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    Un punto de partida positivo

    Nº 2258 - 4 al 10 de Enero de 2024

    , regenerado3

    El proceso electoral ha sido o será traumático en varios países de las Américas. En Argentina y Brasil, por ejemplo, las opciones que llegaron a la segunda vuelta eran dicotómicas y muchos votantes llegaron a las urnas con la única oportunidad de votar al que consideraban menos malo. Estados Unidos parece encaminado a un proceso similar, donde buena parte del electorado elegirá al que menos miedo le despierta. Ese criterio de selección es, cuando menos, un mal síntoma para la democracia de cualquier país.

    ¿Qué pasará en Uruguay? El año electoral comienza con un tablero bastante claro y dos bloques consolidados. El escenario parece ambientar, aquí también, una elección de blanco o negro, ellos o nosotros. Y, sin embargo, ese no es el desenlace más evidente, según el director de Opinión Pública de Equipos Consultores, Ignacio Zuasnabar. En una entrevista que se publica en esta edición de Búsqueda, el sociólogo describe un panorama que es en principio alentador, aunque puede dejar de serlo si los actores del sistema político local juegan sucio.

    Zuasnabar dice que en Uruguay el votante “del medio” tiene una visión razonablemente positiva de lo que hizo el actual gobierno, pero no le parecería dramático que las riendas del país volvieran a las manos del Frente Amplio. Esto no quiere decir que las opciones electorales sean intercambiables y mucho menos que Uruguay esté ante un “son todos iguales” despectivo, sino que las miradas extremas todavía están en los márgenes. Es un elemento que se debe tomar como positivo y que no necesariamente derivará en algo negativo, como está ocurriendo en otros países.

    La semana pasada el presidente de la Confederación de Cámaras Empresariales, Diego O’ Neill, describió la alternancia uruguaya en los mejores términos durante una entrevista con Búsqueda. Consultado acerca de la posibilidad de un triunfo del Frente Amplio en 2024, respondió que los empresarios no tienen “temor” porque “la tradición de Uruguay es por acumulación”, según la que “todos los gobiernos van aportando cambios, mejoras”.

    Si el análisis de Zuasnabar es correcto, el proceso electoral uruguayo tiene un punto de partida positivo y a fin del 2024 el país podrá sentirse satisfecho con el funcionamiento de sus instituciones, gane quien gane las elecciones. En la misma línea va la reflexión del presidente de la confederación empresarial, que parece bastante representativo de buena parte de la intelectualidad uruguaya.

    Pero todavía no se puede cantar victoria. Las estrategias de polarizar la discusión y ubicar al rival político como un enemigo irreconciliable fueron receta común en otros países y seguramente sean aplicadas aquí. La campaña es larga y las modas llegan, tarde o temprano, al Uruguay. De hecho, los debates políticos estos días, sea por estrategia o instintos primarios, parecen alimentar de a poco la famosa grieta.

    Los líderes de los partidos y los candidatos tienen la responsabilidad primaria de que el proceso electoral transite por el camino de la sensatez y el debate, porque son quienes deciden las estrategias y predican con su ejemplo qué tipo de campaña quieren. Y si hay dirigentes que no se alinean y apuestan a la división, también están en condiciones de bajarles el perfil. Es lo que deberían hacer.

    Las elecciones 2024 pueden ser un mojón importante en la vida política del país. Ojalá así sea porque, otra vez, en un mundo polarizado, Uruguay habrá demostrado que sus mejores tradiciones tienen más solidez que las estrategias de moda. No estamos tan lejos.