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    Un país que se debate entre la polarización y la moderación

    Nº 2193 - 29 de Setiembre al 5 de Octubre de 2022

    El repudiable atentado a Cristina Kirchner conmocionó a la Argentina. Aunque no es el primer intento de magnicidio en la historia del país, las filmaciones son aterradoras y amplificaron aún más la trascendencia del incidente. Sin embargo, un mes después del hecho, el escenario político no ha cambiado: el gobierno refuerza su naturaleza populista y la oposición se marea con la cercanía del poder.

    La reacción oficial al atentado fue confrontativa, tratando de imponer una interpretación política del hecho aun antes de conocer sus particularidades. Se machacó sobre una precaria e inverosímil línea causal entre el ataque y los medios, la oposición y la Justicia, lo cual causó un estrés mayor a un contexto de polarización y radicalización del discurso político, es decir, a un contexto de debates públicos en los que las preferencias propias se autoperciben tan intensas y urgentes que llegan a negar la legitimidad de las preferencias de los otros. El resultado de todo ello fue más polarización aún: más de la mitad del país cree que el atentado se trató en realidad de un montaje del gobierno para victimizar a Cristina en la etapa final del juicio que enfrenta por corrupción en la obra pública durante sus mandatos como presidenta. También hizo su aporte la inexplicable ineficacia estatal en la custodia de Cristina y en las pericias que, supuestamente por negligencia, borraron toda la información existente en el teléfono celular del atacante.

    Fernando Sabag Montiel (así se llama el joven que gatilló el arma sin éxito) y sus vinculaciones son todavía una incógnita. Todavía no se ha descartado del todo ninguna hipótesis: no se sabe si se trata de una parejita de desequilibrados, una bandita de delirantes, un grupo de jóvenes enojados por la falta de oportunidades para progresar, una célula de neonazis, un conjunto de idiotas útiles usados como carne de cañón y manejados por algún grupo de inteligencia (¿paraestatal?) para causar algún tipo de conmoción, o si odian (o no) a Cristina por su carácter, por su riquezas bajo sospecha, por su representación de lo popular, o si solo buscaban impugnar a la clase política o a una democracia ineficaz.

    En cualquier caso, la dirigencia política argentina sigue con la inercia y la tozudez de siempre para demostrar su falta de diagnóstico para asimilar y administrar lo que pasa en la sociedad. Empecemos por el gobierno. La política confrontativa es un atributo común de los líderes y los gobiernos tipificados como populistas. En términos generales, los teóricos actuales del populismo trabajan el concepto sosteniendo que el populismo es una forma, no un contenido. En otras palabras, el populismo no es industrialista, ni estatista, ni progresista, ni sustitutivo de importaciones, ni incluyente, ni de izquierda. Es, en cambio, una estrategia discursiva hábil para moldear una nueva identidad que opone el “pueblo” a la “elite” y que se cristaliza en la persona de un líder plebiscitario. Por eso en el mundo hay populismos para todos los gustos. Y por eso el gobierno argentino interpreta no solo el atentado a Cristina sino la política como un todo dentro de estos (bastante estrechos) márgenes analíticos. No hay nada nuevo allí. Se persiste en el mismo molde, aun cuando el contenido que rellenó al formato populista argentino ya se agotó. La economía política que lo sustentaba, esto es, el gasto público financiado con impuestos a las exportaciones agrícolas, llegó a un límite de viabilidad. Y agotado el contenido del relato, solo queda la forma, que ya no tiene proyecto más que la confrontación por sí misma.

    Por su parte, la oposición también sigue tironeada y tensionada por el canto de las sirenas de la polarización. Si bien es cierto que frente al atentado ha reaccionado de manera (casi) unánime en el repudio y la empatía, sigue sin poder salir de la lógica binaria. En otras palabras, sigue principalmente buscando vencer al populismo (cosa que ya hizo en 2015, y desaprovechó) en lugar de superarlo.

    El gran problema que, en esta línea, tiene la oposición argentina es el regreso del expresidente Mauricio Macri al centro de la escena política. Si bien Macri no ha dicho si quiere ser candidato a presidente en 2023, actúa como si ya lo fuera. Eso no solamente descompagina la interna de su partido, el Pro, sino que inyecta una importante energía centrífuga en el sistema, aumentando una polarización que, si bien no es ideológica en términos espaciales (derecha versus izquierda), recalienta el fervor de las minorías intensas a uno y otro lado de “la grieta”.

    El regreso de Macri revalida sus credenciales de líder del Pro, y sus coqueteos con la candidatura presidencial ponen en problemas a los otros aspirantes del partido al sillón presidencial. Sobre todo al jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, quien construyó durante años un perfil de político moderado y eficaz, pragmático y modernizador, dialoguista y trabajador.

    Sin carisma, Rodríguez Larreta sufre con las turbulencias: el escenario polarizado y los sucesos imprevistos lo descolocan. La reaparición de Macri no solamente lo afecta como candidato sino también, si llegara a ganar la presidencia, como líder del partido (elemento neurálgico para la gobernabilidad). A pesar de su estilo tranquilo, su idea (hasta ahora muy imprecisa) de ganar para después gobernar “con el 70% del apoyo político” no se aparta de la estigmatización del kirchnerismo. Aun así, Rodríguez Larreta es hoy el candidato más probable y con mejor imagen en una oposición que todas las encuestas dan como amplia favorita para 2023. Pero habrá que ver si se impone o si claudica ante un escenario inestable y polarizado.

    En cambio, la presidenta del Pro, Patricia Bullrich, obtiene beneficios con la radicalización y la confrontación feroz con el peronismo, al que perteneció en su juventud. Con declaraciones siempre directas y explosivas (fue una de las poquísimas figuras importantes que no se solidarizó con Cristina luego del atentado) también sostiene que competirá en la interna presidencial, pero todavía falta mucho tiempo pana ponerlo a prueba. Aunque con buenos números de imagen pública, hoy Bullrich no tiene los recursos orgánicos suficientes para construir una coalición presidencial sólida. Rodríguez Larreta la supera ampliamente en equipos técnicos y políticos, control de organismos públicos, capacidad de financiamiento, diálogo con otros sectores políticos dentro y fuera de Juntos por el Cambio, vinculaciones con el mundo empresarial, etc. Aparentemente, se vería beneficiada si Macri la bendijera prefiriendo un halcón antes que una paloma como Rodríguez Larreta. Pero lógicamente, para que esto sucediera, Macri debería primero optar por ser un armador del próximo gobierno (ocupando puestos clave en “las cajas” y en el mundo judicial con personas leales) y no su presidente. Si Macri decidiera competir, probablemente debería compensar a Patricia Bullrich con algo políticamente importante, por ejemplo, la candidatura a la jefatura porteña.

    Dentro de Juntos por el Cambio el escenario se completa con el otro socio importante, la Unión Cívica Radical. Luego de un largo y metódico trabajo, el partido de los presidentes Raúl Alfonsín (1983-1989) y Fernando de la Rúa (1999-2001) está ganando influencia y tiene dos aspirantes a competir por la presidencia. Por un lado, Gerardo Morales es un hombre de partido, formado dentro de la lógica del aparato. Fue diputado provincial, funcionario, senador, dos veces presidente del partido (lo es actualmente), candidato a vicepresidente y varias veces candidato a gobernador de su provincia, Jujuy, ganando el cargo en las dos últimas ocasiones (2015 y 2019). El otro aspirante es el médico neurólogo Facundo Manes, cuya primera incursión en la política fue su exitosa candidatura a diputado nacional el año pasado. Con mucho conocimiento público y buena imagen, es un outsider que descree de la política partidaria (y de la política tal como la conocemos). A su manera, ambos candidatos buscan superar la polarización, pero en la interna radical representan un choque de civilizaciones, un enfrentamiento de dos universos de ideas y expectativas totalmente diferentes. Se verá si en un partido de 130 años de historia triunfa la experiencia y el control de las estructuras tradicionales o si se impone una nueva versión de “lo nuevo” en política.

    Finalmente, el cuadro de la oposición se completa con la izquierda y la derecha. El Frente de Izquierda viene creciendo organizativa y electoralmente. Las PASO (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) le han ayudado a resolver sus folclóricas disputas internas e ideológicas, y en 2021 perforó el techo del 5% de los votos. Por su parte, el partido La Libertad Avanza y su líder (y única figura) Javier Milei representan una explosión mediática de protesta antisistema que, aunque con algunos altibajos, las proyecciones para la presidencial lo dan en un muy asegurado tercer puesto, con chances al segundo puesto si pasa algo imprevisto.

    En resumen, la política argentina está hoy sujeta a una pugna fundamental no de partidos o coaliciones, sino de fuerzas y tendencias. En la superficie todo indica que el destino está sellado en la inevitabilidad de las tendencias centrífugas y que todos los actores tienen que polarizar frente a sus adversarios para ser competitivos electoralmente. Pero en las napas subterráneas también hay una considerable demanda centrípeta que, harta de frustraciones y peleas de cortísimo plazo, exige cambiar el clima de los últimos 20 años y apoyar la búsqueda de una política que, a base de algunos consensos mínimos en las reglas de juego y en algunos pocos contenidos, propongan siquiera alguna idea mínimamente estable para revertir la larga y acelerada decadencia del país. La polarización parece ayudar a ganar elecciones, pero la moderación es la única alternativa para frenar la decadencia en el largo plazo. Esta es la verdadera madre de todas las batallas.

    *Politólogo, vicepresidente de la International Political Science Association