron las hinchadas y el uruguayo Pedro Demby fue asesinado a balazos por hinchas argentinos.
En las competencias locales en Uruguay se iniciaron el 22 de setiembre de 1957 cuando en un partido entre Sud América y Progreso el hincha de Sud América Carlos Héctor Gómez fue atacado por una horda rival cuando festejó un gol. Golpes salvajes determinaron su muerte. Desde entonces se han producido varios homicidios, además de otros delitos, como lesiones de diversa entidad, amenazas de muerte y la apología de esos y otros delitos.
¿Qué se puede hacer para terminar con esta epidemia? Algo se ha intentado sin éxito porque la génesis parece estar en las cúpulas. En 2016, en una sentencia de condena por el asesinato a golpes y puñaladas del hincha de Cerro Héctor da Cunha a manos de parciales de Peñarol, el juez Julio Olivera Negrín destacó que los tres asesinos admitieron que recibían entradas del club. Advirtió que en el fútbol existen códigos de silencio para no inculpar a nadie y los calificó como “asociación para delinquir”. No lo dijo, pero esa asociación criminal no es ajena a los miles de millones que mueve el fútbol y a que todos quieren su mordida. Los únicos inocentes son los giles trabajadores que ocupan las tribunas, aunque tengan que comer salteado.
Lo que ocurrió ahora deja un saldo desconcertante. El fiscal de flagrancia Fernando Romano citó a dirigentes de ambos equipos, aunque no para investigar si habían cometido algún delito. Por el contrario, sabía de antemano —así lo dijo— que no aplicaría la ley penal: “La intención de la fiscalía no era penalizar conductas (…), acá intervino el sistema penal. Es otra alerta para ellos. La AUF, clubes, jugadores, jueces y entrenadores deben poner su grano de arena para que termine la violencia en las tribunas”, le comentó a Eduardo Barreneche de El País.
A los jugadores les dijo que no pretendía judicializar sus conductas porque podría entorpecer sus pases al exterior. La intención de Romano, dice el diario, fue “hacerles un llamado de atención sobre su responsabilidad social”.
No actuó como fiscal sino como una especie de ombudsman futbolero. En lugar de investigar si correspondía aplicar la ley ante eventuales delitos admitió que sabía que no existían—, intervino como mediador, gestor, psicólogo o asistente social que aconseja y lanza “alertas” desde el “sistema penal”. Con ese mismo razonamiento podría actuar en conflictos de cualquier otra organización privada como es el fútbol. Dijo que antes de actuar como lo hizo consultó con el fiscal interino de Corte, Juan Gómez. Peor la enmienda que el soneto.
Por otra parte, sorprende que haya convocado a su despacho al secretario nacional del Deporte, Sebastián Bauzá. Según una nota de la semana pasada de Juan Pittaluga en Búsqueda, ambos coincidieron en algunos caminos para combatir la violencia. Bauzá declaró que quienes alienten a la violencia en las redes sociales pueden ser incluidos en una lista negra.
Para evitar confusiones extralegales, vale remarcar que un fiscal no es una luz que pueda incursionar en cualquier actividad para solucionar problemas y dar cátedra de moral y principios. Recuerdo un preciso aserto de hace unos años del exfiscal general Jorge Díaz: “Somos la Fiscalía General de la Nación, no la Fiscalía Moral de la Nación”.
Puede que algunos consideren razonable y encomiable la actuación sin precedentes del fiscal ombudsman, pero ninguna norma lo habilita. Debe ceñirse al ordenamiento jurídico. En caso contrario, además, distrae tiempo y atención de asuntos penales de su fiscalía que, como el resto, está desbordada y tiene atraso. ¿Qué justifica que el Ministerio Público intervenga para que los dirigentes se disculpen y exhorte o negocie con un integrante del Poder Ejecutivo tomar medidas sancionatorias? Nada. Se parece mucho a la demagogia.
Así nos va.